Redacción (Miércoles, 21-05-2014, Gaudium Press) Dice San Agustín que en el fondo solo hay dos caminos: el amor a Dios hasta el olvido de sí mismo, y el amor de sí hasta el olvido de Dios.
Pero ¿cómo debe ser el amor de Dios? O, primero, ¿dónde se encuentra Dios?, ¿cómo buscar a Dios?
A Dios se le halla en la oración, se le descubre en los sacramentos, en los santos y almas virtuosas, y también en sus obras materiales, en la Creación.
Dice el insigne Cornelio Fabro que «el ‘esse’ [el ser, la existencia de los seres] expresa el punto único e incomparable de lo real donde Dios se encuentra con la criatura y la criatura alcanza a Dios». 1 Fuerte y llena de contenido es esta afirmación del sacerdote estigmatino, pero a la vez natural consecuencia de considerar que todo es creado por Dios y que Dios mantiene el ser de todo lo creado, en lo que podría llamarse una «creación continuada».
Iglesia de San Juan Bautista, Franciscanos – Coyoacán, México |
Por lo demás, la aseveración del Padre Fabro nos muestra también que una percepción profunda de los seres puede darnos a conocer a Dios, en una vía análoga a la lectura de un buen catecismo.
Esto es muy importante en un mundo donde la cultura repotenció la sensibilidad, muchas veces en desmedro de la racionalidad. El hombre, y particularmente más los jóvenes, tienen una sensibilidad viva y a veces dominante: sus sentidos cobran una importancia extrema en el conjunto de las facultades del alma. Esto lo sabe la publicidad y también es un dato clave a la hora de captar vocaciones para Dios.
Buena parte de los mensajes publicitarios de nuestras urbes que agobian los sentidos, apelan a un pseudo-maravilloso que se asocia a un producto, a un estilo de vida. Esos mensajes ostentan un cierto auge de belleza, verdadera o falsificada, que atrae de forma comúnmente casi irresistible a la sensibilidad, y con ella al hombre entero.
Siendo así, ¿por qué no usar de lo verdadero maravilloso para asimismo atraer vocaciones al servicio de Dios?
Iglesia Santa Madre María de la Misericordia, Franciscanos en Marburgo, Eslovenia Foto: Boris Mitendofer |
Lo maravilloso, lo especialmente bello, es aquello en lo cual existe un auge de perfección: «Llamamos a una cosa bella en sentido pleno cuando posee toda la perfección requerida por su naturaleza. De este modo, decimos por ejemplo que una gacela es bella en la medida que tiene la armonía y perfección propias de su naturaleza, y no simplemente por tener ser», reza un ya clásico manual de buena Metafísica. 2
Es por tanto cristalino que lo que es maravilloso, por ser un culmen de perfección, se acerca más a la Perfección infinita, a Dios. Es decir, lo maravilloso es «más de Dios» que lo que no es maravilloso. Entonces, ¿por qué no usar aquello que es más de Dios para atraer vocaciones para Dios?
Por lo demás, el auge de bondad -que es lo que se busca específicamente en la vida religiosa-, reclama un auge de verdad, y normalmente va acompañado por un auge de belleza. Es por esto, por ejemplo, que la que podríamos llamar la «Orden de la Pobreza», los Franciscanos, en la senda trazada por su fundador poblaron el mundo con iglesias fulgurantemente bellas, sin que se ruborizara su conciencia. La pobreza que a todos nos es prescrita -y más a un religioso- es la de no apegarnos a los bienes de este mundo. Entretanto, un clérigo puede apegarse a un mísero alfiler, violando el espíritu de pobreza, así como un rico puede vivir en la riqueza pero con los ojos vueltos hacia el cielo y en el auxilio del prójimo.
La cuestión es cómo nos confrontamos con los bienes terrenales, sean pocos o muchos: ¿buscamos en ellos a Dios? Si es así, ni siquiera ni un digno castillo será ocasión de perdición. ¿Procuramos satisfacer nuestro egoísmo? Hasta una piedra será motivo de condenación.
Entretanto, no olvidemos: lo maravilloso atrae, o como decía Santo Tomás es «hermoso aquello cuya contemplación agrada» 3. Y hoy en día puede atraer más, por lo arriba afirmado. Hay que ver como lo usamos, para los buenos fines.
Por Saúl Castiblanco
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1 Fabro, Cornelio. Participación y Causalidad según Tomás de Aquino. EUNSA. 2009. Barañáin – España. p . 332
2 Alvira, Tomás. Clavell, Luis. Melendo, Tomás. Metafísica. EUNSA. 1982p. 166
3 Summa Theologiae, I, q.5, a.4, c.
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