Redacción (Viernes, 23-05-2014, Gaudium Press) El quince de octubre de 2005, Benedicto XVI tuvo en la plaza de San Pedro un encuentro singular: se reunió con más de cien niños de primera comunión que le hicieron preguntas sobre la Eucaristía y a las cuales respondió con paternal cariño. Un pequeño llamado Adriano le preguntó: «Santo Padre, nos han dicho que hoy haremos adoración eucarística. ¿Qué es? ¿Cómo se hace? ¿Puedes explicárnoslo? Gracias».
El Papa Ratzinger es, como sabemos, un hombre de gran profundidad de pensamiento, acostumbrado a estudiar y a argumentar; lo ha hecho a lo largo de su fecundo ministerio como sacerdote, como Obispo y como Papa. Aquí lo vemos entre niños menores de diez años a los cuales les habla con mucha sencillez:
«Bueno, ¿qué es la adoración eucarística?, ¿cómo se hace? Lo veremos enseguida, porque todo está bien preparado: rezaremos oraciones, entonaremos cantos, nos pondremos de rodillas, y así estaremos delante de Jesús. Pero, naturalmente, tu pregunta exige una respuesta más profunda: no sólo cómo se hace, sino también qué es la adoración.
Diría que la adoración es reconocer que Jesús es mi Señor, que Jesús me señala el camino que debo tomar, me hace comprender que sólo vivo bien si conozco el camino indicado por él, sólo si sigo el camino que él me señala. Así pues, adorar es decir: «Jesús, yo soy tuyo y te sigo en mi vida; no quisiera perder jamás esta amistad, esta comunión contigo». También podría decir que la adoración es, en su esencia, un abrazo con Jesús, en el que le digo: «Yo soy tuyo y te pido que tú también estés siempre conmigo».
Es encantador ver la respuesta del hoy papa emérito al tal Adriano, adaptando su lenguaje a la joven edad de su interlocutor y no por eso quitando substancia teológica o eficacia catequética a su enseñanza.
La edad adulta, cuando es mal asumida, hace que compliquemos las cosas al dejar de lado la simplicidad de la infancia. Se piensa erróneamente que un niño no tiene premisas útiles para la vida, y que solo la persona madura las adquiere con el esfuerzo y la experiencia. Pero no es así. El niño tiene una capacidad mucho más libre de asumir la verdad porque está más próximo de la inocencia. ¡Es que no existimos porque pensamos… pensamos porque existimos! Los niños son puros y sinceros; están capacitados para ver en Jesús a un amigo. Los adultos tantas veces lo vemos como una divinidad lejana e inaccesible.
Rezar, cantar, ponerse de rodillas; reconocer que Jesús es mi Señor y que me muestra el camino a seguir, que Él es mío y que soy de Él, que no quiero por nada del mundo perder su amistad y que por eso le abrazo… ¿acaso eso no es, precisamente, adorar? Esta reflexión ¿solo es válida para niños, o es útil para toda edad, sea niño, joven, adulto o mayor?
A decir verdad, cualquier persona de hoy en día puede beneficiarse de esta enseñanza, probablemente con más fruto que si leyera las miles de páginas que escribió Santo Tomás de Aquino sobre el misterio Eucarístico…
Por su parte, el Papa Francisco en una catequesis que hizo, también en la plaza de San Pedro, el cinco de febrero de este año, nos decía hablando de la Eucaristía, que «Es importante que los niños se preparen bien para la Primera Comunión y que ningún niño no deje de hacerla. Porque es el primer paso fuerte, fuerte de esta pertenencia a Jesucristo, después del Bautismo y la Confirmación».
Son recomendaciones que parten del corazón eucarístico de los dos últimos pontífices: Que los niños hagan su primera comunión bien preparados, y que acudan a adorar al Señor que está a su espera en nuestros templos.
Las personas mayores tenemos la obligación de concientizar a nuestros niños -hijos, nietos, sobrinos, aunque sea muy sumariamente, sobre la necesidad de comulgar, y después, debemos motivarlos para que acudan a los pies del Santísimo y se familiaricen con Él. Sus nobles almas anhelan ese encuentro, aunque sin explicitar el por qué. Ellos son más capaces de entender el sentido de la Presencia Real que muchas personas mayores, condicionadas por los ritmos alocados de nuestros días y por las mil ocupaciones por las que acabamos dejando de lado lo esencial. Los niños son, además, del agrado especial del Señor que dijo «Dejad que los niños vengan a mí» (Lc.18, 16) y, en otra parte: «Si no os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos» (Mt. 18, 3)
Es que con sus corazones inmaculados o arrepentidos, los niños desagravian muy bien ante el Santísimo Sacramento por tantas faltas de los adultos que son capaces de lo peor, como estamos hartos de ver que sucede con tantos robos, profanaciones y sacrilegios.
Y si por desgracia algún niño es reacio a hacer compañía a Jesús por estar ya viciado con ciertos horrores que abundan dentro de computadores, PCs, laptops, celulares, tablets, iPads, netbooks, smartphones y otras «maravillas» del ramo, y contra los cuales los programas «antivirus» no protegen… estarse ante el sagrario será un buen remedio para que mitigue su desgracia o se acabe curando de ella.
P. Rafael Ibarguren EP
Asistente Eclesiástico de la Federación Mundial de las Obras Eucarísticas de la Iglesia
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