Londrina (Miércoles, 14-05-2014, Gaudium Press) Después de la canonización del Papa Juan Pablo II, Mons. Orlando Brandes, Arzobispo de Londrina, en el Estado de Paraná, escribió un artículo sobre el nuevo santo de la Iglesia Católica. Él afirma que las señales de santidad en la vida del joven Karol Wojtyla (Lolek) son clarísimos: le gustaba el silencio y la oración, desde joven fue monaguillo, visitaba el monasterio de los carmelitas y frecuentaba los santuarios marianos junto a su padre.
Según el Prelado, un hecho que marcó definitivamente su vida era ver a su padre arrodillado todas las madrugadas rezando. Wojtyla además tuvo la experiencia de la muerte de su hermano Edmundo y del padre y se consagró a María. Mons. Orlando recuerda también que él tenía el hábito de visitar el cementerio y confesarse regularmente. Además de eso, él quería ser carmelita.
«Trabajaba rompiendo piedras en la fábrica Solvey, en Cracovia, y acostumbraba rezar arrodillado sobre piedras en las horas de descanso, era ridiculizado por los colegas, pero permanecía firme. Volviendo del trabajo fue atropellado en la estrada. Percibió que una mujer lo protegió. Confesara más tarde que esta mujer era María», completa.
Todavía de acuerdo con el Arzobispo, San Juan Pablo II es un santo moderno: hizo grandes amistades, amaba la naturaleza, practicaba deportes, le gustaba esquiar, escribió bellísimas poesías, fue compositor y actor de teatros y amaba la música. Para el Prelado, él es un santo poeta, escritor, teatrólogo, músico, líder de la juventud, colocando todas estas cualidades en la oración y ofreciendo todo para la gloria de Dios.
Otra cuestión analizada por Mons. Orlando es que la humanidad entera intuía la santidad del Papa Juan Pablo II, y en Brasil él recibió el apodo de «Juan de Dios». Conforme el Prelado, Dios lo santificó con las atrocidades de la Guerra, con la persecución nazista, con el régimen comunista y él acabó haciendo sus estudios eclesiásticos clandestinamente en el arzobispado de Cracovia hasta ser enviado para Roma, donde se doctoró en San Juan de la Cruz. Era Dios quien guiaba providencialmente sus caminos.
«Dio señal clara de santidad cuando volvió de Roma ya doctor en filosofía y teología y fue destinado para ser vicario parroquial en una región rural devastada por la guerra. Para allá llegar, anduvo en ómnibus, después en carroza y los últimos kilómetros a pie, cogiendo semillas de trigo en el campo por donde pasaba. Recordó a San Ignacio de Antioquia y rezó: soy trigo de Cristo. Un cachorro vino a encontrarlo y lo acompañó hasta la casa parroquial. Allí, antes de entrar, se arrodilló y besó el piso».
El Arzobispo de Londrina resalta que Juan Pablo II comprobó ser santo, diariamente delante del sagrario y de la Palabra, totalmente sometido a María, decididamente entregado a la cruz. Él recuerda que pacientemente sufrió el atentado en la plaza San Pedro, y rezó por el tirador: «Yo perdono de corazón al hermano que me hirió».
«Amaba a los pobres y luchaba por la justicia. Los activistas del aborto, las feministas, los gays, los defensores del marxismo en la teología, la explosión de los escándalos de pedofilia de algunos hijos de la Iglesia, fueron espinas y cruces que soportó siempre bajo la mirada de la divina misericordia. Pidió varias veces perdón por las fallas y pecados de la Iglesia», destaca.
Por último, Mons. Orlando afirma que esas son algunas de las señales de santidad de San Juan Pablo II, santo de los obreros, los jóvenes, los artistas y deportistas, de las familias, los enfermos, los misioneros, los pobres, los encarcelados. «Es el santo de los tiempos modernos y actuales gitano de Dios, devoto de la dignidad humana, mendigo de la paz. San Juan Pablo II, rogad por nosotros», concluye. (FB)
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