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Sagrado Corazón de Jesús – Fuente de toda consolación

Redacción (Jueves, 26-06-2014, Gaudium Press) La Letanía del Sagrado Corazón de Jesús nos descubre el océano de su amor a nosotros, enfatizando su deseo de oírnos, perdonarnos y reconfortarnos.

1.jpgAl vivir una vida mortal sobre este mundo, hacemos del amor humano la medida para el amor maternal, paternal, filial, conyugal, o incluso para los amores ilícitos. ¡Pobres de nosotros! Mal podemos concebir el amor inagotable y santificante de Dios nuestro Señor hacia sus criaturas.

La letanía del Sagrado Corazón de Jesús nos permite vislumbrar algo de la abrasadora intensidad de ese amor divino.

En este mes de junio, dedicado al Divino Corazón, invitamos a los lectores a meditar algunas de esas invocaciones tratando de comprender el mensaje de amor que contienen:

El Corazón que tanto amó a los hombres

Jesús, en una de sus apariciones a santa Margarita, se veía exuberante de luz y con una expresión llena de bondad y misericordia. Mientras indicaba a su propio Corazón, transmitió a la santa esta afectuosa queja: «He aquí el Corazón que amó a los hombres con tanto extremo, que no perdonó desvelos hasta agotarse y consumirse para manifestarles su amor, y por toda correspondencia sólo recibe ingratitudes de la mayor parte de ellos».

¡Qué revelación más abrumadora!

Es verdad que Él nos ama fuera de toda medida, y que querer equiparar su amor es imposible para una mera criatura. Sin embargo, la cuestión es saber si lo amamos tanto como nuestra capacidad de amar lo permita. Ciertamente, si ayudados por su gracia nos entregáramos a su amor por entero, nuestro corazón palpitaría al unísono con el suyo; nos enterneceríamos con Él, sentiríamos como Él y, ¿por qué no?, sufriríamos por Él.

Este debe ser el anhelo del alma católica.

Hagamos, pues, de la lectura de estas palabras algo más que un puro ejercicio intelectual. Transformémosla en un acto de amor.

«Corazón de Jesús, horno ardiente de caridad»

Esta bellísima jaculatoria no se limita a comparar la intensidad de ese amor -caritas, caridad- con la de un horno, sino que lo distingue como un horno ardiente. Espléndida imagen de su divina pasión por todos sus hijos e hijas, ya sea en conjunto o considerados individualmente.

Santa Margarita María describe en estos términos la revelación de ese amor: «Una vez, estando expuesto el Santísimo Sacramento, se presentó Jesucristo resplandeciente de gloria, con sus cinco llagas que se presentaban como otros tantos soles, saliendo llamaradas de todas partes de su Sagrada Humanidad, pero sobre todo de su adorable pecho, que parecía un horno encendido. Habiéndose abierto, me descubrió su amabilísimo y amante Corazón, que era el vivo manantial de las llamas. Entonces fue cuando me descubrió las inexplicables maravillas de su puro amor con que había amado hasta el exceso a los hombres, recibiendo solamente de ellos ingratitudes y desconocimiento».

«Eso -confiesa Jesús a su vidente- fue lo que más me dolió de todo cuanto sufrí en mi Pasión, mientras que si me correspondiesen con algo de amor, tendría por poco todo lo que hice por ellos y, de ser posible, aún habría querido hacer más. Pero sólo frialdades y desaires tienen para todo mi afán en procurarles el bien. Al menos dame tú el gusto de suplir su ingratitud de todo cuanto te sea dado conforme a tus posibilidades».

Ojalá que esta llamada del Señor sea muy bien recibida, no sólo por las personas especialmente devotas del Corazón divino, sino también por todos los católicos, inspirándoles el deseo de ofrecer una digna reparación a nuestro Redentor por tanto desprecio. Que cada uno, a ejemplo de Simón el Cirineo, lo ayude a cargar la cruz de los olvidos y las ingratitudes. Será la manera más excelente de combatir la tibieza que, a veces, dificulta el avance de nuestra vida espiritual y nos mantiene atascados en la apatía y la dejadez de las cosas de Dios.

2.jpgContamos con un auxilio preciosísimo para avanzar en este luminoso camino: la devoción al Inmaculado Corazón de María, donde Jesús es amado incomparablemente más que en cualquier otra criatura humana o angélica. «Fue voluntad de Dios que, en la obra de la redención humana, la Santísima Virgen María estuviera inseparablemente unida a Jesucristo», escribía el Papa Pío XII. Por eso conviene que cada cristiano, «después de prestar al Sagrado Corazón el culto debido, rinda también al amantísimo Corazón de su Madre celestial los correspondientes obsequios de piedad, de amor, de agradecimiento y de reparación» (Encíclica Haurietis acquas, núm. 74).

Ayudados por la preciosa mediación de tan tierna Madre, ahondaremos con mayor facilidad en el misterio del divino Amor a quien llevó en su seno y alimentó, a quien contempló de cerca durante su vida con incendios de adoración y arrobamiento.

«Corazón de Jesús, paciente y misericordioso»

Este título trae al espíritu una exclamación de santa Margarita María: «Este divino Corazón es pura dulzura, humildad y paciencia».

«Paciente» (del latín patiens, «el que sufre») es un calificativo muy adecuado al Corazón misericordioso de Jesús, dispuesto a padecerlo todo por nuestra salvación. Contemplamos un Corazón cuyo afecto se mide por su disposición a sufrir.

De esta suerte, se podría afirmar que el valor de un hombre o una mujer es proporcional a su capacidad de superar con ánimo y resignación los reveses y dificultades que la Providencia permite en su camino. Especialmente cuando se convierte en blanco de incomprensiones procedentes de los más cercanos.

Aquí tenemos, pues, nuestro Divino Modelo de paciencia. Ser paciente significa, por ejemplo, saber soportar los defectos del prójimo, responder con amabilidad a su mal genio, y tantos otros actos de virtud semejantes.

Esta manera de proceder garantiza la amistad de nuestro Creador, como escribió santa Margarita: «Habéis de mostraros mansos en llevar con paciencia los desabrimientos, genialidades y molestias del prójimo, sin desazonaros por las contrariedades que os ocasionen; al contrario, hacedle de buen grado los servicios que podáis, porque éste es el modo de granjear la amistad y gracia del Sagrado Corazón de Jesús».

Así procede Cristo con cada uno de nosotros; si hacemos lo mismo con relación a los demás, crecerá en nosotros la confianza en su predisposición a perdonarnos siempre, no sólo una vez, sino tantas como vayamos arrepentidos hasta Él.

Sí, hemos de convencernos de esta maravillosa verdad: el Divino Redentor cargó nuestros pecados y por ellos sufrió; se inmoló por nuestra salvación y derramó, gota a gota, toda su preciosísima sangre. Es verdad que debemos considerar nuestra malicia con gran contrición, pero también con inquebrantable confianza. ¡Jamás perdamos el ánimo!

«Corazón de Jesús, propiciación por nuestros pecados»

Aflora entonces en nuestros labios esta tierna jaculatoria.

Propiciar es favorecer la benevolencia mediante un sacrificio, ofrecer un sacrificio expiatorio. Es lo que hizo Jesús, ofreciéndose al Padre como «víctima de propiciación por nuestros pecados» (1 Jn 2, 2). El Apóstol del Amor se empeña en acentuarlo: «En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él […] como propiciación por nuestros pecados» (1 Jn 4, 9-10).

Nuestro Papa Benedicto XVI también se refiere de modo ardoroso al sacrificio del Salvador: «En su muerte en la cruz se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma más radical» (Encíclica Deus caritas est, núm. 12).

Una vez muerto como «propiciación por nuestros pecados», Jesús quiso darnos una muestra del extremo a que llegó su amor por nosotros: su Divino Corazón, brutalmente atravesado por la lanza del soldado, dejó caer las últimas gotas de sangre, mezcladas con agua.

Frente a eso, queda muy claro lo censurable de nuestra frialdad con Él, y sobre todo nuestra falta de confianza.

«Corazón de Jesús, fuente de toda consolación»

Tal donación, generosa al punto de darse a Sí mismo, traspasa nuestras almas de alegría. ¿Cómo no experimentar grandísimo consuelo al sentirse objeto de tan dadivoso amor?

En verdad, la palabra consolación encierra dos sentidos. Por una parte quiere decir fortalecimiento, nuevo vigor, nuevo aliento; y por otra, una sensación de alegría, de suavidad y unción del Divino Espíritu Santo.

El Sagrado Corazón de Jesús es fuente de toda consolación en ambos sentidos, pues llena de júbilo y satisfacción espiritual a los que se abren a su bondad infinita, pero también es Él nuestra fortaleza. Cuando nos sintamos débiles o cansados, cuando nos falte el valor para realizar algún acto de generosidad que el deber católico nos imponga, recordemos que no estamos solos: ¡Nuestro Señor está a nuestro lado! En Él encontraremos el impulso y la decisión necesarias para amar a Dios y al prójimo, cumpliendo fielmente los divinos preceptos de su Ley.

Es menester lanzarse a los brazos del Divino Maestro… ¡Ah, si supiéramos cómo anhela ayudarnos! «Mi Divino Corazón está tan apasionado de Amor a los hombres, en particular hacia ti -confiesa a santa Margarita Alacoque- que, no pudiendo contener en Él las llamas de su ardiente caridad, es menester que las derrame valiéndose de ti y se manifieste a ellos para enriquecerlos con los preciosos dones que te estoy descubriendo, los cuales contienen las gracias santificantes y saludables necesarias para separarles del abismo de perdición».

 

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