Redacción (Jueves, 26-06-2014, Gaudium Press)
El sol apresura, como más le agrada, el camino de las estaciones.
Al mismo tiempo que Dios suscita santos que comienzan a ser vistos en su madurez, hace germinar a veces otros «listos para ser cogidos» muy pronto, para el cielo.
Tal fue San Juan Bautista en su natividad. En el momento de la Visitación recibió en un solo acto la plenitud del Espíritu Santo. Jesús niño opera, a partir del seno de su Madre, esta obra prima de santidad, que no hará mayor en su vida, ni después de su muerte -porque no se conoce después de él alguno que haya sido formado inicialmente en la plenitud de la santidad- como fue el Bautista. Uno de los motivos por los cuales la Iglesia estableció una mayor solemnidad en la Natividad de este santo de lo que en su muerte es debido (más allá de su santificación) a esta plenitud de gracias que él recibió.
Si lo comparamos con el conjunto de los demás santos, por ejemplo, San Pedro, San Pablo, verificamos que el día de sus respectivas fiestas es el de su muerte, pues ellos emplearon el curso de la vida toda a trabajar hasta la última hora para adquirir el ápice de las gracias; mientras que San Juan, en el día de la Visitación, recibió de una sola vez una medida fuera de lo común.
Concediendo así a San Juan la gracia de Precursor, María ya se mostraba como siendo Maestra y Reina de los Apóstoles.
En efecto, San Juan tuvo que realizar solito durante la vida, las funciones de los doce apóstoles y estos sólo fueron llamados después de él, como sucesores de su función, para anunciar y tornar conocido a Nuestro Señor. Fue este mismo santo que transmitió la primera lucidez referente a Jesucristo a San Andrés, y, por medio de éste a San Pedro, el Príncipe de los Apóstoles y a los demás discípulos que él enviaba a Jesús; los cuales, posteriormente lo tornaron conocido en el mundo.
Recibiendo, pues, por María la gracia de precursor de Jesucristo, la gracia de tornarlo conocido por todos, San Juan se volvió la voz de María, órgano de su gracia y de su amor.
Así, María es la Reina de los Apóstoles, y en un cierto sentido, la Madre de nuestra fe.
En la santificación de San Juan Bautista María ejerció la primera de las dos funciones del apostolado, que son la de llevar el conocimiento del Señor y la de la santificación de las almas. Enseñad a todas las naciones, dijo Nuestro Señor, y bautizadlas. «Enseñad» caracteriza la fe y la luz que los hombres apostólicos deben llevar por todas partes; bautizar significa la santificación de los corazones.
Es ese el ministerio cumplido por la Santísima Virgen, proporcionando, por la eficacia de su palabra en esta ocasión, el conocimiento del Salvador a Santa Isabel, así como a San Juan, el cual, además, ella santificaba. Su palabra produjo en él las palabras sacramentales del Bautismo; más todavía, pues que, conforme la observación de San Ambrosio, San Juan recibió no una gracia de infancia, como la que recibimos en el bautismo, sino una gracia de perfección, que comenzó en la edad de la plenitud de Jesucristo (*)
Tal es el efecto del sacramento del Crisma en los cristianos, los cuales, aclarados por la fe, reciben la plenitud de los dones del Espíritu Santo, que los posee, los rige y los consume en la perfección de su santo amor.
¡¿Así, cual no habrá sido la santidad, la fuerza, la inocencia, la penitencia, el amor, la humildad de San Juan Bautista?! Su vida, su constancia en los peligros y su muerte bien dan suficiente testimonio.
Así, la Santísima Virgen es como el sacerdote y pontífice que bautiza y confirma este gran santo, y le da la plenitud del espíritu de Jesucristo, proporcionada a la misión que tuvo que llenar en el mundo. Bien se ve por ahí que, si tan luego que estuvo en el seno de su Madre, Nuestro Señor llevó, por medio de Ella, a San Juan el espíritu de precursor, el espíritu apostólico, fue para hacernos sentir, de manera exterior y sensible, esta verdad consoladora: que siendo deudor de su vida humana a María, solamente por medio de Ella quiere conceder sus gracias y sus dones.
El orden que Él siguió en la santificación de San Juan Bautista, Él lo seguirá siempre. El primero de los efectos de la gracia que Él produjo constituye la regla de todos los demás; habiendo comunicado primeramente su gracia por María, será también por Ella que la concederá a la Iglesia en el transcurso de los tiempos.
Vie intérieure de la Très-Sainte Vierge.
Recopilación de los escritos de M. Olier, Fundador da Congregación de los Padres de San Sulpicio.
Editions Saint Remi, 2012 Cadillac, França. Cap. VI, pp. 74-76
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(*) S. Ambros. Expos. Evang. Luc., lib. II, tom. 1, col. 1291. Neque
ullam infantiae sensit aetatem, qui supra naturam, supra aetatem, in
utero situs matris, a mensura perfectœ coepit aetatis plenitudinis
Christi.
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