domingo, 24 de noviembre de 2024
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La Belleza de la Lucha

Redacción (Jueves, 22-05-2014, Gaudium Press) Cuando nos detenemos en la consideración de la obra de la creación, nos encantamos al ver a Dios dispensar con abundancia sus dones a todas las criaturas, haciéndolas reflejos de Él. «Dios contempló toda su obra, y vio que todo era muy bueno» (Gn 1, 31) y a seguir «así fueron acabados los cielos, la tierra y todo su ejército». (Gn 2, 1)

En efecto, la Tierra ya había sido destinada a ser el campo de batalla de los héroes valerosos del Altísimo, o sea, la Tierra de los justos y fieles que marcarían la Historia y poblarían los Cielos. Sin embargo, ¿cómo tenemos certeza de esta verdad?

Dios creó los cielos y la tierra para ser campos de batalla, en la gran trama de la Historia. Sí, el Cielo, el lagar de paz, fue donde se trabó la primera y gran lucha decisiva entre San Miguel y Lucifer. (Cf. Apo 12, 7) Ahí está el foco de nuestra consideración: la belleza de la lucha y del sufrimiento inherente a la vida.

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Una de las clásicas definiciones de Santo Tomás alude a la belleza, como siendo «aquello que agrada a la visión». Así, podría alguien objetar: «La vida no tiene belleza, pues a nadie agrada ver los crímenes, catástrofes y males que casi inevitablemente pululan la existencia humana. La vida solo será bella cuando haya un agradable bienestar exento de esfuerzos, donde todo favorezca los instintos». Quien así pensase, dejaría patente su pensamiento terreno, lejos de los parámetros sobrenaturales, pues «la razón de la belleza no se encuentra en sí misma; debemos referirnos a la Causa formal de toda belleza, al mismo Dios».1

Cuando somos sometidos a sucesivas pruebas, muchas de las cuales tan arduas que juzgamos no haber más solución, debemos recordar que, en este momento, la Divina Providencia, María Santísima, los Ángeles y Bienaventurados del Cielo, vienen y nos ayudan, agradados por estar trillando el mismo camino de Nuestro Señor, que no quiso otra cosa sino humillarse y hacerse «obediente hasta la muerte, y muerte de cruz». (Fl 2, 8) Ahí está el objeto principal de la belleza de la lucha: somos mirados con cariño por Dios, y a Él somos agradables.

Pocas personas contemplan la belleza de la vida bajo este aspecto. Pero esta es la realidad: «la vida del hombre sobre la tierra es una lucha» (Jó 7, 1) y según Plinio Corrêa de Oliveira «vivir es realizar la armonía en sí, colocarla en torno de sí, y batallar para armonizar, coordinar y concatenar todas las cosas». Esta batalla, profundamente saludable, nos llena de alegría por poder retribuir, de algún modo, el ser que de Dios recibimos, y los bienes de que somos objeto durante toda la vida. Y una lucha que nos lleva a la práctica de la virtud, nos une íntimamente a Dios, pero que no es igual para todos, ni en la misma intensidad; cada alma es una, y para cada cual, el sufrimiento comporta diversos grados.

Observaron los alemanes que, cuando todavía inmaduro, ningún niño se agrada con el sabor de la cerveza, por su amargor peculiar. Sin embargo, con el pasar de los años, van aprendiendo a degustar esta sabrosa bebida y, cuando adultos, son grandes entusiastas de ella. Así, es la vida. Ningún sufrimiento sobrepasa nuestras fuerzas físicas, morales o psicológicas, conforme reza el dictado latino: «Deus qui ponit pondus, suponit manus» – Dios, cuando pone un peso, sustenta con su mano.

Así, todos los sufrimientos nos son proporcionados y permitidos por Dios de acuerdo con nuestras disposiciones.

Y no nos olvidemos: si somos profundamente probados, es porque la Divina Providencia nos juzga aptos para tal, pues «el alimento sólido es para los adultos, para aquellos que la experiencia ya ejercitó en la distinción del bien y del mal. (Hb 5, 14)
Grandes son las dificultades y duros los caminos en los diversos campos de nuestra acción. Sentimos siempre la incerteza de los males y amenazas de todos los lados. ¿Cómo resistir? ¿Cómo no zozobrar? Con el estandarte de la confianza, nunca dejándonos abatir por el desánimo, con la certeza de que por la cruz, se llega a la luz. Nuestra Señora superará todos los sufrimientos que, aunque amargos, nos hacen crecer interiormente.

Esa es la belleza de la lucha, «lucha árida, lucha sin belleza sensible, ni poesía definible. Lucha en que se avanza a veces en la noche del anonimato, en la lama del desinterés o la incomprensión, bajo la tempestad y el bombardeo desencadenado por las fuerzas conjugadas del demonio, el mundo y la carne. Mas lucha que llena de admiración los Ángeles del Cielo y atrae las bendiciones de Dios.» 2

Por la Hna. Maria Cecilia Lins Brandão Veas, EP

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1SANTO TOMÁS DE AQUINO, STh. I, q5, a.4,
2 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. A verdadeira glória só nasce da dor. In:Catolicismo. n.78, jun. 1957.

 

 

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