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La Trinidad en los Evangelios – II Parte

Redacción (Miércoles, 21-05-2014, Gaudium Press)

Bautismo de Jesús: primera manifestación pública del misterio trinitario

Pero, ¿quién en Israel, o incluso en la pequeña Nazaret, tuvo conocimiento de esa realidad sublime, a no ser Nuestra Señora y San José? ¡Era necesario que Cristo se manifestase!

Enviara antes de Sí al Precursor, varón austero y santo, de quien Él mismo afirmó que «no hubo hombre nacido de mujer mayor que Juan» (Mt 11, 11), el cual predicó al pueblo un bautismo de conversión (cf Mc 1, 4) y allanó el camino para la llegada del Mesías. «Juan bautiza en el Jordán y el bautismo que realiza es señal no apenas de purificación ritual, sino también moral (cf Mt 3, 2. 6. 8. 11)». [1]

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Como haz de luz en las tinieblas de la noche, Juan brilló a los ojos de Israel. «Estando, sin embargo, para terminar su misión Juan declaró: ‘Yo no soy aquel que pensáis que yo sea. Mas ved, después de mí viene Aquel del cual no soy digno de desamarrar las correas de sus sandalias’ » (At 13, 25).

Jesús, entretanto, vino con Juan para ser bautizado por él. Al verlo el Bautista exclamó: «Yo soy quien debo ser bautizado por Vos». Pero Jesús le respondió: «Deja, es así que debemos cumplir toda la justicia» (Mt 3, 14-15). Escena aparentemente contradictoria para los que no sabían que Jesús era el Mesías.

Centenas de personas habían buscado a Juan con la misma intención, y a nadie él dirigiera semejantes palabras. ¿Cómo podía ser que el gran Juan, a quien todos consideraban profeta, y hasta incluso algunos juzgaban ser el Mesías, se humillase así delante de aquel Hombre? La respuesta vino del Cielo: «En el momento en que Jesús salía del agua, Juan vio los Cielos abiertos y descender el Espíritu en forma de paloma sobre Él. Y se oyó de los Cielos una voz: Tu eres mi Hijo muy amado; en Ti pongo mi afecto» (Mc 1, 10-11). Juan no dudó: «Yo lo vi y doy testimonio de que Él es el Hijo de Dios» (Jn 3, 32-34).

En esas palabras se revela públicamente Dios Padre, anunciando su Hijo Jesús a los hombres como el dilecto Hijo de Dios y el Mesías de Israel,[2] y demuestra la Persona del Espíritu Santo peculiarmente como donador del Don que unge al Hijo, asegurándolo y fortaleciéndolo para el cumplimiento de su misión salvadora.[3]

Manifestaciones de la Trinidad en la Transfiguración

Observemos ahora las características de gloria y belleza de la Santísima Trinidad en el pasaje de la Transfiguración. Esa manifestación ocurrió «en un alto monte» (Mt 17, 1), que según la tradición era el Tabor. En ese bello ambiente, Jesús llevó consigo a Pedro, Santiago y Juan (cf Mc 9, 2), para ser testigos de su gloria divina, pues, comentan algunos autores, era necesario que observasen tamaño acontecimiento para creer en la Resurrección cuando viniesen los grandes sufrimientos de la Pasión.

Como narra San Mateo, en esa ocasión Nuestro Señor Jesucristo resplandeció con un brillo que solo puede ser comparado con la luz del sol (cf Mt 17, 1-13). En esa manifestación gloriosa Él revela una ‘transfigura’, algo que estaba más allá de la figura visible de Él, pues lo que los Apóstoles normalmente veían era su cuerpo sufrido. [4] Evidentemente, los Apóstoles no participaron de la Visión Beatífica, que es inaccesible a los ojos del cuerpo, sino vieron apenas una centella de la verdadera gloria y de la divinidad de Jesús que trasparecía en su santa humanidad. [5]

Más adelante, en la descripción de los Evangelios, vemos una nube luminosa que desciende y toma el ambiente (cf Mt 17, 4; Mc 9, 7; Lc 9, 34). Es preciso recordar que ciertos fenómenos naturales significaban para los judíos la propia presencia de Dios, que por medio de figuras como el fuego, el viento y la nube, se manifestaba en ciertas ocasiones peculiares a lo largo de la historia. Por ejemplo, Moisés hablaba con Dios cuya presencia se hacía sentir en una nube (cf Ex 19, 9). También en la dedicación del Templo una nube envolvió el Santuario, indicando que Dios se hacía presente en aquel lugar.

Así, ciertamente esa nube resplandeciente evidenció para los tres Apóstoles la presencia divina entre ellos. Y podemos recordar en este episodio la consideración unánime de los autores al relacionar esta «nube luminosa» con la manifestación de la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, esto es, el Espíritu Santo. [6] Ese piadoso y común acuerdo de siglos, nos permite afirmar que, por medio de una figura de criatura visible [7] el Espíritu Santo se presenta con la misma naturaleza divina común a las otras Dos Personas, atestando su co-identidad con el Padre y el Hijo.

Y por último el Evangelio narra que desde el interior de esa nube se hizo oír una voz que decía: «Es mi Hijo muy amado, en Quien puse toda mi afección; oídlo». (Mt 17, 5). Aquí está, sin duda, el testimonio celestial del Padre Eterno, que desde las alturas manifiesta a San Pedro, San Juan y San Santiago [8] que Jesús es su amado Hijo, lo que equivale a decir que Él es el Unigénito del Padre, el Mesías prometido, consubstancial con la naturaleza eterna del Padre y participante de su Ser y de sus obras. [9] Por tanto, con esa declaración del Padre, el esplendor divino del Hijo y la manifestación del Espíritu Santo en una nube, se revela claramente la Santísima Trinidad. ¿Qué los tres Apóstoles habrán entendido de esa manifestación? ¿Qué preguntas habrán hecho? ¿Qué les respondió el Maestro? Infelizmente la narración del Evangelio no cuenta.

«En resumen, la escena presenta a Jesús como el Hijo a Quien se debe escuchar. Jesús, Hijo Único de Dios, es el profeta supremo enviado por Dios para proclamar la gran Revelación. Esta teofanía, a diferencia de la bautismal que se dirige a Jesús para instituirlo en su misión profética, se dirige a los Apóstoles, con el fin de incentivarlos a escuchar la palabra de Cristo, el cual encarna en su Persona la promesa hecha por Dios de enviar un profeta semejante a Moisés». [10]

Continúa…

Extraído de «A vida íntima de Deus Uno e Trino»
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[1] José Antonio Sayés. La Trinidad: Misterio de Salvación. Madrid: Palabra, 2000, p. 75.
[2] Cf Catecismo da Igreja Católica, 535.
[3] José Antonio Sayés. La Trinidad: Misterio de Salvación. Madrid: Palabra, 2000, p. 76.
[4] Cf João Clá Dias. Conversa. São Paulo, 23 jun. 1992. Arquivo ITTA-IFAT.
[5] Cf João Clá Dias. Homilia. São Paulo, 6 ago. 2007. Arquivo ITTA-IFAT.
[6] Cf Gonzalo Lobo Méndes. Deus uno e Trino. Lisboa: Diel, 2006, p. 126.
[7] Cf Santo Agostinho. A Trindade. São Paulo: Paulus, 2008, p. 187.
[8] Cf Marcelo Merino Rodrigues. La Biblia comentada por los Padres de la Iglesia. Madrid: Ciudad Nueva, 2006, p. 84.
[9] Cf José Bonsirven. Teologia do Novo Testamento. Barcelona: Litúrgica Espanhola, 1961, p. 52.
[10] José Antonio Sayés. La Trinidad: Misterio de Salvación. Madrid: Palabra, 2000, p. 80.

 

 

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