Redacción (Miércoles, 09-04-2014, Gaudium Press) La vida en la ciudad es tentadora para aquellos que van trocando las historias en torno de la matriarca y del patriarca por la negra ‘cajita mágica’ cuyas novelas rompen tabús y mitifican la pseudo-felicidad de las grandes urbes.
Es la selva de cemento que acoge en sus calles una legítima aspiración de realización personal y dignidad de vida. Ahí el relacionamiento humano se torna muchas veces impersonal, distante, y así se torna también el relacionamiento con lo sobrenatural. No habiendo lugar para un Dios Providencia, próximo al hombre, Él acaba por ocupar un pequeño y distante espacio de mantenedor de la felicidad, la riqueza y la salud, cosa que nosotros descubrimos que ni siquiera los grandes centros urbanos son totalmente eficaces en ofrecernos.
La religiosidad del hombre en las grandes ciudades es uno de los mayores desafíos en nuestros días y debe ser fruto de una renovada y continuada reflexión. ¿Quién ofrecerá al hombre post-moderno citadino la satisfacción integral que él tanto desea? Los Shoppings, cuyas galerías se llenan más que las asambleas, ¿cuáles nuevos templos donde las divinidades del marketing regalan materialmente a los mortales consumistas? ¿Las dependencias o vicios capaces de alienar el ser para nuevas y perturbadoras místicas? Y si en la vida práctica de la ciudad, al doblar la esquina se encuentra una panadería, farmacia o mercadito, ¿por qué no buscar el espacio religioso más próximo, aunque de otro credo? ¿La vida plural de la ciudad no ofrece todas las facilidades? Dios junto a mi puerta, o incluso en mi casa, dentro de mí, a mí medida…
Dios es demasiado grande para someterse y limitarse a mis elucubraciones y mi imaginación, es un Dios personal y no individual, un Dios que se hizo hombre, no un hombre que hace dios… Vivir en las grandes urbes no debe significar una autonomía fría y distante de un Dios que se hizo carne, quiso tener un rostro y habló al hombre de todos los tiempos y de todas las naciones, del campo o de la ciudad. Hay muchos que lo buscan y cabe a cada uno de nosotros conducirlos y favorecer aquel mismo encuentro que nos sedujo y conquistó. Él está presente en el centro y la periferia, donde dos o más estén reunidos en su Nombre, en aquellos cristianos labios que lo pronuncian y anuncian. Es con alegría que el Evangelio debe ser anunciado, y el Papa Francisco lo dejó bien claro en su última Exhortación Apostólica. Al final, un cristiano triste, es siempre un triste cristiano.
La misión no quedó tan distante como en otros tiempos. Hoy, ella comienza en su casa, junto a sus vecinos, en su barrio, en su ciudad y dispone de variados y eficaces medios, además del personal y de la proximidad que son insubstituibles y de gran importancia, complementados con el internet, redes sociales, celular, entre muchos otros. Es este estado permanente de misión que el plan pastoral de la Conferencia Nacional de Obispos del Brasil nos propone, partiendo de un encuentro y una experiencia con Nuestro Señor Jesucristo y de la alegría del anuncio de su Palabra.
Por el P. José Victorino de Andrade, EP
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