Redacción (Viernes, 07-03-2014, Gaudium Press) En días pasados un amigo periodista brasileño me envío una sintética, visual y sustentada infografía sobre «La Psicología de los Colores en el Marketing» (para ver infografía, hacer clic aquí)
A algunos datos de común conocimiento, se mezclan allí otros más bien novedosos y bien interesantes, que ratifican la suma importancia de la imagen -y por tanto de los colores- en el alma del hombre de hoy.
Por ejemplo, se dice ahí que mientras el 1% de las personas deciden por el sonido o el olor de un producto para comprarlo, y un 6 % miran la textura, un 93% observan el aspecto visual para adquirir.
O… ¿sabía usted que un anuncio en color es visto un 42% más que su misma versión en blanco y negro? ¿O que el color puede ser responsable por el 60% de la aceptación o rechazo de un producto o servicio?
Bien. Pero la infografía se adentra también en un tema muy interesante como es el de la relación entre colores, emociones y sentimientos.
En ese sentido -hablando de los colores primarios- se dice que el rojo es «el más caliente y más dinámico color: activa, apasiona y emociona». El amarillo «el más brillante y ‘energizante’ de los colores calientes: es feliz, acogedor, estimulante (…) hace que las personas hablen más (…) estimula el optimismo y la esperanza». A su vez, el azul «representa calma, confianza y seguridad (…) aumenta la creatividad, la contemplación y la espiritualidad». Etc.
Es claro que los anteriores efectos de los colores sobre la psique humana dependerán de las características propias de cada alma, de su historia personal. Alguien que haya tenido ‘malas experiencias’ con el amarillo -por ejemplo, si la maestra que lo regañaba con frecuencia portaba a diario un gigantesco broche color ‘pollito encendido furioso’- pues no lo hallará ni energizante, ni acogedor, ni estimulante. Entretanto, en términos generales, coincidimos con las líneas anteriores porque ellas representan una realidad, un patrón más o menos común de reacciones ante los colores creados por Dios, y esa realidad ha sido confirmada por la investigación.
Recuerdo en este momento una conversación sostenida con un amigo publicista hace varios años, a quien indagaba sobre cuál creía él que sería el color representativo de América Latina. Él me respondió sin dudar que el naranja. Le pregunté el por qué. Me dijo que traía algo del calor humano del latino, sumado a cierta espontaneidad y alegría que caracteriza a estos pueblos, pero que no era el naranja símbolo de un brillo que buscara deslumbrar, sino que era más bien fruto de una bondad natural. Concordé por entero, sin cerrarme a otras opciones
Pero no solo los colores tienen un lenguaje propio, no son neutros.
También la combinación de colores, o más complejamente la combinación de
formas, texturas y colores porta un mensaje, dice ‘algo’ al alma. Y
tampoco son «neutros» los olores y los sabores.
De tal manera los objetos presentes a los sentidos portan un mensaje, que quienes estudian científicamente el asunto, por ejemplo, en el caso de los colores, recomiendan ciertos usos para producir ciertos efectos: Si un restaurante quiere «estimular el apetito», o un almacén pretende «crear un sentido de urgencia», o si una cadena de tiendas ansía resaltar las «liquidaciones», o si se persigue «atraer compradores impulsivos», pues se debe privilegiar el rojo. Pero si lo que se busca es advertir sobre un cuidado que se debe tener con algo, o incitar a la gente a iniciativas (como las iniciativas ciudadanas), o si lo que se anhela es atraer la atención a una vitrina de una tienda, el amarillo es aquel a tener en cuenta. Entretanto, si se desea es crear «un sentido de seguridad, y promover confianza en la marca», o «estimular la productividad», o «disminuir el apetito», o producir una sensación acuosa, de algo que fluye con tranquilidad, o evocar sentimientos de paz, úsese adecuadamente el azul. Es cierto: la realidad es mucho más compleja que las simplificaciones de ciertos teóricos; pero la complejidad de la realidad también puede ser analizada, desmenuzada, hallándose muchos elementos de verdad.
En fin, el tema me parece apasionante, por varias razones. Una, para evitar ser juguete cierta publicidad manipuladora: quien conoce la estratagema, ya puede evitarla.
Pero otra que considero más relevante, es para tornar agradable ese ‘paseo’ que nos tocó realizar por este mundo. Pues indagar sobre el «mensaje» que nos aporta la realidad, hace la vida entretenida. Por ejemplo, ¿qué nos dice ese rostro que con discreción observo en la avenida, esa configuración particular de nariz, ojos, boca, frente, color de piel, y gestos? O, «me gusta ese traje azul». Pero, ¿por qué prefiero el azul al rojo, o el naranja al amarillo? ¿Qué me puede decir esa preferencia sobre mi psicología? O, ¿qué es lo que hace que ese castillo sea tan lindo, y a esa oficina bancaria tan simple? Y así por delante.
Ese descubrimiento del mensaje de las formas y los colores, de los olores, texturas y sabores, termina siendo una muy interesante conversación, con Aquel que creo la realidad, y que sabe el significado simbólico de la realidad.
Por Saúl Castiblanco
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