Redacción (Lunes, 09-06-2014, Gaudium Press) Los seres, la alegría de estar rodeado de seres, de vivir en un mundo de seres: Eso es lo que constituye el gozo del niño inocente.
Pues resulta que esa alegría del niño en la contemplación de los seres, especialmente los más bellos, termina siendo la manifestación de un acto religioso. Miremos.
Nos explica el P. Cornelio Fabro (Participación y Causalidad según Tomás de Aquino, Eunsa, 2009, p. 183) -redescubriendo a Santo Tomás- que «las ‘Ideas divinas’ son pues el ‘fundamento’ de la creación». La Idea divina es «el principio activo de las cosas existentes en Dios. Es decir, ella es la esencia una y simple de Dios, considerada en su momento de causalidad ‘ad extra’, en la ‘prolongación’ hacia lo real, que hace a Dios presente en el mundo, y al mundo sujeto a Dios. Se lo podría expresar también diciendo que, desde el punto de vista estrictamente teológico, la Idea de las cosas en Dios expresa la ‘Diremtion’ [ndr. ‘caída’ de lo divino en lo finito] originaria de la esencia divina con respecto a la fundamentación de lo real».
Esto, en un lenguaje más llano, indica sencillamente que lo real sensible, la creación, los seres que nos rodean, nosotros mismos, bien vistos, son una ‘revelación’ la esencia divina.
Es decir, un pajarillo -en el fondo- no es otra cosa que Dios hablándonos a través de ese pajarillo, pero no diciéndonos algo cualquiera sino ‘comentándonos’ -en lenguaje accesible a los sentidos- cómo es Él, como es su divina esencia, cuál es ese aspecto de su «intimidad» esencial que quiere que conozcamos a través de ese pajarillo. La creación, pues, es un mero instrumento para hacer religión, para ir hacia Dios.
La siguiente afirmación podrá parecer un poco fuerte, pero la decimos con toda certeza, entre otras cosas porque no es nuestra sino de un gran pensador: El carácter religioso de la Creación ayuda a ‘desencriptar’, a entender el significado de la vida en este mundo.
Este mundo es un valle de lágrimas, no nos queda la menor duda. Pero también es un camino donde Dios a cada momento nos habla, por boca de sus creaturas. Y no hay nada que produzca más felicidad que hablar con Dios, en lo que llamaríamos la comunicación mística con Dios a través de la Creación.
Es entonces, este mundo, un valle de lágrimas que puede ser a la vez una cordillera de mística.
Esta conversación natural con Dios por el ‘teléfono’ de sus obras no dispensa el recurso a lo sobrenatural, a la gracia, a los sacramentos, no. No fue en vano que el Verbo se encarnó y sufrió lo que sufrió, dejándonos su Iglesia.
Pero si Dios vino a este mundo hace 2.000 años, y como dice el texto de San Juan, los hombres no lo recibieron, no repitamos esa tozudez desatendiendo las palabras de la esencia de Dios que nos vienen a través del Libro de la Creación.
Por Saúl Castiblanco
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