Ciudad del Vaticano (Miércoles, 16-04-2014, Gaudium Press) En la Audiencia General de esta Semana Santa, habida en esta mañana en la Plaza de San Pedro, el Papa Francisco brindó a los asistentes su catequesis sobre la humillación y la victoria de la Cruz de Cristo.
Inició el Papa sus palabras recordando que el Evangelio del día refiere la traición de Judas, con lo que «comienza ese camino de la humillación, de la expoliación», que alcanza su realización «completa con la ‘muerte en cruz’. Se trata de la peor de las muertes, destinada a los esclavos y a los delincuentes. Jesús era considerado un profeta, pero muere como un delincuente». Allí en la Cruz se pueden observar como en un espejo «los sufrimientos de toda la humanidad y encontramos la respuesta divina al misterio del mal, del dolor, de la muerte.»
El hombre espera que «Dios en su omnipotencia derrote la injusticia, el mal, el pecado y el sufrimiento con una triunfante victoria». Entretanto, Jesús «aparece en la cruz como un hombre derrotado: sufre, es traicionado, insultado y finalmente muere. Jesús permite que el mal se ensañe con Él y lo toma sobre sí para vencerlo», expresó el Papa.
Es «cuando todo parece perdido, cuando no queda ninguno porque herirán ‘al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño’ (Mt 26,31), es entonces cuando Dios interviene con el poder de la resurrección». Es ella «la intervención de Dios Padre, allí donde está desecha la esperanza humana. En el momento en el cual todo parece perdido, en el momento del dolor en el cual tantas personas sienten la necesidad de bajar de la cruz, es el momento más cercano a la resurrección. La noche se hace más oscura justamente antes de que empiece la mañana, antes que comience la luz. En el momento más oscuro interviene Dios y resucita».
Este trasegar de la Cruz, del sufrimiento rumbo a la intervención de Dios Padre y la Resurrección, es un llamado de Jesús «a seguirlo en su propio camino de humillación. Cuando en ciertos momentos de la vida no encontramos vía de escape a nuestras dificultades, cuando precipitamos en la oscuridad más densa, es el momento de nuestra humillación y expoliación total, es el tiempo en el que experimentamos que somos débiles y pecadores, es entonces, en aquel momento, que no debemos enmascarar nuestro fracaso, sino abrirnos confiadamente a la esperanza en Dios, como hizo Jesús».
El Papa concluyó su enseñanza invitando a los fieles a «tomar el Crucifijo en la mano y besarlo tantas veces, y decir: ‘gracias Jesús, gracias Señor’.»
Con información de Radio Vaticano
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