Redacción (Miércoles, 12-03-2014, Gaudium Press) Aldous Huxley perturbó toda una generación -especialmente la clase alta e intelectual de aquel entonces- que se perdió en la fantasía y la quimera del ensueño con un mundo supuestamente feliz. En 1932 publicó una novela sorprendente, Un Mundo Feliz, apoyada en el prestigio de su apellido, familia inglesa de intelectuales agnósticos. Se trataba de un doloroso drama que termina en suicidio, tal y como terminó la vida del propio autor.
¿Un mundo feliz? ¿Es que será posible encontrar la felicidad en la tierra? Huxley responde que simplemente es imposible y que la única salida es una vida intensamente desarreglada y finalmente el suicido. El protagonista central es un desdichado desadaptado que vacila entre un mundo organizado por la hipnopedia del «soma» y otro animalizado en la anarquía semi-salvaje. Todo, menos asumir la austeridad y disciplina cristiana de la vida, que es precisamente la única salida para el hastío de la vida monótona y sin sentido de algunos hijos de burgueses hartos de riqueza y comodidad que se evaden en la droga.
Santa Teresita del Niño Jesús encontró el sentido de su vida en un espíritu épico de ‘aventuras’ espirituales, y en la austeridad cristiana de la vida |
Es muy curioso que el éxito de la novela haya estado ubicado precisamente en los tiempos del totalitarismo político que invadió al mundo occidental cristiano antes de que estallara la segunda guerra mundial. Las guerras a veces son un suicidio colectivo de una opinión pública sin esperanza. Y Huxley que paradójicamente era un ciego, lo pudo ver perfectamente. Por eso escribió su novela.
Pero el drama no se queda solamente ahí. «Un mundo feliz» es algo así como la carta oscura de navegación para quienes no le encuentran sentido a una vida sin espíritu épico y sin aventuras espirituales trascendentales, como sí la encontraron Teresita de Lisieux y el Padre Pío. Cada generación que nace en este planeta trae una porción de idealistas que son la fina punta de lanza de una humanidad inevitablemente encaminada a la búsqueda de un Dios que se presiente en las entrañas más profundas y que le promete alivio a sus penas en este valle de lágrimas, en este destierro doloroso que la cuaresma de este año nos convida a profundizar con varonil grandeza. A esa fina punta de hombres insatisfechos por el materialismo, fue que al parecer le apuntó con precisión casi diabólica Huxley, para llevarlos a la desesperación. Y la guerra estalló con una brutalidad que ya todos conocemos aunque no consiguió llevarse entre sus garras ideológicas al Papa y a todos los pensadores católicos de aquel entonces.
Es de elemental lógica tener que reconocer que la felicidad no es para esta vida terrena y que el cristianismo tiene la respuesta perfecta, heredada de la revelación hebrea hace muchos siglos. ¿Por qué insistir en buscar una salida diferente a ser cristiano consecuente?
Pareciera que Huxley hubiese sido algo así como un anti-profeta del siglo XX que se llevó con sus nocturnas predicciones toda una generación de pensadores capaces de habernos sacado al otro lado de este atolladero en que se metió la humanidad del siglo XXI. Sin embargo es de registrar que a pesar de todo, la luz del faro de la Iglesia seguía encendido y las puertas del infierno no prevalecieron.
Por Antonio Borda
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