Londrina (Jueves, 20-03-2014, Gaudium Press) El arzobispo de Londrina, Brasil, Mons. Orlando Brandes, ha escrito un artículo donde afirma que la belleza de la cuaresma está en el amor en exceso de Dios por nosotros, hasta la sangre. Afirma él que, contemplando a Jesús crucificado los santos acostumbran decir: «es así que se ama, esto es el amor». Para el prelado, todo el tiempo cuaresmal debe ser un retiro sobre el amor de Dios por la humanidad, pues Jesús se hizo pecado y maldición, para nuestra dignificación, nuestra elevación, nuestra justificación y, por tanto, no podemos dudar del amor de Dios.
De acuerdo con el arzobispo, la cuaresma es una peregrinación, una romería, una caminata hasta nuestro interior. Él explica que la oración, la limosna y el ayuno son actitudes filiales con Dios y actitudes fraternas hacia los hermanos. Mons. Orlando refuerza que la belleza de la cuaresma está en el éxtasis y en el éxodo: éxtasis es salir de sí y aproximarse a Dios y éxodo es salida de sí en la dirección del hermano.
«Cuaresma es tiempo de crecimiento espiritual, un itinerario de la experiencia en la iniciación cristiana. El Bautismo, la Eucaristía, el Crisma y la Penitencia son medios para una transformación de vida y condición para la iniciación cristiana. Renunciamos al mundo pagano, para entrar en el pueblo de Dios. La cuaresma nos ofrece una oportunidad de reencantamiento por Jesucristo y de profundización del discipulado», agrega.
Otro aspecto evaluado por el prelado es que la cuaresma equivale a la experiencia del pueblo de Dios en el desierto, rumbo a la liberación, y que Dios nos atrae al desierto para hablar a nuestro corazón. Conforme el arzobispo, en el desierto caen los ídolos y sucede el encuentro con el Dios vivo, pues pasando por tentaciones y tribulaciones, noches oscuras y purificaciones propias del desierto, llegaremos al día soleado, a la celebración, a la fidelidad de la alianza con Dios. «No hay cuaresma sin resurrección», completa.
Por último, Mons. Orlando resalta que la espiritualidad cuaresmal nos permite descubrir la profundidad, la anchura, el largo y la altura del amor de Dios, porque descendemos con Jesús al valle de la humildad y vamos aprendiendo a conocernos a nosotros mismos, a los otros y a Dios. Para él, la sangre, las llagas, el corazón traspasado del Señor nos tornan ebrios de amor por Dios y por los hermanos.
«Jesús en su pasión pensó en cada uno de nosotros. Sufrió por nosotros, nos miró con amor. La cuaresma es remedio para nuestras heridas. En la sangre del Cordero somos curados. Es también una escuela de amor donde aprendemos la paciencia, la obediencia, la humildad, el desapego. No pasemos por la cuaresma, entremos en ella, dejándonos transformar por el amor paciente, compasivo, y clemente de Dios, manifestado en Jesús. Él es la belleza que salva», concluye. (FB)
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