Redacción (Viernes, 13-06-2014, Gaudium Press) La palabra terapia viene del griego θεραπεíα, del verbo therapeúo, que significa prestar cuidados médicos, tratar de alguna enfermedad por el modo convencional o por otros medios que combatan un mal que atenta contra el organismo sano.
Las enfermedades son una herencia del pecado de Adán. Algunas son tan viejas, como nuestros primeros padres, otras recientes y terribles, que atacan al hombre individualmente o epidémicamente.
A través de incansables estudios, experiencias y descubrimientos, la medicina intenta combatirlas, pero el desafío siempre continúa, casi como una batalla sin tregua. Hay enfermedades que marcaron épocas y sus cifras asombran:
– A mediados del siglo 14, la peste negra cosechó 50 millones de vidas entre Europa y Asia;
– La cólera, conocida desde la antigüedad, causó centenas de millares de muertos en el siglo XIX.
– En el mismo siglo y adentrando un poco en el siglo XX la tuberculosis batió records de mortandad;
– La viruela dejó la espantosa marca de 300 millones de muertos entre 1918 y 1980.
– En un año la gripe española avasalló el mundo con un total de 20 millones de víctimas, en los tristes años de 1918 a 1919.
– No menos temible, el tifo, surgido en Europa Oriental y Rusia llevó consigo, entre 1918 a 1922, 3 millones de vidas;
Todavía podríamos contabilizar:
– La fiebre amarilla, en Etiopía, y el sarampión fueron responsables por 6 millones y 30 mil óbitos;
– La malaria no dejó menos: desde 1980 causó la suma anual de 3 millones de muertos;
– El SIDA que, identificado en 1981 en los EE.UU., ocasionó 22 millones de muertes. [1]
Los datos impresionan pues, objetivamente, bacterias, virus y micro-organismos causaron más víctimas que grandes guerras y desastres naturales.
Delante de ese panorama podríamos preguntarnos con el salmista, que interrogaba a Dios: ¿Qué es el hombre para que de él te acuerdes, o el hijo del hombre, para que lo visites? [2] Ese universo llamado hombre, como afirma Santo Tomás, en nuestros días pasa por adversidades muchas veces mayores que en otras épocas. Son crisis que lo asolan tanto materiales como espirituales. Y nace dentro de innúmeras almas contemporáneas la pregunta que despertaron varios filósofos, en la búsqueda de la verdad: ¿De dónde vengo? ¿Quién soy? ¿Para dónde voy? Se sienten atacados por una epidemia, invisible, que los envuelve, sobre todo su ser y en lo que tiene de más profundo, causándole angustia, estrés, aislamiento, depresión…
Afirma Benedicto XVI que el hombre -creyéndose señor de sí mismo- se dejó engañar y pasó a ser visto como mero consumidor en el mercado de posibilidades indiferenciadas, donde la elección en sí misma pasó a ser el bien, la novedad aparente es tomada como belleza y la experiencia subjetiva suplanta la verdad. [3]
La sociedad de consumo, de relativismo, de la indiferencia, afecta la mentalidad hodierna creando problemas.
Castillo de los Duques de Bretaña, Nantes, Francia |
Pero no son crisis dispersas que afectan diferentes ámbitos de la vida humana, sean ellos la familia, la juventud, la política, la religión, la economía, etc. Ella es única, universal, total, dominante, procesiva. El hombre está en crisis, como explica el profesor Plinio Côrrea de Oliveira. [4]
Es por eso que el hombre de hoy necesita de la belleza para no caer en la desesperación. [5]
La falta de este transcendental llamado «pulcrum» hace que el hombre virtual, el hombre descartable, el hombre máquina, el hombre chip sufra de una enfermedad aguda que afecta todo su ser:
Está enfermo por falta del ser con «S» mayúscula que es Dios. En el universo contemporáneo la belleza desapareció casi completamente. Destruyendo, de modo sonriente, aquello que el ser humano lleva en sí de más precioso: ser la imagen y semejanza de Dios.
La cura de estos males estaría en la búsqueda admirativa del universo creado, para llegar a la fuente de la belleza suprema, esto es el Creador de todas las bellezas.
Afirmaba San Juan Pablo II que la belleza debe causar asombro, pues ante la sacralidad de la vida del ser humano, antes las maravillas del universo, la única actitud apropiada es el asombro […] Los hombres de hoy y de mañana tienen necesidad de este entusiasmo para afrontar y superar los desafíos cruciales que se avistan en el horizonte. Gracias a él después de cada momento de extravío, podrá ponerse de pie y recomenzar el camino. Precisamente en este sentido fue dicho, con profunda intuición, que «la belleza salvará el mundo» (F. Dostoievski, El Idiota, p.III, cap. V). [6]
En una palabra admirar: el verbo que significa ver, contemplar, asombrarse y volverse para una cosmología de símbolos, de valores que puedan llevar al hombre-digital a aquella belleza suprema que es el Verbo Encarnado…
El remedio es bueno, ¿pero cuántos tendrían el coraje de aplicarlo?
¡Responda usted mismo, querido lector!
Por Lucas Miguel Lihue
(1) Organizaçión Mundial de la Salud (OMS) e Fundação Oswaldo Cruz
(2) BÍBLIA CATÓLICA: Hebreu 2,6. Editora Ave-Maria, São Paulo.
(3) BENTO XVI. Discurso na cerimônia de acolhida dos jovens no cais de Barangaroo, Sidney. En: Revista Arautos do Evangelho. São Paulo. No. 81 (Set, 2008); p. 8.
(4) CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio: Revolução e Contra-Revolução
(5) PAULO VI, Message to Artists. En: CONCLUDING DOCUMENT of Plenary Assembly the Via Pulchritudinis, Privileged Pathway for Evangelisation and Dialogue, No. II. 3. [Em linha]. [Consulta 10 jun. , 2014].
(6) JUAN PABLO II. Carta a los artistas. No. 16. Em: CAMPOS VASCONCELOS ALMEIDA, Juliane. «Pulcrum», o encontro com a transcenência absoluta em nossos dias. Revista Lumen Veritates. Ano IV, No. 14, Jan-Mar 2011.
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