Redacción (Miércoles, 26-03-2014, Gaudium Press) El estudio de las grandezas y dones de la Virgen Santísima es tan antiguo como la misma Iglesia; como es sabido, desde los primerísimos tiempos los fieles se volcaban en la devoción a la Madre de Dios y anhelaban por conocer más a su respecto.
En este sentido debemos alegrarnos por el hecho que la devoción del pueblo fiel se adelantó en muchos años -y siglos- a las explicitaciones de los teólogos. En este movimiento de fe debemos ver la acción del Paráclito impulsando a los devotos de la Virgen que desde antiguo celebran a María Madre de Dios, a la toda Santa, la Virginidad perpetua, la Asunción de Nuestra Señora en cuerpo y alma a los cielos, mucho antes que la Iglesia se pronunciase oficialmente. Es este feliz consorcio entre la piedad de los fieles y la gracia del Espíritu Santo, que iba dirigiendo los espíritus para que posteriormente los teólogos se pronunciasen recogiendo estos tesoros de la piedad popular y les diesen la formulación teológica adecuada.
De este modo, la ciencia mariológica en cuanto tal se estructuró muy tarde. No que antes no se estudiase o pensase teológicamente en la Doncella de Nazaret, pues desde los Santos Padres y en la Edad Media hubo grandes explicitaciones marianas; pero repetimos, en cuanto ciencia tenemos un primer estudio realizado por el conocido teólogo Francisco Suárez, pero el primero que utilizó la expresión Mariología fue Plácido Nigidio en su trabajo ‘Summa Sacrae Mariologiae’, editada en Palermo, Italia en 1602.
Así las cosas los estudios teológicos sobre María Santísima se fueron desarrollando.
De estos estudios los teólogos dedujeron ciertos principios que muchos consideran fundamentales en la Mariología. Estos principios no son nuevos ni inventados, sino que fueron enseñados ya por los Santos Padres y están enraizados en la piedad cristiana.
Principio de Singularidad: María Santísima es completamente singular; ya que trasciende a todos los demás seres creados, se le atribuyen dotes y privilegios singulares.
«Dado que María es por designio de divino, una criatura del todo singular y única, ha recibido del Señor unas gracias y privilegios que están fuera de la ley común y que a ninguna otra criatura pueden convenir». (Bastero de Elizalde, J.L., María Madre del Redentor, EUNSA, Navarra, España, 2004, pág. 33).
Y San Anselmo afirma poéticamente: María es «la mujer maravillosamente singular y singularmente admirable» (apud, Bastero de Elizalde, Op. Cit. Pag. 33).
En otras palabras Ella es única. Algunos afirman así este principio: «sobre ti sólo Dios, por debajo de Ti todo lo que no es Dios». Y El Papa Pio XI en su encíclica «Lux Veritatis» (AAS 23 1931), afirma: «Del dogma de la divina maternidad, como de fuente de arcano manantial, brota la gracia singular de Maria y de su dignidad suprema después de Dios»
Principio de conveniencia: Dios confirió a María todos los dones de cuya positiva conveniencia se puede dar una sólida prueba. Santo Tomás fundamenta este principio de la siguiente forma: «Cuando Dios elige a alguno para algún oficio lo prepara y lo dispone de forma que se haga idóneo para el mismo» (S. Th. III, q 27, a. 4c). El santo oficio de María Santísima fue ¡la Maternidad Divina!
El Beato Pío IX afirma: «Convenía absolutamente que brillase adornada siempre con los esplendores de una perfectísima santidad… tan venerable Madre». Bula ‘Ineffabilis Deus’.
Principio de eminencia: Todos los privilegios que Dios confirió a algún santo se los concedió también a su Madre de forma eminente. Es una variación del principio de conveniencia. Grandes santos como San Bernardo, San Buenaventura, San Alberto Magno afirmaron con claridad esta eminencia de la Santísima Virgen María. En el magisterio ordinario tenemos la rotunda afirmación del Papa Pío XI: «Es Madre de Dios, luego todo privilegio que ha sido concedido a cualquier santo, esto Ella lo tiene más que todos». Encíclica ‘Lux veritatis’ AAS (1931) 513.
Principio de analogía o semejanza: Es decir que existe una analogía entre los privilegios de la humanidad de Cristo y los privilegios de María.
Bastero de Elizalde en su obra Madre del Redentor afirma: «María posee de forma análoga, conforme a su estado y condición los diversos privilegios de la Humanidad de Jesucristo. Vemos que a la plenitud de gracia de Cristo, a su realeza y a su carácter Redentor, etc…. corresponden análogamente la plenitud de gracia de María, su realeza y su mediación, etc.
Evidentemente, la analogía que se aplica es la atribución, en la que el analogado principal es Cristo y el analogado secundario y subordinado es María». (Conf. Bastero de Elizalde, ob. Cit. Pág. 35)
San Luis María tiene una expresión muy bella en su célebre Tratado de la Verdadera Devoción: «Dios reunió todas las aguas y la llamó mar. Reunió todas las gracias y la llamó María»
Principio de asociación: María es asociada al hijo Redentor en la obra de la redención. Además de grandes santos y teólogos que afirmaron este principio, tenemos la voz de los Papas que resuena con áurea sonoridad en el cielo de la Mariología.
Así dice el Beato Pío IX: «La Santísima Virgen unida con Él con estrechísimo vínculo, ejerciendo juntamente con Él y por Él sempiternas enemistades contra la venenosa serpiente y triunfando de ésta con toda plenitud, aplastó con su inmaculado pie la cabeza de dicha serpiente». Bula ‘Ineffabilis’.
Y León XIII enseña: «Libre de la primitiva mancha la Virgen, elegida Madre de Dios, y por lo mismo hecha consorte de la liberación del género humano». Encíclica «Supremi Apostolatus»: AAS 16.114.
Pío XI también es muy claro: «La augusta Virgen… ha sido elegida Madre de Cristo para esto, para ser corredentora del género humano». Epístola «Auspicatus profecto»: AAS 25 81933) 80.
El profesor Plinio Corrêa de Oliveira, en sus charlas de formación a sus discípulos afirmaba un principio mariológico que decía así: «Aquello que todos los santos, los ángeles y los justos de la tierra, piden juntos sin la intercesión de María, no lo obtienen. Aquello que María Santísima pide a Dios, sin los santos, sin los ángeles y sin los justos de la tierra, Ella lo obtiene, porque tiene la súplica omnipotente ante el Corazón de su divino Hijo».
Ahora, el origen de todos estos principios y muchos otros que podríamos enunciar está en el inefable privilegio de Nuestra Señora: su Maternidad Divina. Ella por ser escogida por el Altísimo para esa misión extraordinaria fue colmada de dones y privilegios insondables.
Por el P. Juan Carlos Casté, EP
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