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¿Por qué la Iglesia es llamada de "Apostólica"?

Redacción (Lunes, 31-03-2014, Gaudium Press) La vida del hombre es un continuo abrir de la inteligencia a realidades nuevas, al punto de siempre tener algo que aprender, asimilar, retener. Varias veces nos deparamos con un término, una expresión, o una simple palabra, y no sabemos explicar su significado; aquello pasa desapercibido en medio de tantas otras cosas, y con eso no penetramos en ese nuevo conocimiento, hasta que aquel vocablo es captado nuevamente por nuestros oídos, y entonces lo analizamos. ¡Cuántas veces eso sucedió con nosotros, por ejemplo cuando recordamos que la Iglesia de Cristo es llamada de ‘Apostólica’ ! Realmente… por qué Apostólica. La respuesta es simple. La expresión Apostólica significa que la Iglesia tiene su origen en Cristo, por medio de sus 12 primeros seguidores: los Apóstoles. O sea, todo lo que dice respecto al ‘múnus’ de santificar, enseñar y gobernar remonta en linaje directo a los Apóstoles. Pruebas de eso no faltarán tanto en las Sagradas Escrituras, como en la Liturgia y en la propia Historia de la Iglesia.

En los Evangelios

Poco antes de subir a los cielos, el Señor Jesús envió a sus Apóstoles revistiéndolos con el mismo poder que el Padre le enviara: «Toda autoridad me fue dada en el cielo y en la tierra. Id, pues, y enseñad a todas las naciones; […] Enseñadlas a observar todo lo que os prescribí (Mt 28, 18-20).» A partir de ahí todos los que oían, oían a Jesucristo y todos los que lo rechazaban era al propio Dios que lo hacían (Cf. Lc 10,16).

1.jpgQue fueron enviados por el propio Cristo, Él mismo lo afirmó: «como el Padre me envió, así también yo os envío a vosotros» (Jn 20, 21). «Los apóstoles nos evangelizaron de parte del Señor Jesucristo. Jesucristo fue enviado por Dios. Cristo, pues, por Dios y los Apóstoles por Cristo» [1].

Ahora, la misión confiada a ellos no es simple, pues Cristo les incumbió de predicar el Evangelio a toda criatura (Mc 16, 15), y de dar testimonio de Él delante de los gobernadores y reyes (Cf. Mt 13, 9). Tal misión no se podría extinguir en ellos, ni permanecer solamente en las personas de ellos, por eso Nuestro Señor les prometió que permanecería con ellos «todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20).

Delante de esa promesa «¿cómo habría de suceder únicamente con los Apóstoles, cuya condición de hombres los sujetaba a la ley suprema de la muerte? La Providencia divina había, pues, determinado que el magisterio instituido por Jesucristo no quedaría restringido a los límites de la vida de los Apóstoles, sino que duraría siempre. Y en realidad, vemos que fue siendo transmitido y pasó como que de mano en mano en la sucesión de los tiempos» [2].

En la gesta de los Apóstoles

«Durante su vida los Apóstoles recurrieron a colaboradores para que asumiesen algunas tareas o para substituir su ausencia. En una o en otra circunstancia se ve la prolongación del apóstol, de sus poderes y de sus funciones» [3]. Vemos en esto la acción del Espíritu Santo, sumada a la necesidad de los Apóstoles, de ir promoviendo la sucesión apostólica.[4]

2.jpgUn ejemplo de esto tenemos cuando Pablo, «impelido por el Espíritu» (Hch 20, 22), va a Jerusalén, y antes de partir -previendo que no tornaría a ver a sus fieles- se dirige a ellos con esas palabras: «Cuidad de vosotros mismos y de todo el rebaño sobre el cual el Espíritu Santo os constituyó obispos, para pastorear la Iglesia de Dios, que Él adquirió con su propia sangre» (At 20, 28).

Eso se confirma por el hecho de que San Pablo impuso las manos a Timoteo, y lo encargó de instruir a los fieles a él subordinados [5]; y todavía, por ocasión de la su misiva a Tito: «Yo te dejé en Creta para que acabares de organizar todo y establecer ancianos en cada ciudad, de acuerdo con las normas que te tracé» (Tt 1,5). De ese modo, además de instruirlo a organizar la Iglesia de Creta, el Apóstol le incumbe de escoger ancianos para cuidar de las otras ciudades; «constituyeron, pues, tales varones y les administraron, después, la ordenación a fin de que, cuando ellos muriesen otros hombres íntegros asumiesen su ministerio» [6]. Con eso queda explicita la transmisión del poder de santificar, enseñar y gobernar, dado por Nuestro Señor Jesucristo a los Apóstoles y que a su vez fue siendo entregada a los discípulos venideros, «a fin de que la misión a ellos confiada continuase después de su muerte» [7]. «Después de predicar por comarcas y ciudades establecieron sus primicias como episcopos y diáconos, después de haberlos examinado…» [8]

Con efecto, los apóstoles no solo consagraban a los Obispos, sino «ordenaban a sus sucesores que escogiesen hombres propios para esa función y los revistiesen de la misma autoridad confiándoles, a su vez, el cargo de enseñar» [9]. Tal doctrina nosotros la vemos claramente expuesta por San Pablo, al decir a Timoteo «lo que de mí oíste en presencia de muchos testigos, confiadlo a hombres fieles que, a su vez, sean capaces de instruir a otros» (2 Tm 2, 2).

En el tiempo de los Padres de la Iglesia

¿Cómo se dio a través de los siglos la sucesión apostólica? Innúmeros autores nos explican tal hecho, en especial Eusebio de Cesarea [10]: «después del martirio de Pablo y de Pedro, el primero a ser electo para el episcopado de la Iglesia de Roma fue Lino» [11], y «después de ejercer el cargo durante doce años, lo transmite a Anacleto» [12]. En Jerusalén, después de la muerte de Santiago, los Apóstoles que todavía estaban vivos se reunieron a fin de elegir una persona digna de sucederlo, y luego llegaron a un común acuerdo: Simeón, hijo de Clopas[13]. Así, la conexión con el origen se fue asegurando y siendo transmitida, desde los principios de la Iglesia hasta los días de hoy.

La propia liturgia, en el prefacio de los Apóstoles, exalta esa ligación directa a los 12 primeros discípulos del Señor: «Pastor eterno, vos no abandonáis el rebaño, mas lo guardáis constantemente bajo la protección de los Apóstoles. Y así la Iglesia es conducida por los mismos pastores que pusisteis al frente como representantes de vuestro Hijo Jesucristo, Señor nuestro»[14].

De ese modo la Iglesia «fue y continua siendo construida sobre ‘el fundamento de los apóstoles’ (Ef 2,20), testigos escogidos y enviados en misión por el propio Cristo [15]. Ella, a lo largo de los siglos fue conservando y difundiendo las enseñanzas de Cristo, formando así un precioso depósito proveniente de las propias palabras de los Apóstoles. Por tanto, en la persona de sus sucesores – Papa y Obispos – «Ella continua siendo enseñada, santificada y dirigida por los Apóstoles hasta la vuelta de Cristo» [16], permaneciendo, por tanto, tal como Cristo la fundó.

La única Iglesia que puede remontar su genealogía sin que le falte un enlace siquiera, hasta los Apóstoles y Cristo es la Iglesia Católica. De esta forma, ¿cómo puede un católico avergonzarse de su Iglesia? ¿Quién puede andar tan seguro como un católico, en lo que dice respecto a la doctrina y la legitimidad de sus pastores? Pues como vimos, su doctrina no es fruto de imaginaciones superfluas, ni de farsas engañosas, sino «es la que los Apóstoles predicaban antes y se esparció como un germen por toda la superficie de la Tierra» [17].

Por José Luís de Melo Aquino
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[1] Clemente Romano ad Cor. 42, 1-2. Apud: ETCHEVERRIA, Ramón Trevijano. Patrologia. Madrid: BAC, 1994. «Los apóstoles nos evangelizaron de parte del Señor Jesucristo. Jesucristo fue enviado por Dios. Cristo, pues, por Dios y los apóstoles por Cristo… «, p. 18.
[2] Leão XIII, carta encíclica Satis cognitum, 29 jun. 1896: AAS 28 (1895-96) p.718.
[3] FUENTE, Eloy Bueno de la. Eclesiología. Madrid: BAC, 1998. p. 191.
[4] A sucessão apostólica é a transmissão aos seus sucessores do «múnus Apostólico de apascentar a Igreja, o qual deve ser exercido perpetuamente pela sagrada ordem dos Bispos» (Cf. LG, 20).
[5] Cesaréia, Eusébio de. História Eclesiástica. Tradução de Wolfgang Fischer. São Paulo: Novo Século, 2002. «Pelo menos sobre Timóteo refere-se que foi o primeiro a ser designado para o episcopado da igreja de Éfeso, assim como Tito, das igrejas de Creta.» (III, 4, 5).
[6] CIC, 861.
[7] LG, 20.
[8] Clemente Romano ad Cor. 42, 4. Apud: ETCHEVERRIA, Ramón Trevijano. Patrologia. Madrid: BAC, 1994. «Tras predicar por comarcas y ciudades establecieron sus primicias, tras probarlos espiritualmente, como epíscopos y diáconos de los futuros creyentes (42,1-4).» p.18.
[9] Leão XIII, carta encíclica Satis cognitum, 29 jun. 1896: AAS 28 (1895-96), p.718.
[10] Mencionaremos apenas alguns para exemplificarmos a fim de não nos estendermos demasiado.
[11] Cesaréia, Op. Cit., III, 2, 1.
[12] Cesaréia, Op. Cit., III, 13, 1.
[13] Cf. Cesaréia, Op. Cit., III, 11, 1.
[14] Missal Romano. 9ª ed. São Paulo: Paulus, 2004. P. 449.
[15] CIC, 857.
[16] CIC, 857.
[17] MARTINIS, Valdomiro Pires, Pe. Catecismo Romano. 2ª ed. Petrópolis: Vozes Limitada, 1962.

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