Redacción (Martes, 17-06-2014, Gaudium Press) El alma asistida por el don de sabiduría conoce y juzga a través de criterios divinos, porque actúa por un especial instinto del Espíritu Santo. Por eso, no será difícil para un justo, penetrado por un alto grado del don de sabiduría, solucionar cuestiones del mundo del pensamiento, de la esfera de la acción concreta o de la contemplación divina.1
El raciocinio le será necesario para construir una exposición didáctica con vistas a instruir a terceros, pero, para sí, ese instinto de lo divino le bastará en profusa generosidad. 2 Su atención, además, no se detendrá en las causas segundas; su espíritu volará directamente a la causa primera, o sea, el propio Dios. El orden de la creación se le presentará con una luz especial. Y, mientras para otros ese orden podrá estar en la sombra, o, quizás, constituirá un misterio, para quien es movido por el instinto de lo divino el Espíritu Santo hace incidir sobre su alma una luz por la cual todo se le torna claro y asimilable.
Así, el universo será para él objeto de contemplación y análisis. Y hasta la Historia y los acontecimientos humanos podrán ser contemplados y juzgados a partir del mirante de la eternidad. 3 De ese más alto mirador, todo el resto le quedará claro y comprensible.
Por Mons. João S. Clá Dias, EP
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1) Philipon pondera, acertadamente, que alguna intuición está presente en todos los procedimientos de la inteligencia humana, de la cual Dios puede hacer uso conforme su beneplácito, tal cual un artista hace uso de sus dotes e instrumentos. Dice él: «Au lieu de raisonner lentement, péniblement, à partir des réalités sensibles, à travers le long dédale des jugements successifs et discursifs, l’esprit de l’homme, sous l’action directe et illuminatrice de l’Esprit-Saint, pénètre d’un seul coup au fond des choses. Il juge de la connexion des causes secondes à la manière d’un Dieu vivant sur la terre. Il apprécie tout à la manière de Dieu, contemplant l’univers, dans la lumière de Celui qui en est la Cause suprême, selon un mode supra-discursif, supra-humain, quasi intuitif, déiforme, participation éminente de la Sagesse incréée, parvenant ainsi à la plus haute vie intellectuelle ici-bas» (PHILIPON, Marie-Michel. Les dons du Saint-Esprit, p. 227).
2) Los raciocinios habituales para comprender las cosas no son necesarios al alma poseedora del don de sabiduría, pues, según afirma Díaz-Caneja, es «característica propia de este don el procedimiento por el que llega el alma a este profundo saber de una manera rápida, sin comprobaciones, sin datos. El hombre bajo este don siente que las cosas son así y no de otra manera, y aunque no lo pueda comprobar ni demostrar, está seguro de ello más aún que si lo viera, no con su entendimiento, sino con sus ojos. Siente a Dios en sí y con más seguridad que el sabio que, a fuerza de raciocinios llegara a convencerse de esa misma verdad. La fe de muchas almas descansa en este don» (DÍAZ-CANEJA, Moisés, p. 415).
3) Royo Marín, a ese respecto, es categórico al afirmar: «Su juicio [del don de sabiduría] se extiende también a las cosas creadas, descubriendo en ellas sus últimas causas y razones, que las entroncan y relacionan con Dios en el conjunto maravilloso de la creación. Es como una visión desde la eternidad que abarca todo lo creado con una mirada escrutadora, relacionándolo con Dios, en su más alta y profunda significación, por sus razones divinas» (ROYO MARÍN, Antonio. Teología de la perfección cristiana, p. 529).
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