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La lectura rápida y el desperdicio del sushi de 1 minuto

Redacción (Lunes, 17-03-2014, Gaudium Press) En medio de la banalidad y de tanta basurilla escandalosa, pseudo-emocionante, vehiculada cotidianamente por los grandes medios de comunicación, la lectura -o mejor, la buena lectura-, se va constituyendo cada vez más en un refugio, un oasis, hasta, por qué no, en un paraíso para la restauración.

Cuánto gustaríamos que sobre todo a las nuevas generaciones no les fuera cada vez más oculta la delicia de acompañar un buen relato histórico, de esos muchos que se han escrito, o de ciertos clásicos de la literatura, o uno que otro ensayo de carácter teológico o filosófico, no pedante o críptico, sino verdaderamente entendible y formativo a la vez que ameno.

Es claro que la lectura no puede reemplazar el contacto humano, pues la comunicación que allí se da es ‘per se’ mucho más rica; en la relación persona a persona se trasmite mucho más de lo que portan las meras palabras. Entretanto, no es menos cierto que una buena lectura puede ser una enriquecedora conversación con algunos de los mayores genios que ha producido la humanidad. Y no es todos los días que tenemos la oportunidad de conversar con Churchill, o con San Agustín, o con Camões, pero sí a través de un libro. Genios de la escritura o en la escritura hay para todos los gustos, para todas las inteligencias, y para todas las culturas. No es sino luchar un poco por salir de la cárcel inmunda de la banalidad de cierta midia ‘pop’ moderna, y podremos hallar lo que es un aire puro.

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Pero estas líneas no son específicamente para hacer el elogio de la buena lectura, sino para irnos lanza en ristre contra un tipo de mala lectura, no en cuanto al contenido sino con relación a la forma: la tan cacareada «lectura rápida».

Pues justamente la lectura que educa y construye -y la que es en definitiva profundamente placentera- es aquella que se asimila a una «conversación», en la que sí comprendemos y analizamos lo que dice nuestro «interlocutor-autor», pero no sólo eso. En una conversación también emitimos nuestras opiniones, nuestras concordancias y discordancias, vamos asumiendo posiciones y como fundamento de todo, ejercitamos nuestra capacidad de reflexión. Y esta forma de lectura tiene que hacerse justamente con los ritmos de la conversación y no con los afanes del estilo «fast-food», o «fast-game», o «fast-life».

Por ejemplo, según ciertos métodos de lectura rápida, un romance corto puede ser leído en hora, hora y media: es decir, casi que en el tiempo de un viaje al interior de una de nuestras megalópolis. Y sin embargo, ¡qué desperdicio! «Un romance no fue escrito para ser absorbido en un período tan corto. No hay tiempo para implicarse con los personajes, imaginar escenas e intentar adivinar lo que va a suceder después. El libro se torna un borrón», nos dice Danilo Venticinque, en su excelente artículo «Leer con prisa es peor que no leer«.

No estamos diciendo que no haya vicios de lectura, como por ejemplo la regresión, que no deban ser corregidos, y que ciertas lentitudes perezosas no merezcan mejores ritmos. No estamos afirmando que una visión rápida de aquello que vamos a leer no sirva, por ejemplo, para prepararnos mejor a una lectura comprensiva, reflexiva. Entretanto, tratar a Verne, o a Dumas o a Lamartine como amigos de sólo una horita, es algo parecido a querer ver un buen filme en 5 minutos, o a comer un exquisito sushi en 1. En definitiva, un absurdo, pues se puede -con el ‘forward’- «ver» el filme en par patadas, o se puede uno atragantar del sushi de un sólo golpe, pero ni se degustó el clásico, ni se saboreó la exquisitez: más bien nos preparamos para una mala digestión.

En la línea de lo afirmado por Venticinque en el artículo citado, sí concordamos que programas de lectura rápida «sólo tendrán valor si los usamos para leer textos poco importantes», o para hallar rápidamente en un maremágnum de simplezas lo que sí importa. «Si es para perder tiempo con bobadas, que al menos sea poco. Internet está lleno de textos que merecen ser leídos a 1000 palabras por minuto». Pero hay muchos, muchos textos, que «merecen un destino mejor».

Y sobre todo, nuestro espíritu merece ser tratado con más educación, con más delicadeza, pues es reflejo del Creador.

Por Saúl Castiblanco

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