Redacción (Jueves, 03-04-2014, Gaudium Press)
De una santa pareja sin hijos…
Santiago y Viena formaban una pareja que vivía en Paula, pequeña ciudad de la Calabria, en Italia. Santiago era agricultor. Viena ayudaba al marido en lo que era posible a una mujer hacer. Juntos, constituían una pareja católica ejemplar.
Aunque llevando una vida difícil, buscaban santificarse: rezaban bastante, ayunaban, practicaban buenas obras, hacían penitencia. Se consideraban felices. La felicidad de la situación en que vivían, entretanto, era empalidecida por algo que les penalizaba: no conseguían tener hijos.
… milagrosamente, nace un niño
No faltaban pedidos, oraciones y sacrificios para que Dios les enviase un hijo. Pedían mucho la intercesión de San Francisco de Asís, de quien eran devotos. Prometieron hasta que, si el santo les atendiese, darían el nombre de Francisco al primero de los hijos que tuviesen.
Dios oyó tan piadosos y urgentes pedidos: les nació un hijo. El niño tenía una infección en los ojos y podría quedar ciego. De nuevo buscaron a San Francisco. Con respeto, pedían que él atendiera por entero el pedido de ellos y no solo la mitad.
Santiago y Viena prometían al Santo que, si él curase al niño, tan rápido como la edad lo permitiese, él sería vestido con el hábito de fraile franciscano y colocado, por un año, en un convento de la Orden de San Francisco.
Nuevamente la pareja fue atendida. Francisco crecía saludable, bendecido por Dios y con evidentes inclinaciones hacia la santidad. Hasta los 12 años seguía el ejemplo paterno: rezaba y practicaba penitencia.
… que se tornó un «niño fraile», ejemplar, obediente y milagrero.
El tiempo pasó y Santiago y Viena no habían cumplido todavía la promesa hecha. Un día apareció en la casa de ellos un fraile franciscano recordando que había llegado la hora de dar satisfacción a Dios. Los padres, de buen grado, llevaron al jovencito con el hábito de San Francisco al convento de San Marcos, donde era observada rigurosamente la regla de la Orden de los Frailes Menores.
El joven Francisco, incluso no estando obligado, cumplía con exactitud las normas conventuales. Y eso a tal punto que se tornó modelo de observancia de la regla. Era ejemplo hasta para los frailes más experimentados y curtidos en las prácticas religiosas. Ya en esa ocasión, algunos hechos extraordinarios marcaron la vida del pequeño Francisco.
Un día el hermano sacristán le ordenó que fuese a buscar brasas para el turíbulo. Sin embargo, se olvidó de decir a Francisco cómo debería proceder. Con toda simplicidad e inocencia, él atendió al pedido colocando las brasas en su hábito y las llevó al hermano sacristán. Su hábito nada sufrió.
En otra ocasión, él quedó encargado de la cocina. Puso los alimentos en una olla y la colocó sobre lo carbones y allá la dejó. En seguida fue a la iglesia a rezar, olvidándose de encender el fuego…
Rezando, entró en estasis, y el tiempo fue pasando. Un fraile entró a la cocina y vio el fuego apagado. Buscó a Francisco preguntando si la refección estaba lista. El joven respondió que sí y, en seguida, fue para la cocina. No se sabe cómo, lo cierto es que el fuego estaba encendido y los alimentos cocinados…
Se hizo un Eremita adolescente…
Claro que los buenos frailes del convento de San Marcos querían que el joven Francisco continuase entre ellos. Era un adorno para el convento aquel adolescente que ya daba tantos indicios de santidad. El joven, entretanto, se sentía llamado para otro estado de vida.
Habiendo ya cumplido la promesa de estar un año en el convento, con los padres, fue a conocer Roma, Asís, Loreto y Monte Casino. Quedó impresionado con Monte Casino.
Sabiendo que en aquel lugar San Benito se había establecido a los 14 años para entregarse todo a Dios, él hizo también el mismo propósito: pidió a los padres que lo dejasen vivir como eremita en la granja que habitaban. Santiago y Viena aceptaron el pedido del hijo. Y no solo consintieron que se mudase para su «ermita», sino pasaron a llevarle la alimentación.
Pero, Francisco desea ser más radical en su soledad. Un día él desapareció: había subido a una montaña próxima. En ella encontró una pequeña gruta y la transformó en el lugar donde pasó a vivir por seis años.
Vivía exclusivamente para Dios, en la contemplación y penitencia. Su alimento eran raíces e hierbas silvestres.
De acuerdo con una tradición corriente en la Orden fundada por él, fue en esa gruta eremítica que él recibió, de las manos de un Ángel, el hábito monástico.
… aprobado por el Obispo y con discípulos, funda una Orden Religiosa.
Con 19 años de edad, Francisco obtuvo licencia del Obispo local para construir un monasterio en lo alto de un monte próximo a Paula. Luego surgieron los primeros discípulos y auxiliares.
De la construcción de ese Monasterio participaron los habitantes de la ciudad. Poco importando que fuesen ricos o pobres, nobles o plebeyos. Era un verdadero milagro: todos querían ayudar. Ellos fueron testigos de innúmeros milagros.
Vieron piedras desplazarse por una simple orden de Francisco. Árboles pesados y piedras enormes se volvían leves para ser removidas o transportadas. Los víveres, cuya cantidad mal daría para saciar el hambre de un solo trabajador, alimentaban a muchos. Hasta personas enfermas que iban a participar de las construcciones quedaban curadas.
Fue de ahí que tuvo origen la «Orden de los Mínimos», orden religiosa fundada oficialmente por San Francisco de Paula en 1435.
El Arcángel San Miguel era su protector y también de la Orden que él fundó. Fue el Arcángel quien le trajo una especie de ostensorio en el cual aparecía el sol teniendo un fondo azul y escrito la palabra Caridad. San Miguel le mostró el ostensorio y recomendó al Santo tomarlo como emblema de su Orden.
Francisco tenía en la simplicidad de vida una coronación de todas sus virtudes. Él era bueno, franco, cándido, servicial, siempre dispuesto a hacer el bien a cualquiera. Ese espíritu, él comunicó en abundancia a sus hijos espirituales.
Hechos, profecías y más milagros
La Divina Providencia distribuye sus dones a quien hará uso de ellos para mayor gloria de Dios. Siendo así, es el caso de decir que San Francisco de Paula glorificó mucho a Dios, aplicando esos dones abundantemente. Hasta parece que su carisma se constituía en hacer milagros.
Un autor llegó a afirmar sobre él: «No hay especie de enfermedad que él no haya curado, de sentidos y miembros del cuerpo humano sobre los cuales no haya ejercido la gracia y el poder que Dios le había dado. Él restituyó la vista a ciegos, la audición a sordos, la palabra a los mudos, el uso de los pies y manos a lisiados, la vida a agonizantes y muertos; y, lo que es más considerable, la razón a insensatos y frenéticos». «No hubo jamás mal, por mayor y más incurable que pareciese, que pudiese resistir a su voz o a su toque. Se acudía a él de todas partes, no solo uno a uno, sino en grandes grupos y a centenas, como si él fuese el Ángel Rafael y un médico bajado del Cielo; y, según el testimonio de aquellos que lo acompañaban ordinariamente, nadie jamás retornó descontento, sino cada uno bendecía a Dios por haber recibido el cumplimiento de lo que deseaba» (*).
Francisco resucitó a su propio sobrino llamado Nicolás. Él quería ser monje en la Orden que su tío había fundado. Pero su madre se opuso férreamente a eso.
Nicolás se enfermó y murió.
El cuerpo estaba siendo velado en la iglesia del convento y Francisco pidió que lo condujesen a su celda. Pasó la noche en lágrimas y oraciones. Fue así que, en aquella noche, él obtuvo de Dios que el joven fuese resucitado.
Cuando, en la mañana siguiente, la madre de Nicolás vino para asistir al entierro del hijo, Francisco le preguntó si ella todavía se oponía a que él se hiciera religioso. «¡Ah!» – dijo ella en lágrimas – «si yo no me hubiese opuesto, tal vez él todavía viviese». – «¿Quiere decir que usted está arrepentida?» – insistió el Santo. – «¡Ah, sí!». Francisco, entonces, le trajo al hijo sano y salvo.
En lágrimas, la madre abrazó al hijo concediendo la licencia que había negado.
Se tornó famosa otra resurrección realizada por la intercesión de Francisco. Fue aquella en que vivió nuevamente un hombre malhechor que la justicia había ahorcado tres días antes.
San Francisco de Paula no solo le restituyó la vida al cuerpo, como también el alma. Pero Francisco también resucitó dos veces a la misma persona: Tomás de Yvre, era habitante de Paterne, Francia, y trabajaba en la construcción del convento de su ciudad. En un accidente él fue aplastado por un árbol. San Francisco lo resucitó.
Algún tiempo después, Tomás cayó de lo alto del campanario y murió en consecuencia de la caída. Nuevamente el Santo le restituyó la vida. San Francisco era también dotado de una gracia especial para la obtención del favor de la maternidad para mujeres estériles. Muchos milagros de ese género fueron relatados en el proceso de canonización del Santo en Tours. Algunos de ellos acontecidos en casas reales o principescas.
Un analfabeta lleno de sabiduría y santidad
En verdad él era analfabeto, pero eso poco importa. En sus homilías, él predicaba con tanta sabiduría que dejaba a sus oyentes extasiados y entusiasmados: la boca habla de la abundancia del corazón…
En su modo de ser, de portarse y actuar brillaban en grado heroico la virtud de la sabiduría, además de la prudencia, la justicia, la templanza y la fortaleza. Por eso mismo es que ese Santo no alfabetizado no tuvo ninguna restricción al conversar o dar consejos a Papas, reyes y a grandes de este mundo.
Quedarse en Francia fue discernimiento de la voluntad de Dios
Su fama llegó hasta Francia. El Rey Luis XI estaba atacado por una enfermedad que podría llevarlo a la muerte. Y no dudó: pidió al Santo que fuese hasta Francia para curarlo. Pero Francisco solo se dirigió a la corte francesa después de una orden formal del Papa.
La ida de él fue providencial para la expansión de su Orden no solo en Francia, sino también en otros países de Europa, como Alemania y España.
Estando con el Rey, él discernió que la voluntad de Dios no era que él se curase, sino, en sus designios quería llevarlo de esta vida. Sin temor, él dijo eso a Luis XI y, con eso, lo preparó para la muerte. Fue en esas circunstancias que el monarca confió a Francisco la formación de sus hijos, sobre todo al príncipe heredero que tenía, entonces, solo 14 años.
Francisco fue también el confesor de la Princesa Juana. Después de repudiada por su marido, el futuro Luis XII, se tornó religiosa y, muriendo santamente, fue canonizada recibiendo el mayor de los honores, y de los altares. Fue por consejo de Francisco que el Rey Carlos VIII se casó con Ana de Bretaña, heredera única de aquel ducado, que vino así a unirse al Reino de Francia.
Imitó a Jesús hasta la muerte
Francisco dormía sobre unas tablas. Eso cuando dormía, pues, generalmente pasaba gran parte de las noches rezando. Parecía vivir continuamente en espíritu de cuaresma. Muchas veces, comía solo a cada ocho días. Para imitar mejor a Nuestro Señor Jesucristo, una vez, pasó toda una cuaresma sin alimentarse.
Su hábito era de un tejido grueso, bien rudo. Aunque, como penitencia, lo usase día y noche, era limpio y de él subía un olor agradable a todos los olfatos.
Su rostro, siempre tranquilo y ameno, parecía no resentirse con las austeridades que practicaba y no con los efectos de la edad.
A alguien con una vida así llevada por amor de Dios, no habría demonio que lo resistiese. Fueron innúmeros los casos de poseídos que él libró del yugo diabólico.
San Francisco de Paula tenía como devociones particulares el culto al misterio de la Santísima Trinidad y de la Anunciación de la Virgen, una veneración a los nombres santísimos de Jesús y María y una verdadera adoración a la persona de Nuestro Señor Jesucristo, como padeciendo la Pasión.
Sería indicio de una identificación más con Nuestro Señor, quien, teniendo esas devociones viniese a morir en el día en que nuestra Redención se consumó.
Y fue lo que sucedió: en el Viernes Santo del año 1507, a los 91 años de edad él falleció.
Pero, él «murió» aún una segunda vez…
Durante las Guerras de Religión en Europa, los protestantes calvinistas, en 1562, invadieron el convento de Plessis, Francia. Allí estaba enterrado el Santo. Entonces, como él había predicho, su cuerpo, todavía incorrupto, fue sacado del sepulcro y fue quemado con la madera perteneciente a un gran crucifijo de la iglesia. Él, prácticamente, fue martirizado después de la muerte.
La gloria de San Francisco de Paula permanece hasta nuestros días, a pesar del odio de los enemigos de la fe. Y permanecerá para siempre.
Por João Sergio Guimaraes
Fuentes
* – Les Petits Bollandistes, Vies des Saints, d’après le P. Giry, Bloud et Barral, Paris, 1882, tomo IV, p. 143.
–Edelvives, El Santo de Cada Dia, Editorial Luis Vives, S.A., Saragoça, 1947, tomo II, pp. 333 e ss.
-Pe. José Leite S.J., Santos de Cada Dia, Editorial A. O., Braga, 1993, pp. 412-413.
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