Redacción (Viernes, 04-07-2014, Gaudium Press)
El segundo oficio
El segundo consiste en presentar a Dios las preces de los hombres, y de interceder por ellos. Eso lo atestigua claramente la Escritura: «Cuando tú orabas con lágrimas, y enterrabas los muertos, y dejabas tu cena, yo [San Gabriel] presenté tus oraciones al Señor». (Tob. 12,12) Y en el libro del Apocalipsis San Juan describe una visión en la cual un Ángel portaba un turíbulo de oro a la espera de incienso, que eran las oraciones de los Santos, a fin de ofrecerlo a Dios. (Cf Ap 8,3)
Que gran gesto de bondad habernos Dios establecido tan poderosos intercesores. No satisfecho en enviar Profetas que nos exhortasen, y hasta incluso su propio Hijo Unigénito para redimirnos, quiso además constituir a los Ángeles como vehículo para hacer llegar al Creador nuestras oraciones.
¿Cuál no debe ser nuestra confianza y abandono en las manos de esos guardianes? No apenas celosos en cumplir este oficio por ser voluntad de Dios, lo hacen por amor a nosotros que somos, en el orden de la gracia, sus hermanos y coherederos de la misma bienaventuranza, destinados a vivir juntos por toda eternidad.
El tercer oficio
El tercero es el de anunciar a los hombres los asuntos más importantes de Dios, como lo es la redención y la salvación eterna. En efecto así habla el Apóstol en su Epístola a los Hebreos: «¿No son, por ventura, todos ellos (los Ángeles) espíritus administradores, enviados para servir a favor de aquellos que han de heredar la salvación?» (Hb 1,14)
Fue un Ángel que anunció a Zacarías el nacimiento del Precursor: «Yo soy Gabriel, aquel que está delante de Dios, y fui enviado para hablarte y anunciar esta Buena Nueva.» (Lc 1,19) Y a la Virgen María anunció el mayor de todos los acontecimientos habido en la historia de la humanidad: «Al sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una Virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; y el nombre de la Virgen era María. Le dijo el ángel: ‘María, no temas, pues encontraste gracia delante de Dios. Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, al cual pondrás el nombre de Jesús. Él será grande y va llamarse Hijo del Altísimo. El Señor Dios va darle el trono de su padre David, reinará eternamente sobre la casa de Jacob y su reinado no tendrá fin.'» (Lc 1,26-27,30-33)
Podríamos además citar muchos otros episodios: después de la resurrección del Señor, a las mujeres que estaban en el Sepulcro, (Mt 28, 2-5) y después de la Ascensión, a todos sus Discípulos. (At 1, 10-11)
«La razón porque Dios, que está en todo lugar, y puede por sí mismo hablar fácilmente al corazón de los hombres, quiere todavía mandar Ángeles, es, por lo que parece, para que los hombres sepan que Dios tiene cuidado de las cosas humanas, y que es para ellos que gobierna y dirige el universo.
«Además de eso, los hombres podrían juzgar fácilmente, a veces, que sus inspiraciones divinas no eran sino sus propios pensamientos, o fruto de su propia imaginación. Pero cuando ven, u oyen que Ángeles son mandados por Dios, y que aquello que esos Ángeles predicen sucede puntualmente como habían dicho, no pueden dudar de que la providencia de Dios gobierna las cosas humanas, y dirige y dispone particularmente aquellas que conciernen la salvación eterna de los electos.»[3]
El cuarto oficio
El cuarto oficio angélico es de proteger a los hombres. Eso puede darse individualmente o en conjunto. «Satisfaga a la inmensa bondad de Dios nuestro Padre, confiar a sus potentísimos siervos a la debilidad de los mortales, a fin de que cuiden de ellos como los preceptores de los niños, los tutores de sus pupilos, los abogados de sus partes, los zagales de sus ovejas, los médicos de los enfermos, los defensores de sus protegidos, o como los protectores de aquellos que son incapaces de defenderse si no se abrigan debajo de alas de los poderosos.»[4]
Así lo testifica David cuando dice: «Mandó a sus Ángeles cerca de ti, que te guarden en todos tus caminos.» (Sl 99,11)
El propio Cristo, siempre verdadero, lo atestigua: «Mirad, no despreciéis alguno de estos pequeñitos, porque yo os digo que sus Ángeles en los Cielos ven siempre el rostro de mi Padre, que está en los Cielos.» (Mt 18,10) San Juan, en el Apocalipsis, menciona el Ángel de la Iglesia de Éfeso, el Ángel de la Iglesia de Esmirna, y también los Ángeles de otras Iglesias. (Cf Ap 2, 1-8)
«De modo que en cada Nación hay dos Jefes: uno visible, hombre, y uno invisible, Ángel; y en cada Iglesia dos son los Obispos: uno visible, hombre, y uno invisible, Ángel; y en la Iglesia Católica Universal hay dos Sumos Pontífices, establecidos por Nuestro Señor Jesucristo, uno visible, hombre, y uno invisible, Ángel, el cual creemos ser el Arcángel San Miguel, venerado primero como protector por la Sinagoga de los Judíos, y venerado ahora por la Iglesia de los Cristianos, como su protector.»[5]
¿Qué decir de la ingratitud de despreciar semejante auxilio? ¿Tenemos un Ángel designado por Dios para custodiarnos ininterrumpidamente y hacemos poco caso?… ¿Cómo extraviarse de las sendas de la virtud teniendo a nuestro lado, y siempre a nuestra disposición, un tan admirable Consejero? ¿Cómo desanimar y desistir de recurrir al auxilio sobrenatural en nuestras contrariedades y fracasos, y, hasta incluso pecados y vicios, cuando tenemos alguien dispuesto a escucharnos y curar las heridas de nuestra alma? ¡Oh terrible juzgamiento nos aguarda si no cambiamos nuestra conducta con nuestro celeste Guardián! No tendremos qué alegar delante del Juez, pues que nos dio la más excelente protección, el Consejero más sabio y el Protector más perspicaz para guardarnos.
El quinto oficio
«Es de ser soldados, o jefes armados para tomar venganza de las naciones y reprender a los pueblos. (Sl 149, 7)
«Son esos Ángeles que quemaron con el fuego y el azufre las ciudades infames (Gn 19,24); que mataron todos los primogénitos de Egipto (Ex 12, 29); que postraron muchos millares de Asirios con un solo golpe (IV Reyes, 19,35); serán esos Ángeles que en el día final separarán a los hombres malos, de los justos, y los lanzarán al fuego ardiente del infierno. (Mt 13, 41, 42)
«Amen, pues, los hombres piadosos sus conciudadanos los santos Ángeles; tiemblen los impíos delante del poder de los Ángeles, Ministros de la cólera de Dios Omnipotente, de cuyas manos nadie podrá librarlos.»[6]
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[2]San Roberto Belarmino, Elevación de la mente a Dios por los grados de las cosas creadas, Noveno grado, Capítulo VI .
[3] Idem.
[4] Idem.
[5] Idem.
[6] Idem.
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