Frederico Westphalen (Viernes, 28-03-2014,Gaudium Press) Mons. Antonio Carlos Rossi Keller, obispo de la diócesis de Frederico Westphalen, en el Estado de Río Grande del Sur, Brasil, escribió en su último artículo sobre el agua dada por Jesús que mata la sed de vida y de felicidad del hombre, en alusión al evangelio del último domingo sobre la samaritana que fue a buscar agua en el pozo.
Según el prelado, nuestra sociedad creó grandes expectativas: nos dijo que tenía la respuesta para todas nuestras búsquedas y que podía responder a todas nuestras necesidades; nos garantizó que la vida plena estaba en la libertad absoluta, en una vida vivida sin dependencia de Dios; nos dijo que la vida plena estaba en los avances tecnológicos, que tornarían nuestra existencia cómoda, en eliminar la enfermedad y posponer la muerte; afirmó que la vida plena estaba en la cuenta bancaria, en el reconocimiento social, en el éxito profesional, en los aplausos de las multitudes, en los cinco minutos de fama que la televisión ofrece, entre otros ejemplos.
Jesús y la samaritana Vitral en la iglesia de St. Patrick, Roxbury, EE. UU. |
Entretanto -continúa el obispo- todas las conquistas de nuestro tiempo no consiguen callar nuestra sed de eternidad, de plenitud, de esa cosa más que nos falta para ser realmente felices. Él recuerda además que la afirmación esencial que el Evangelio del último domingo nos hizo fue la siguiente: solo Jesucristo ofrece el agua que mata definitivamente la sed de vida y de felicidad del hombre.
«¿No es verdad que muchas veces nos olvidamos de estas verdades o incluso ni siquiera las descubrimos? ¿No es verdad que, muchas veces, mi búsqueda de realización y de vida plena se hace en otros caminos? ¿Qué será preciso hacer para conseguir que los hombres de nuestro tiempo aprendan a mirar hacia Jesús y a tomar consciencia de esa propuesta de vida plena que él ofrece a todos?», cuestiona el prelado.
Para Mons. Antônio, esa agua viva de la que Jesús habla nos hace pensar en el bautismo, pues para cada uno de nosotros ese fue el comienzo del caminar con Jesús. Conforme el obispo, a esa altura acogemos en nosotros el Espíritu que transforma, que renueva, que hace de nosotros hijos de Dios y que nos lleva al encuentro de la vida plena y definitiva.
«En ese sentido, debemos hoy interrogarnos acerca de nuestra vida cristiana. ¿Hemos sido, verdaderamente, coherentes con esa vida nueva que recibimos? ¿El compromiso que asumimos, con Cristo y en la Iglesia, es algo olvidado y sin significado, o es una realidad que marca mi vida concreta, mis gestos, mis valores y mis opciones?»
El evangelio cuenta también que la samaritana dejó su cántaro, fue a la ciudad y habló con la gente. De acuerdo con el prelado, el cántaro significa y representa todo aquello que nos da acceso a esas propuestas limitadas, falibles, incompletas de felicidad. Él resalta que el abandono del cántaro significa el romper con todos los esquemas de búsqueda de felicidad egoísta, para abrazar la verdadera y única propuesta de vida plena.
«Se trata por eso de un desafío que el Señor nos hace para que estemos dispuestos a abandonar el camino de una felicidad egoísta, parcial, incompleta, y a abrir el corazón al Espíritu que Jesús nos ofrece y que exige de nosotros una vida nueva», evalúa.
Por último, Mons. Antônio recuerda que después que la samaritana encontró al salvador del mundo, que trae el agua que mata la sed de felicidad, ella no se encerró en casa a gozar su descubrimiento; sino que partió a la ciudad, a proponer a sus conciudadanos la verdad que había encontrado. Para el obispo, es importante preguntarnos: ¿yo soy, como ella, un testigo vivo, coherente, entusiasmado de esa vida nueva que encontré en Jesús?
«Tenemos hoy un ambicioso programa cuaresmal: renovar nuestra fe y traer a nuestros amigos al encuentro de Cristo, para que Él sacie también su sed de felicidad. El Señor no engaña a los que en él confían: quien bebe de esta gracia vivirá feliz y sentirá la necesidad de compartir con los otros la propia felicidad. Pidamos a María, la llena de gracia, que nos ayude a comprender esta maravilla», concluye el obispo de Frederico Westphalen. (FB)
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