Jerusalén (Martes, 27-05-2014, Gaudium Press) Ayer en la tarde, el Papa Francisco se dirigió a la iglesia de Getsemaní, al lado del Monte de los Olivos y confiada a la custodia de Tierra Santa, y en ese trascendente lugar para los cristianos -donde se encuentra la piedra en la que Jesús oró al inicio de su Pasión- hizo una serie de preguntas para cuestionar la conciencia de todos:
»Nos hará bien a todos nosotros, obispos, sacerdotes, personas consagradas, seminaristas, preguntarnos en este lugar: ¿quién soy yo ante mi Señor que sufre? -dijo el Papa a los presentes- ¿Soy de los que, invitados por Jesús a velar con él, se duermen y, en lugar de rezar, tratan de evadirse cerrando los ojos a la realidad? ¿O me identifico con aquellos que huyeron por miedo, abandonando al Maestro en la hora más trágica de su vida terrena? ¿Descubro en mí la doblez, la falsedad de aquel que lo vendió por treinta monedas, que, habiendo sido llamado amigo, traicionó a Jesús? ¿Me identifico con los que fueron débiles y lo negaron, como Pedro? Poco antes, había prometido a Jesús que lo seguiría hasta la muerte; después, acorralado y presa del pánico, jura que no lo conoce. ¿Me parezco a aquellos que ya estaban organizando su vida sin Él, como los dos discípulos de Emaús, necios y torpes de corazón para creer en las palabras de los profetas?»
«O bien, gracias a Dios, -continuó el Pontífice- ¿me encuentro entre aquellos que fueron fieles hasta el final, como la Virgen María y el apóstol Juan? Cuando sobre el Gólgota todo se hace oscuridad y toda esperanza parece apagarse, sólo el amor es más fuerte que la muerte. El amor de la Madre y del discípulo amado los lleva a permanecer a los pies de la cruz, para compartir hasta el final el dolor de Jesús. ¿Me identifico con aquellos que han imitado a su Maestro hasta el martirio, dando testimonio de hasta qué punto Él lo era todo para ellos, la fuerza incomparable de su misión y el horizonte último de su vida?»
El Papa señaló que en la base de la fidelidad de la Virgen y San Juan está la amistad con Dios, que se manifiesta en su misericordia, «don inestimable que nos anima a continuar con confianza en el seguimiento a pesar de nuestras caídas, nuestros errores, incluso nuestras traiciones».
Entretanto, la bondad del Señor »no nos exime de la vigilancia frente al tentador, al pecado, al mal y a la traición que pueden atravesar también la vida sacerdotal y religiosa. Todos estamos expuestos al pecado, al mal, a la traición. Advertimos la desproporción entre la grandeza de la llamada de Jesús y nuestra pequeñez, entre la sublimidad de la misión y nuestra fragilidad humana. Pero el Señor, en su gran bondad y en su infinita misericordia, nos toma siempre de la mano, para que no perezcamos en el mar de la aflicción. Él está siempre a nuestro lado, no nos deja nunca solos. Por tanto, no nos dejemos vencer por el miedo y la desesperanza, sino que con entusiasmo y confianza vayamos adelante en nuestro camino y en nuestra misión».
En sus palabras finales el Pontífice animó a todos los residentes en Tierra Santa a mantenerse fieles y fuertes en medio de las dificultades: «Vuestra presencia aquí es muy importante», indicó el Papa. Igualmente dijo a los presentes, y en su nombre a todos los cristianos de Jerusalén que «los recuerdo con afecto y rezo por ellos, conociendo bien la dificultad de la vida en la ciudad», al tiempo que los invitó a la imitación de la Virgen María y del Apóstol amado.
Con información de Radio Vaticano
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