Redacción (Lunes, 17-03-2014, Gaudium Press) Tratemos de actualidad. Converjamos a una escena común de la vida en nuestros días: un apartamento con un comedor – o algo que se le asemeje- para cinco personas. La familia que vive allí está cenando, pero no pasa de adorno aquel comedor. ¿Dónde están? Por su lado, el padre de familia, con el plato en la cama, está viendo el último partido de futbol de su equipo preferido, «a punto de ganar la copa». La señora de la casa está chateando con algunas amigas. ¿Y los hijos? Uno de ellos también está absorto con sus videojuegos y, por cierto, no se come todo lo que tiene en el plato. El otro -o la otra- está tomado por su iPhone desde que llegó a casa. En fin, todos parecen bastante ocupados mas ni por eso van a dejar de comer ¿no es verdad?
Tal vez alguien esté pensando: «¿qué importancia tiene? Al fin y al cabo, eso hace parte de nuestra vida cotidiana». Y de hecho, esta escena es muy común hoy. Es lo que afirma un estudio dirigido por el Birmingham Food Fest, publicado por el periódico británico Daily Mail. La investigación muestra cómo son cada vez más escasas las comidas en familia, y cuando las hay, los objetos electrónicos hacen presencia notable, si no indispensable. ¿En qué comida no hay alguien que utilice el celular para hacer una llamada, revisar el email, o quizá para chatear? Otros, menos discretos, llevan su laptop al comedor. Los niños se contentan con los videojuegos, y a los jóvenes nos le puede faltar su iPhone. ¿Para qué referirse a la influencia de la televisión? es algo que hace 40 años, hoy es algo anticuado en comparación con los dispositivos electrónicos modernos cuya presencia es cada vez más manifiesta. Así, esté o no esté reunida la familia, siempre hay algún «amigo» electrónico haciendo compañía, o por lo menos fingiéndola.
Si los dispositivos electrónicos son buenos o no, es un asunto de fácil respuesta pues como dicen «depende de para qué se usa». Por tanto, no es ése el problema principal y nuestra atención camina en dirección a otras cuestiones poco analizadas. Comencemos por las evidencias.
Con respecto a las crisis sociales que se presentan cada vez más, muchas personas la sintetizan como un problema cuya raíz es la ausencia del diálogo, problemas de comunicación. Y es de notar que siendo la familia «célula de la sociedad» no es posible que existan estas crisis si primero no se efectúan en el ámbito familiar. Luego, la falta de comunicación no tiene otro origen a no ser en el hogar. ¿Pero de qué depende eso? La respuesta es evidente para todos cuando se trata de seres humanos, es decir, seres pensantes y con capacidad de expresarse por medio del lenguaje.
La conversación, hablar unos con los otros, expresar las ideas por medio de las palabras; es una manera primordial de comunicación, y es aquella que tal vez ha sido más dejada de lado. El excesivo uso de los dispositivos electrónicos no es más que una excusa para ese problema, no pasan de una evasión a la natural necesidad de relacionarse con los demás, sobre todo, a tener que conversar. Consecuencia, las personas se cierran en sí mismas, se vuelven egoístas, antipáticas a cualquier tipo de adversidad o contrariedad, pierden la paciencia fácilmente, perdonan difícilmente, y olvidan que hacen parte de una familia. No es difícil que a nivel familiar esta situación haga que aparezcan malentendidos, desunión, etc.
Es sorprendente todo lo que puede suceder cuando se deja de hacer algo tan simple como conversar. ¿Y qué tiene que ver todo esto con eso de comer a la mesa? Si no nos hicimos esa pregunta antes, es hora de hacerla.
Hay un dicho popular que reza «familia que reza unida permanece unida»; podríamos también decir que «familia que come unida permanece unida», pues siendo el momento doméstico por excelencia, la comida en familia es cuando todos sus miembros se reúnen de la forma más natural, honesta e íntima. Pero surge otro problema. Para que ese dictado aquí formulado sea realidad, es necesario indicar cuál es el fin de tal acto familiar; o es la comida, o es el deseo de convivencia con los seres queridos. Si es la comida, es ocasión de los mismos problemas actuales. Cuando es la convivencia, hay lugar para algo totalmente distinto. Y qué mejor modo de convivir que la conversación, es allí el momento oportuno para compartir aquello que se piensa, se cree y se ama. Es el lugar donde se encuentran el apoyo y descanso necesario para la vida. Es el tiempo para mostrar a los otros quién soy verdaderamente.
De esta suerte, podríamos enumerar muchísimas otras características de la conversación, sin contar con los beneficios y privilegios que concede a aquellas personas que la practican habitualmente, aunque en brevísimas palabras podemos resumirlos como todo lo contrario de las consecuencias de los conflictos familiares. ¡Cuántas y cuántas familias tendrían una situación diferente si reuniéndose a la mesa, sin importar la comida que en ella hubiere, se interesasen más por los suyos, dejando un tanto de lado su propia persona y su natural propensión a comer! ¡Cuántas otras que ya disueltas o en fuerte conflicto habrían arreglado su malestar de esta forma! Es un tema que nos servirá para reflexionar por mucho tiempo, sea hasta el día en que la familia se vea tan degradada mundialmente que ya no se pueda hablar propiamente de familia, o sea cuando las crisis de nuestra sociedad estén solucionándose notablemente. Tanto por un lado como por otro, las comidas en familia encaradas con una beneficiosa conversación, siempre serán un punto capital en la formación de la sociedad.
Por Jonathan Caldas
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