Ciudad del Vaticano (Martes, 13-05-2014, Gaudium Press) ¿Quiénes somos nosotros para cerrar las puertas al Espíritu Santo? La pregunta hecha por el Papa Francisco fue reforzada diversas veces durante la Misa celebrada este lunes, día 12 de mayo, en la Casa Santa Marta.
La conversión de los primeros paganos al cristianismo, según la experiencia vivida por Simón Pedro, retratada en los Hechos de los Apóstoles propuesta por la liturgia de hoy, fue el tema discernido por el Santo Padre.
El Papa contó a los presentes que Pedro fue testigo ocular del descenso del Espíritu Santo sobre esta comunidad, sin embargo antes dudó en tener contacto con aquello que siempre consideró «impuro», pues él sufría duras críticas de los cristianos de Jerusalén, que eran escandalizados por el hecho que su jefe se habría sentado a la mesa con personas «no circuncisas», habiéndolas bautizadas.
Pedro, continuó, entonces, comprendió el error en el momento en que una visión lo ilumina sobre una verdad fundamental: aquello que fue purificado por Dios no puede ser llamado «profano» por nadie. Y al narrar esos hechos a la multitud que lo criticaba, el Apóstol consiguió tranquilizarlos con la siguiente afirmación:
«Por tanto, si Dios les concedió el mismo don que a nosotros, que creemos en el Señor Jesucristo, ¿quién sería yo para poder impedir a Dios de actuar?»
Todavía según el Santo Padre, Dios dejó la guía de la Iglesia «en manos del Espíritu Santo», pues «es él quien, así como dice Nuestro Señor Jesucristo, nos enseñará todo y hará que recordemos aquello que Jesús nos enseñó».
«El Espíritu Santo es la presencia viva de Dios en la Iglesia. Es quien lleva adelante la Iglesia, quien la hace caminar. Siempre más, más allá de los límites, más adelante. Con sus dones, el Espíritu Santo guía la Iglesia», completó.
Antes de concluir su homilía, el Papa observó: «nosotros cristianos debemos pedir al Señor la gracia de la docilidad al Espíritu Santo. La docilidad a este Espíritu, que nos habla en el corazón, nos habla en las circunstancias de la vida, nos habla en la vida eclesial, en las comunidades cristianas, nos habla siempre». (LMI)
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