Redacción (Miércoles, 11-06-2014, Gaudium Press) Muchas personas preguntan por qué existe devoción a la Virgen, por qué rezar a Ella, hacer imágenes en su representación, construir capillas e iglesias en su honor. ¿Por qué tanto fervor por María? ¿Eso no es una exageración?
Además, si ya tenemos a Jesús -que es Dios- a quien rezar, ¿por qué pedir gracias a Ella, que no es Dios, sino apenas criatura? ¿Eso no es desviar la atención del Hijo de Dios, que se encarnó para salvar a los hombres? ¿Por qué entonces, María?
Para encontrar la respuesta, no precisamos buscar en muchos lugares. No es necesario ir a los libros, ni hacer grandes pesquisas. Si queremos saber quien dio inicio a esta práctica, quien es el «culpable», por así decir, de la inmensa y secular devoción que todos los pueblos, de todas las razas y de todas las lenguas tienen a María, vamos encontrar apenas un nombre: JESUCRISTO.
Sí, Él fue el primer devoto de la Virgen María. Y un sacerdote de nuestros tiempos, el P. Pinard De La Boullaye, S.J., dice que «¡la devoción a la Santísima Virgen María comenzó en la gruta de Belén, en la primera sonrisa que tuvo el Niño-Dios, respondiendo a la sonrisa de su queridísima y perfectísima Madre, y no paró de crecer hasta el último minuto de su muerte en la cruz!»
Y si alguien quiere todavía más pruebas de cómo la devoción a María es querida por el propio Dios, y no es una invención de los hombres, recurramos a los Evangelios. Sí, allí encontraremos muchos pasajes que nos indican la necesidad de la devoción a María.
Vemos al arcángel Gabriel llamarle de «llena de gracia» (Lc 1,28). Ahora, para que un ángel conceda a alguien ese título, ¿cuál no es la inmensidad de gracias que debe poseer esa persona? Luego a seguir vemos al mismo ángel anunciar a María que Ella daría a luz un hijo que se llamaría «hijo de Dios». O sea, el propio Dios escogió a María para en Ella habitar durante todo el tiempo de la gestación, como en un sagrario purísimo. ¿Podemos considerar poco eso?
Si leemos un poco más del evangelio de San Lucas, todavía veremos un prodigio más realizado por la intercesión de María: al visitar a su prima Santa Isabel, el simple efecto de su voz, al alcanzar los oídos de su pariente, hace que un bebé con apenas seis meses de gestación salte de alegría, y allí mismo reciba todas las gracias de la justificación. Era la primera gracia que el Verbo encarando concedía en el Nuevo Testamento, y quiso hacerlo a través de su Madre. Es el efecto de la voz de María.
Y tenemos más: San Juan (Jn 2,1) nos cuenta que, estando Jesús en un matrimonio, en la ciudad de Caná, falta el vino necesario para la fiesta. Y por iniciativa de María, y por su intercesión junto a su Divino Hijo, es realizado el primero de innúmeros milagros de la vida pública del Salvador. ¡Cuántas maravillas hizo Jesús por causa de su Madre!
Y si queremos que los santos nos enseñen cómo la devoción a María fue instituida por el propio Dios, oigamos a San Luis María Grignion de Montfort: «Dios reunió todas las aguas y las llamó mar. Reunió todas las gracias y las llamó María». Y San Bernardo: «La Virgen María fue escogida especialmente por Dios, antes de todos los siglos, para ser guardada por los ángeles y prometida por los profetas para ser la Madre de Dios y nuestra Madre».
Y si queremos saber cómo debe ser nuestra devoción particular a María, los santos así nos enseñan: «Todo cuanto la Virgen Santísima pide en favor de los hombres, obtiene, con certeza, de Dios», dice San Alfonso María de Ligorio; San Germano nos anima a confiar siempre en la intercesión de María, pues «Jesús no puede dejar de oír a María en todas sus preces, pues quiere obedecerla en todo, como un buen hijo obedece a su madre».
Por último, San Bernardo nos exhorta a invocarla en nuestras necesidades: «en los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca María. Que su nombre nunca se aleje de sus labios, jamás abandone tu corazón. Siguiéndola, no te desviarás; rezando a Ella, no desesperarás; pensando en Ella, evitarás todo error.
«Si Ella te sustenta, no caerás; si Ella te protege, nada tendrás a temer; si Ella te conduce, nunca te cansarás; si Ella te ayuda, llegarás al fin».
No tengamos, pues, recelo en amar a María, y ser devotos suyos de todo corazón y de toda alma. Pues nos dice todavía el P. Pinard que «Jesús quiso ser nuestro modelo en todo, quiso ser también modelo de la piedad mariana. Y si queremos preguntarnos cuál es el límite que debe existir para la devoción mariana, es: amad a María, si pudieres, tanto cuanto Jesús la amó. ¡Sí, el modelo de piedad mariana es el propio Hijo de Dios!».
Por Alessandro Scherma Schurig
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