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Contrición, insigne gracia al alcance de todos – I Parte

Redacción (Viernes, 16-04-2014, Gaudium Press) Cierto día un hombre estando mal a muerte, recibió la saludable visita de un sacerdote, para asistirlo en el último momento. De hecho, fueron sus parientes que, previendo el doloroso desenlace de la enfermedad que lo consumía, llamaron al confesor. Después de breve confesión, recibió el moribundo la absolución. Con todo, ¿se podría ponderar sobre la certeza de su salvación? ¿Por qué? Por el hecho de no haber tenido dolor de sus pecados; se confesó apenas para agradar a sus parientes, pero en su interior le daba igual si hubiese o no pecado, en realidad no le dolía el hecho de haber ofendido a Dios.

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Curiosamente, en este mismo día, otro hombre también estaba para presentarse al Tribunal del Supremo Juez, nada más podría mantenerlo en esta vida, dentro de poco moriría. Estando completamente solo, no teniendo, por tanto, cómo llamar a un sacerdote, se recogió y aprovechó sus últimos jadeos para manifestar, interiormente, un profundo pedido de perdón a Dios: le dolía el hecho de tantas y tantas veces, a lo largo de su vida, haber gravemente ofendido a su Creador. De este, podemos decir: ¡se salvó! ¿Por qué? Pues fue sincero su acto de contrición.

Qué es la contrición

¿Qué viene a ser la «contrición», para que destine, o no, un hombre a la Visión Beatífica?

Vimos arriba que, tal es el poder de la contrición, que en determinados casos ella puede disponer el alma de un moribundo a presentarse delante de Dios, sin incluso recibir la absolución sacramental. Y esto por ser ella el fruto de una gracia, la cual correspondida, hace crecer en el alma un ardiente amor a Dios, y paralelamente, un horror al pecado. San Pedro mismo nos enseña: «Sobre todo, cultivad el amor mutuo, con todo el ardor, porque el amor cubre una multitud de pecados» (1 Pe. 4,8). Y todavía, dijo Nuestro Señor de la pecadora: «sus numerosos pecados le fueron perdonados, porque ella ha demostrado mucho amor» (Lc. 7,47).

El gran teólogo Cornelio a Lapide nos enseña sobre la contrición: «La contrición es el pesar de haber pecado. Contrición viene de ‘contenere’: triturar, quebrar; esta palabra expresa el estado de un alma quebrada, penetrada de dolor por haber ofendido a Dios, que desea ardientemente reconciliarse con Él, y recuperar la gracia».

«El santo concilio de Trento (sesión XIV, can. IV) define la contrición: un dolor del alma y una abominación al pecado cometido, con el propósito de no más venir a pecar […]».

«Esta contrición debe ser acrecida del deseo de cumplir todo o que Cristo ordenó para a remisión de los pecados: por consecuencia, ella debe ser acompañada de la voluntad de confesarse y de satisfacer a la Justicia Divina. (BARBIER, 1885, p. 396, traducción mía).» [1]
Como vemos, se trata de un dolor sanativo, que produce buenos efectos en el alma, y la lleva a querer confesarse y satisfacer la Justicia Divina.

La doctrina católica le divide en dos partes, pues hay un cierto nivel de dolor de los pecados. Este dolor puede ser más, o menos perfecto, según nos explica el Catecismo de la Iglesia Católica:

«Cuando brota del amor de Dios, amado por encima de todo, contrición es ‘perfecta’ (contrición de caridad). Esta contrición perdona las faltas veniales y obtiene también el perdón de los pecados mortales, si incluye la firme resolución de recurrir, cuando posible, a la confesión sacramental».

«La contrición llamada ‘imperfecta’ (o ‘atrición’) también es un don de Dios, un impulso del Espíritu Santo. Nace de la consideración del peso del pecado o del temor de la condenación eterna y de otras penas que amenazan al pecador (contrición por temor). Este abalo de la consciencia puede ser el inicio de una evolución interior que debe ser concluida bajo la acción de la gracia, por la absolución sacramental. Por sí misma, sin embargo, la contrición imperfecta no obtiene el perdón de los pecados graves, pero predispone a obtenerlo en el sacramento de la penitencia.» (CIC 1453-1454).

Por el P. Michel Six, EP

BIBLIOGRAFIA

– CATECISMO DA IGREJA CATÓLICA. 11ª ed. São Paulo: Loyola, 2001.
– BARBIER. Les Trésors de Cornelius a Lapide. 5ª ed. Paris : Librairie Poussielgue Frères, 1885.
– ROYO MARÍN, Antonio, O.P. Teologia Moral para Seglares. Vol. 2 – Los Sacramentos. 2ª ed. Madrid : Biblioteca de Autores Cristianos, 1961.
– VV. AA. Initiation Théologique. Vol. 4 – L’Économie du Salut. 2ª ed. Paris : Cerf, 1956.

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[1] La contrition est le regret d’avoir péché. Contrition vient de contenere, broyer, briser; ce mot exprime l’état d’une âme déchirée, pénétrée de douleur d’avoir offensé Dieu, et qui désire ardemment de se réconcilier avec lui, et de recouvrer la grâce.
La saint concile de Trente (Sess. XIV, can. IV) définit la contrition : une douleur de l’âme et une détestation du péché commis, avec un propos de ne plus pécher à l’avenir […].

Cette contrition doit être accompagnée du désir d’accomplir tout ce que J. C. a ordonné pour la rémission des péchés : par conséquent, elle doit être accompagnée de la volonté de les confesser et de satisfaire à la justice divine.

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