Redacción (Viernes, 11-07-2014, Gaudium Press) Con alegría y gratitud, la Iglesia Católica celebra con los camilianos los 400 años de la muerte del santo fundador, ocurrida en Roma, el 14 de julio de 1614. Camilo de Lélis nació en 1550, en Bucchianico, en los Abruzzos, Italia, de familia noble de militares. Con su padre, luchó al servicio de Venecia y España contra los turcos.
Posteriormente, desperdició la juventud en una vida desordenada. Se entregó al vicio del juego y perdió todo lo que tenía, hasta la camisa del cuerpo. Indigente, aceptó un empleo en las nuevas construcciones de los capuchinos, en Manfredonia. Gracias a Dios, en 1575, movido por una conversación con un fraile capuchino, meditó sobre su estado deplorable, cayó de rodillas, en lágrimas, y clamó por misericordia. Radical y decididamente, cambió el rumbo de su vida.
Mons. Edson de Castro Homem |
Ingresando al noviciado capuchino, no fue aceptado en la profesión religiosa debido a una llaga contraída en la pierna. Se dirigió, entonces, al Hospital de San Santiago de los Incurables, en Roma. Allí vio y tocó la miseria humana: de un lado, los incurables y (enfermos) terminales; de otro, el descuido y la insensibilidad de quien debería asistirlos. La experiencia determinó su vocación religiosa.
Ordenado sacerdote por influencia de San Felipe Neri, instituyó una compañía de «hombres píos y probos, que sirviesen a los enfermos no por recompensa, sino por amor a Dios». La congregación, aprobada por Sixto IV, en 1586, fue elevada a la condición de Orden de los Ministros de los Enfermos, en 1591, por Gregorio XIV. Al frente de sus co-hermanos, cuidó de pestilentes y moribundos.
Formó la primera asistencia ambulatoria junto a tropas militares. Durante una inundación del río Tíber, en 1589, salvó a los enfermos de modo heroico. Percibiendo que algunos enfermos eran enterrados vivos, ordenó que, después del último suspiro, las preces fuesen continuadas por un cuarto de hora, a fin de confirmar la muerte. Determinó que no se cubriese el rostro de los recién fallecidos, conforme la costumbre, pues, si estuviesen aún vivos, así no serían asfixiados. Tanto celo integraba también la solicitud espiritual para que los hospitalizados encontrasen la misericordia divina, por la oración y los sacramentos. Entretanto, sufrió graves incomprensiones por el enfrentamiento de adversarios externos y por la discordancia interna. En 1607, juzgó por bien renunciar a la función de Superior General.
En el período luminoso de su vida, que corresponde a la total entrega de sí a los enfermos, convivía con el propio dolor, cual compañero inseparable, pues permanente y, tal vez, difundido por el cuerpo, pues padeció de la llaga en la pierna durante 46 años, de una hernia por 38 años, dos callos en la suela de uno de los pies. Por tanto, él mismo precisaba de cuidados y se los negaba. Al alcanzar la etapa conclusiva de la vida, otro sufrimiento le advino. La comida le repugnaba, no la retenía en el estómago.
¡Grande en estatura, gigante en caridad!
¡Grande en estatura, gigante en caridad! Así podemos retratarlo. Maestro de la contemplación de Jesús en los enfermos, los agonizantes y los más necesitados, para cuidar de ellos con amor. Protagonista de la contemplación hecha en la acción, con la disciplina ascética de superación de sí. Creador y reformador hospitalario, a priorizar el enfermo y a humanizar los agentes de salud. Cuidador del físico y del espíritu.
La Iglesia proclamó a San Camilo patrono de los enfermos y de las asociaciones de enfermeros y de los encargados de enfermería. ¡Es útil invocarlo, que lo digan sus devotos! Es sabio imitarlo, pues cambió su vida fútil y vacía, dándole sentido humanitario y oblativo en contacto con la condición de la miseria humana y con el descaso de los agentes de salud. Suscita el cambio de la vida: hacer el bien a los otros; humanizar las instituciones; promover la existencia buena, justa y saludable para todos. En fin, incrementa y actualiza la Pastoral de la Salud como punto de honra de la Iglesia.
En visita a un hospital para dependientes químicos, legado de la Jornada Mundial de la Juventud, en Río de Janeiro, el Papa Francisco, el 24 de julio de 2013, lo definió con la siguiente metáfora: «santuario del sufrimiento humano». Importa comprender el alcance del significado de la expresión papal y traducirlo en prácticas cuidadoras, de suerte que ningún hospital o casa de salud sea depósito de personas como si ellas fuesen cosas.
Por Mons. Edson de Castro Homem
Obispo auxiliar de la Arquidiócesis de Río de Janeiro
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