Redacción (Miércoles, 19-03-2014, Gaudium Press) ¿Cuáles eran las ciencias -los tipos de conocimiento- que iluminaban la inteligencia divina y humana del Salvador? Dejemos que el P. Royo Marín nos lo explique, basado él en Santo Tomás.
Poseía y posee Cristo, como Dios que es, la Ciencia Divina, es decir, una comprensión infinita de sí y un conocimiento absoluto «de todas las cosas distintas de sí mismo», las cuáles conoce «no en sí mismas, sino en su propia inteligencia infinita, por cuanto su esencia contiene la imagen de todo cuanto no es Él». 1
Niño Jesús, según Fra Angelico |
Por esto, exclama en una exhalación piadosa el Padre Sauvé, «vos sois, ¡oh tierno Niño que dormís en el pesebre o descansáis en el regazo de vuestra Santísima Madre! la Visión eterna en persona». 2
Pero Jesús también tenía la Ciencia beatífica, es decir la que deriva de la visión beatífica, que es poseída por los ángeles y los bienaventurados, y que Él poseía en cuanto hombre. Esto es afirmado sin ambages por Royo Marín cuando dice que «Cristo, en cuanto hombre, poseyó la ciencia beatífica desde el primer instante de su concepción en el seno virginal de María». 3
Sin ser de naturaleza infinita, pues esta inteligencia le venía en cuanto hombre, la extensión de su ciencia beatífica era inconmensurable. Primero, por esta ciencia, aunque no comprendía del todo la esencia divina, sí la comprendía perfectamente. Y con relación a las cosas creadas, veamos lo que nos explica el docto Padre Royo:
En virtud de su ciencia beatífica, la inteligencia humana de Cristo conoció en el Verbo absolutamente todas las cosas existentes según todos los tiempos (pasado, presente y futuro), porque todas ellas le están sometidas (cf. 1 Cor 15, 27); incluso los pensamientos de todos los hombres, ya que a todos les ha de juzgar (cf. D 2184).
No conoció, sin embargo por esta ciencia beatífica todos los seres posibles que Dios pudiera crear, porque ello equivaldría comprender a Dios. Pero sí conoció todo lo que las criaturas pueden realizar, porque comprendió perfectamente en el Verbo la esencia de todas las criaturas y, por consiguiente, toda su potencia y su virtud, o sea, todo lo que son capaces de realizar (Cfr. STh III 10, 1-4) 4
Asimismo poseía Dios-Hombre la Ciencia infusa, esto es «aquella ciencia que no se ha adquirido por la enseñanza de las criaturas o por la investigación de la propia razón, sino por especies inteligibles infundidas directamente por Dios en el entendimiento humano o angélico» 5 es decir, una ciencia que proviene directamente de Dios.
Dice al respecto Sauvé que, exceptuada la Virgen Bendita, «a quien graves teólogos atribuyen la visión beatífica por excepción y únicamente en ciertos momentos los más solemnes de su vida, las revelaciones más sublimes de los santos dependen de la ciencia infusa, no de la visión beatífica. No era en Dios sino en unas ideas infundidas por Dios, en quien una Santa Catalina de Siena, una Santa Teresa, veían a Nuestro Señor. Es evidente que esta ciencia infundida por Dios en los ángeles, en los santos, en las almas desde el momento en que abandonan la tierra, y conservada por él en los mismos condenados, ha debido tenerla Nuestro Señor, desde el primer instante, en toda su perfección». 6
Es esta ciencia, presente en Jesucristo desde el primer instante de su concepción en el seno de la Virgen, la que explica el texto de la Carta a los Hebreos que dice que Cristo, al entrar en este mundo, se ofreció al Padre para hacer su voluntad (cf. Hb 10, 5-7). En efecto, Dios encarnado «no podía hacer ese ofrecimiento con su ciencia adquirida (puesto que no la tenía todavía), ni tampoco con su ciencia beatífica, que se ordena a la fruición de Dios, no a la realización de actos meritorios, como fue ese ofrecimiento; luego tuvo que hacerlo con una ciencia infusa por Dios.» 7
Por esta ciencia infusa, Jesús «abarcaba sin esfuerzo el universo entero, todos los secretos del cielo y de la tierra, todos los secretos de los corazones, todos los tiempos. Desde Belén y desde Nazaret, aún mientras el Divino Niño dormía o sonreía, veía a Getsemaní y su agonía, el pretorio y sus afrentas, la columna y sus torturas, el Calvario y sus dolores y su muerte espantosa. (…) Esta ciencia, ni el espacio, ni el tiempo, ni la eternidad la limitaban; sólo se detenía ante la infinidad divina, que claramente conocía, aun cuando sin comprenderla, y ante el misterio de la Santísima Trinidad, cuya existencia conocía por sus efectos, esto es por la gracia, la gloria, la encarnación, sin penetrar su naturaleza, por ser cosa que está reservada a la visión beatífica». 8
Finalmente poseía Jesús la ciencia adquirida, que es claramente una inteligencia humana, por medio de la cuál adquirimos a través de nuestro entendimiento las ideas, a partir de los datos ofrecidos por los sentidos. Es claro que esta ciencia de Jesús era muy superior a la de todos los hombres, al punto de conocer todo lo que el hombre puede saber por la acción del entendimiento agente. 9
Es cierto, el asunto no es de tan fácil comprensión -al final de cuentas estamos hablando de la Segunda Persona de la Trinidad-, pero gracias a Dios ahí están los textos fuente, y todos los tratados serios de Cristología, sobre todo el tratado del Verbo encarnado de Santo Tomás, para que nos sumerjamos con admiración en las diversas ciencias de la persona divina de Nuestro Señor Jesucristo.
Por Saúl Castiblanco
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1 Royo Marín, Antonio O.P. Jesucristo y la Vida Cristiana. Biblioteca de Autores Cristianos. BAC. Madrid. 1961 p. 106
2 Sauvé. Jesús íntimo. pp. 222-226 in Royo Marín, Antonio O.P. Jesucristo y la Vida Cristiana. Biblioteca de Autores Cristianos. BAC. Madrid. 1961 p. 107
3 Royo Marín, Op. cit. p. 109.
4 Ibídem, p. 111
5 Ibídem, p. 115
6 Sauvé. Jesús íntimo. pp. 236-240 in Royo Marín, Antonio O.P. Jesucristo y la Vida Cristiana. Biblioteca de Autores Cristianos. BAC. Madrid. 1961 p. 116
7 Royo Marín, Op. cit. p. 117
8 Sauvé, Op. cit. 241
9 Cfr. Royo Marín, Op. cit. p. 121.
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