Roma (Martes, 06-05-2014, Gaudium Press) Ella es la hermana Cristina Acquistipace, tiene 41 años, en el 2006 entró en el ‘Ordo Virginum’ -Orden de las Vírgenes-, y a diferencia de las demás religiosas y consagradas, ella tiene algo especial: nació con Síndrome de Down y se ha convertido en un testimonio valiente de amor a la vida.
Tal como ella misma contó a Roma Sette, diario de la diócesis de Roma: «Soy una simple mujer de 41 años que cree en la vida. Fui afortunada porque mi familia no redució mi enfermedad a mi persona, y ha creído en el maravilloso don de Dios. La vida es un don y debe ser vivida como un don».
Una vida que no ha sido fácil -como ella misma relata-, pero que no le ha impedido dar gracias a Dios por el inmenso regalo de tenerla: «He vivido junto a mi familia una vida difícil, amarga, dolorosa, pero esto no nos ha impedido vivir la vida como un don, aceptando las propias limitaciones y ‘explotando’ los talentos que el Señor me ha donado».
La hermana Cristiana Acquistipace / Foto: Ateneo Pontificio Regina Apostolorum. |
«Debemos seguir adelante no obstante la fatiga. Pienso en la fatiga de nuestro Señor Jesucristo y esto me da coraje para seguir adelante sobre mi camino, teniendo los ojos fijos en el objetivo que debo alcanzar. En definitiva, la vida es un viaje en el cual todos somos llamados, y un camino para todos», continua.
Sus facultades diferentes, tampoco le han impedido hacer realidad unos de sus más grandes sueños: el de ser misionera en África. Tras entrar en la Orden de las Vírgenes en el 2006, cuando fue consagrada de manos del entonces Obispo de Como, Mons. Alessandro Maggiolino, se fue de experiencia a Kenia junto con su tía religiosa, una vivencia que -como cuenta- le ayudó a madurar en la fe y en su vocación como consagrada.
Una experiencia en Dios que le ha traído felicidad y realización: «Soy una mujer feliz, realizada y contenta, con una misión particular. Con esto no quiero decir que no he sufrido, pero el sufrimiento hace parte de la vida». Y una consagración que la renovó en todos los aspectos de su vida, pese a su discapacidad: «Mi vida no ha cambiado, soy yo la que ha cambiado. Mi corazón y mi fe han cambiado. Mi interior ha cambiado, el resto permanece igual. Ha cambiado el modo de relacionarme con la vida y de ver las cosas con ojos diferentes, con una actitud diferente y con una conciencia diferente».
Comenta también que todos tenemos una misión, y la de ella «es vivir la vida no obstante todo, superando las dificultades de cada día. Quiero vivir mi vocación al interior de mi familia, de mi parroquia y de la sociedad».
Su lema de vida es inspirado en San Juan Pablo II quien decía: «Toma tu vida y crea una obra maestra», que complementa con un lema personal: «Me tropiezo, pero no me rindo».
Por ser luz en medio de la llamada «Cultura de la muerte», la hermana Cristina recibió recientemente el premio «Una vida por la vida» de la Facultad de Bioética del Ateneo Pontificio Regina Apostolorum, Roma.
Con información de RomaSette.it.
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