Redacción (Martes, 08-04-2014, Gaudium Press) Difícilmente paramos para reflexionar respecto a un don precioso que Dios nos dio: los cinco sentidos. ¿Cómo sería nuestra vida, nuestro día a día, si ellos nos faltasen? ¿Cómo podríamos relacionarnos con el mundo que nos rodea? ¿Qué actividades seríamos capaces de ejecutar? ¿Cómo adquiríamos conocimientos?
Imaginemos alguien viendo una pieza de teatro. Mientras recibe noticia de la música mediante los sonidos que le llegan a los oídos, sus ojos ven lo que ocurre en el palco, el movimiento de los actores, el desarrollar de las escenas, etc. Por tanto, la audición y la visión están activas. Supongamos, todavía, que se trata de un teatro frecuentado por personas de elevado status social y que se respira el suave aroma de los perfumes que usan: es la participación del olfato. Y, finalmente, consideremos nuestro espectador sentado en una silla confortable saboreando un delicioso chocolate francés: tacto y paladar. Podemos concluir, entonces, que esa persona es influenciada por la realidad exterior a través de los cinco sentidos. 1
Santo Tomás afirma que nada existe en la inteligencia humana que no haya pasado antes por los sentidos – «Omnis nostra cognitio incipit para sensu». 2 O sea, los sentidos tienen un papel importante en la vida y el desarrollo intelectual de todo ser humano. Como dice el Doctor Angélico, ni siquiera los ángeles tienen poder para introducir algo en lo imaginario que los sentidos no hayan percibido anteriormente: «El Ángel actúa sobre la imaginación, no ciertamente imprimiendo en ella alguna forma imaginaria que de ningún modo haya antes sido recibida por los sentidos, pues el Ángel no puede hacer que un ciego imagine los colores». 3
El propio Dios se vale de los sentidos para hacernos conocer lo que desea, pues «Dios provee a todo de acuerdo con la naturaleza de cada uno. Ahora, es natural al hombre elevarse a lo inteligible por lo sensible, porque nuestro conocimiento se origina a partir de los sentidos». 4 Inclusive las verdades reveladas penetran en nuestra alma a través de los sentidos, principalmente a través de la audición, como afirma el Apóstol: «La fe proviene de la predicación y la predicación se ejerce en razón de la palabra de Cristo». (Rm 10:17)
¿Pueden engañarnos nuestros sentidos?
Mientras tanto existe una realidad mucho más importante de aquella que nuestros sentidos consiguen captar: la realidad sobrenatural.
Todo lo que sucede en la ‘trans-esfera’ y que los seres humanos son incapaces de percibir -las influencias de los Ángeles y demonios sobre las almas, las gracias que son derramadas sobre los hombres, la propia presencia de Dios en todas las partes, etc.- tiene una importancia única en el desarrollo de la historia. Ocurre que muchas veces nos olvidamos de esa realidad pensando que solamente lo que vemos, oímos, olemos, palpamos y degustamos es lo que realmente existe. ¡Oh ilusión! Es bajo ese punto de vista que podemos afirmar que nuestros sentidos nos engañan, pues nos muestran apenas la realidad material, escondiéndonos las verdades que nuestra Fe nos revela.
Ejemplo elocuente se encuentra en un cántico titulado «Adoro te devote» compuesta por el Doctor Angélico, refiriéndose a la presencia real de Nuestro Señor Jesucristo en la Sagrada Eucaristía:
Visus, tactus, gustus in te fallitur,
sed auditu solo tuto creditur:
credo quidquid dixit Dei Filius
nil hoc verbo veritatis verius.
La vista, el tacto, el paladar en Vosotros fallan:
mas solo por lo que oigo, creo firmemente.
Creo en todo lo que dijo el Hijo de Dios;
nada es más verdadero que esta palabra de la Verdad. 5
Vemos, así, que, en el caso del «Pan de los Ángeles», solamente nuestros oídos concuerdan con la realidad cuando escuchamos las palabras del sacerdote que habla – in persona Christi -al realizar la Consagración: «Este es mi cuerpo» y «Este es el cáliz de mi Sangre». Mientras tanto, los otros sentidos fallan, pues no nos muestran el gran misterio que se esconde por detrás de las Sagradas Especies.
Visión naturalista: ¿la verdadera visión?
Hay muchas personas que dicen: «Es absurdo creer en aquello que nuestros sentidos no pueden percibir, pues, ¿quién puede comprobar que existe verdaderamente?» Consecuentemente, tales personas abandonan la Fe católica, rehusándose a reconocer que el hecho de que sus sentidos externos sean incapaces de contemplar tales verdades, no significa, de forma alguna, que ellas realmente no existan.
Una metáfora utilizada por Monseñor Juan Clá Dias 6 ilustra elocuentemente lo que fue dicho: «Vamos a suponer que estamos viajando en un auto y contemplando un bello panorama. De repente, al pasar por un charco, los vidrios del vehículo se cubren de lama y, consecuentemente, dejamos de contemplar el panorama. ¿Sería coherente afirmar que el panorama desapareció solamente porque nuestros ojos dejaron de verlo? La respuesta negativa es evidente. Lo mismo sucede en lo que dice al respecto de la existencia de Dios y de las realidades sobrenaturales: ellas no dejan de existir simplemente porque nosotros, pobres mortales, no somos capaces de contemplarlas.
Alguien podría objetar: Si Dios realmente existe, ¿por qué no permite que lo veamos? San Teófilo de Antioquia responde:
«Dios es experimentado por aquellos que pueden verlo, desde que los ojos de su alma estén abiertos. Todos tienen ojos, pero algunos los tienen oscurecidos y no perciben la luz del sol; y no es porque los ciegos no ven que la luz del sol deja de brillar, sino que los ciegos deben buscar la causa en sí mismos y en sus ojos». 7
Afirma el propio Santo Tomás, refiriéndose al conocimiento que podemos tener de Dios: «lo que es cognoscible en sí mismo no es cognoscible por un intelecto por exceder en inteligibilidad al intelecto». 8 Y amplía con el siguiente ejemplo: «El sol, aunque que sea lo máximo visible, no puede ser visto por los murciélagos en razón del exceso de luz». 9
Mons. João Clá Dias 10 explica, citando al Doctor Angélico, que Dios es «sumamente visible», mientras tanto, así como los murciélagos son incapaces de ver la luz del sol porque ellos no tienen capacidad, nosotros no podemos ver a Dios, porque nuestro mirar no tiene esa facultad. «Él es para todos universalmente incomprensible», – declara San Dionisio -«, y no puede ser conocido por los sentidos». 11
¿Cuál debe ser, entonces, el papel de los sentidos, en relación a la Fe? Monseñor Juan responde: «De cara a la Fe los sentidos tienen que entregarse, tienen que rendirse, nosotros tenemos la obligación de doblar las rodillas, de juntar las manos y decir: yo acepto». 13
Por la Hna. María del Pilar Perezcanto Sagone, EP
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1 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. O senso comum e a procura do absoluto. In: Dr. Plinio. São Paulo: Ano VII, n. 71, feb. 2004, p.27.
2 SÃO TOMÁS DE AQUINO, apud CLÁ DIAS, João Scognamiglio. A fidelidade ao primeiro olhar. São Paulo, 2007. (Arquivo IFTE).
3 Id. S. Th. I, q.111, a.3, ad.2.
4 SÃO TOMÁS DE AQUINO. S. Th. I, q.1, a.9.
5 ARAUTOS DO EVANGELHO. Liber cantualis. São Paulo: Salesiana, 2011, p.74.
6 CLÁ DIAS. João Scognamiglio. Estamos em Deus e a Ele devemos nos abandonar!: Homilía. São Paulo: 14 ago. 2006. (Arquivo IFTE).
7 SAN TEÓFILO DE ANTIOQUÍA. In: COMISIÓN EPISCOPAL DE PASTORAL LITÚRGICA DE MÉXICO Y CONFERENCIA EPISCOPAL DE COLOMBIA. Liturgia de las horas. 20. ed. Barcelona: Desclée De Brouwer, 2005, v. II, p.217.
8 SANTO TOMÁS DE AQUINO. S. Th. I, q.12, a.1.
9 Loc. cit.
10 CLÁ DIAS, João Scognamiglio. Da série sobre a Fé II. Conferencia. São Paulo, 18 nov. 2006. (Arquivo IFTE)
11 SAN DIONISIO, apud SÃO TOMÁS DE AQUINO. Op.cit. ad. 1.
12 CLÁ DIAS. Da série sobre a Fé II. Op.cit.
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