Ciudad del Vaticano (Lunes, 07-07-2014, Gaudium Press) En el Ángelus de ayer, en la Plaza de San Pedro, el Papa Francisco comentó el trecho del Evangelio en que Jesucristo convoca a seguirlo en su camino, lo que conlleva a que se aligeren las cargas que soportan los hombres: «Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré» (Mt. 11:28). Miles de peregrinos acompañaron al Papa en la Plaza de San Pedro, en una calurosa mañana de verano.
Foto: Radio Vaticano |
«En el Evangelio de este domingo encontramos la invitación de Jesús, dice así: ‘Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré’ (Mt. 11:28). Cuando Jesús dice esto, tiene ante sus ojos las personas que encuentra todos los días por los caminos de Galilea: mucha gente simple, pobres, enfermos, pecadores, marginados…», expresó el Pontífice. A todos, el Señor les lleva una palabra de esperanza. Jesús buscaba «a estas multitudes extenuadas y dispersas como ovejas sin pastor (cf. Mt 9:35-36) (…) y las buscaba para anunciarles el Reino de Dios y para sanar a muchos de ellos en el cuerpo y en el espíritu. Ahora los llama a todos a su lado: ‘Vengan a mí’, y les promete alivio y refrigerio».
Es claro que la invitación del Señor es para todos los tiempos y para todos los hombres. Pero esta invitación del Señor es hecha «de manera especial para los que sufren más».
«Jesús promete reconfortar a todos, pero también nos hace una invitación, que es como un mandamiento: ‘Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón’ (Mt 11,29). El ‘yugo’ del Señor ¿en qué consiste? Consiste en cargar el peso de los otros con amor fraternal. Una vez recibido el alivio y consuelo de Cristo, estamos llamados también nosotros a ser alivio y consuelo para los hermanos, con actitud mansa y humilde, a imitación del Maestro. La mansedumbre y la humildad de corazón no sólo nos ayuda a soportar el peso de los otros, sino a no cargar sobre ellos con nuestros propios puntos de vista personales, nuestros juicios, nuestras críticas o nuestra indiferencia».
El Pontífice terminó su alocución pidiendo la protección de la Santísima Virgen para todos, y que con una «fe iluminada, testimoniada en la vida, podamos ser alivio para los que necesitan ayuda, ternura y esperanza».
Con información de Radio Vaticano
Deje su Comentario