Santafé de Bogotá (Miércoles, 26-03-2014, Gaudium Press) Una multitud se agolpaba pasado lunes, día festivo, en la Plaza de Bolívar. No era una manifestación política, como aquellas que hace algunas semanas nos atiborraron. No era un concierto de música impulsado por una exitosa casa disquera o por la fama de una artista de «talla internacional», ni tampoco era un paro de algún sector de la población exigiendo reivindicaciones al gobierno.
¿Qué reunía entonces a tantos miles de personas un festivo, en el centro de la ciudad?
Gritos de entusiasmo se escuchaban a cuadras del lugar del acontecimiento, y un ambiente de alegría general comenzaba a inundar desde temprano en la mañana esas estrechas calles tantas veces recorridas (las más recorridas de la ciudad), calles que tanto podrían contar si hablaran.
Foto: Arquibogota.org.co |
Grandes y pequeños, ricos y pobres, todas las razas del país hacían parte de esta gran multitud, y tal contraste de público nos hacía cuestionarnos nuevamente ¿Qué es lo que esta gente tiene en común que los hace tan felices, aun siendo tan diferentes?
Iban pasando las horas y la multitud iba creciendo.
Alegres músicas religiosas, cantadas más con el corazón que con la misma voz, recorrían las callejuelas de esa Bogotá colonial y hacían eco en los vetustos edificios del lugar asustando a un Bolívar o a un Gaitán, quienes se preguntarían con nosotros ¿Qué es lo que hace cantar a esa gente con tanto ardor?
Nos vamos acercando a la plaza y vemos a un grupo de señoras en una esquina hablando y riendo, al parecer esperando a que inicie el evento, vestían de negro y su cabeza estaba cubierta por un velo blanco, eran religiosas. Más allá contemplamos a un grupo de gente llegando cada uno con una camándula en la mano; venían contentos rezando el rosario. Por otro costado divisamos un grupo de jóvenes vestidos a manera de cruzados, cantando alegremente y llevando una bella imagen de la Virgen en hombros. Y por todo lado arriban los sacerdotes, que con su extensiva caridad van saludando y sonriendo a quienes se les acercan, vestidos con su inconfundible atuendo negro.
Y todos estos personajes nos hacen cuestionar con más ahínco ¿Cuál es el misterio que reúne a estas personas aquí hoy y que los hace tan alegres?
Al mirar hacia el costado norte de la Plaza, todo dispuesto para la celebración de una Misa, una muy importante al parecer.
Son ya las 11:30 y las campanas comienzan a sonar, solemnemente anunciando el inicio del acto tan esperado. La multitud en silencio reverencial dirige su mirada al palco principal enmarcado por la imponente figura de la Catedral Primada y coronado por los verdes cerros orientales de la ciudad.
Nuestro interior sigue indagando acerca de tan grande acontecimiento, y en el transcurso de la ceremonia nos damos cuenta que la reunión de este día se debe a la conmemoración de los 450 años de la Arquidiócesis de Bogotá. Pero esa respuesta no nos basta: hay algo que une a toda esta gente y que va más allá de celebrar 100, 200, 400 o 500 años; hay algo en común que vibra dentro de cada uno de los asistentes y que los hizo madrugar y llegar hasta acá; hay una luz en sus ojos, un brillo que en otros lados y en otros grupos de gente no se ve.
Con la bendición del Arzobispo culmina la ceremonia, es increíble, y la alegría que verificábamos en la gente antes de llegar a la Plaza, que parecía les llenaba el alma, se ha transbordado y ahora ellos exteriorizan su entusiasmo, la gente se abraza, se saluda, comentan entre sí sus impresiones, y con una gran sonrisa impresa en sus rostros se dirigen nuevamente a sus casas.
Y nos volvemos a preguntar ¿Qué reunía entonces a tantos miles de personas un festivo, en el centro de la ciudad? ¿Qué es lo que esta gente tiene en común que los hace tan felices, aun siendo tan diferentes? ¿Qué es lo que hace cantar a esa gente con tanto ardor? ¿Cuál es el misterio que reúne a estas personas y que los hace tan alegres? Y contestamos sin dudar ¡es la Santa Fe, de Bogotá!
Por Guillermo Torrres B.
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