Redacción (Viernes, 20-06-2014, Gaudium Press) A continuación unas importantes reflexiones de Mons. Ramón del Hoyo, obispo de Jaén, sobre la solemnidad del Corpus Christi.
Queridos fieles diocesanos:
1. El día 22, domingo, celebramos este año el día del Corpus, el misterio de la presencia de Cristo entre nosotros. Se hará presente en nuestros Altares y Custodias, paseará por las calles de las grandes y pequeñas ciudades, por los pueblos y núcleos, continuando viva la tradición de nuestros antepasados en la fe.
Habiéndose dignado Dios humanarse para restaurar la condición humana, no sólo murió por nosotros en la cruz, sino que discurrió el modo de quedarse de día y de noche en los sagrarios de nuestras iglesias, para recibir nuestra adoración y alimentarnos con su cuerpo y con su sangre.
Santo Tomás de Aquino, pregonero por antonomasia del gran misterio eucarístico, escribió que si en Belén y en el Calvario Cristo ocultaba su divinidad «letabat deitas», en el Sacramento del Altar esconde hoy también su «humanitas», su humanidad.
2. Este mismo gran teólogo y santo de la Iglesia, describió así los frutos saludables que nos ofrece Cristo Sacramentado:
a) Es alimento para nuestras almas. Este pan de los ángeles sustenta la vida espiritual del cristiano y la vigoriza de modo sorprendente. Así lo experimentan las almas eucarísticas.
b) Nos une e incorpora al Señor, en unión física y permanente, como sucede con los alimentos. En la Comunión Cristo nos une a su persona de forma que podemos decir con San Pablo «vivo yo, no soy yo, es Cristo quien vive en mí» (2 Cor 5, 15).
c) Nos comunica la misma vida de Dios, desde esa comunión misteriosa que nos hace realmente partícipes de la vida divina. Al hacerse hombre, el Verbo del Padre comunicó a su carne, a su humanidad santa, la vida divina. De aquí que, al recibir la carne del Redentor, recibamos también su vida divina que nos santifica y nos diviniza, podríamos decir.
d) Nos confiere el don de la inmortalidad. Al unirnos a Cristo por la comunión, vivimos su vida y se deposita en nosotros la semilla de la vida eterna, prenda de resurrección gloriosa que nos conduce a la eternidad.
3. Cuando en la Última Cena, en el Jueves Santo, Cristo lavó los pies a sus discípulos nos dejó el mandamiento nuevo del amor: «que os améis uno a otros; como yo os he amado, amaos también los unos a los otros» (Jn 13,34). Pero, dado que esto sólo es posible si permanecemos unidos a Él, como los sarmientos a la vida (cf. Lc 15, 18), decidió quedarse con nosotros en la Eucaristía para que pudiéramos nosotros permanecer en Él.
Por eso, cuantas veces recibimos su Cuerpo y su Sangre, su amor pasa a nosotros y nos capacita para entregar también nosotros la vida por nuestros hermanos (cf. 1 Jn 3, 16), para no vivir ya solo para nosotros mismos. El encuentro con el Señor en la Eucaristía es el manantial que renueva nuestra entrega de caridad, porque amar a Dios y al prójimo son inseparables.
4. La gran fiesta del Corpus es no sólo para adorar y alimentarnos de la Eucaristía sino también para pensar cómo es nuestra respuesta al amor de Dios para con nosotros, si es o no «con obras y según verdad» (1 Jn 3, 18). Primero si somos justos, pues la justicia es inseparable de la caridad, es intrínseca a ella, pero también hasta dónde llegamos en nuestras relaciones de gratitud, de comunión y de misericordia para quienes nos extienden su mano por medio de nuestras Cáritas.
Gracias, en nombre del Señor, por tanta generosidad en momentos difíciles. Gracias por tantos voluntarios que hacen posible recoger, coordinar y distribuir los frutos del amor. Que nuestra fe eucarística se traduzca en amor, y a este amor organizado, que es Cáritas, lo apoye y bendiga el Señor.
Con mi afecto en el Señor.
+ Ramón del Hoyo López
Obispo de Jaén
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