Redacción (Miércoles, 23-07-2014, Gaudium Press) Más allá de haber variedad de reinos, también estos, en sí mismos considerados, están divididos en grados desiguales, como recuerda el mismo Santo Tomás:
«Es preciso decir que como la sabiduría de Dios es la causa de la distinción entre las cosas, es también la causa de la desigualdad. […] Por eso, en las cosas naturales, las especies parecen estar organizadas por grados. Por ejemplo: los cuerpos mixtos son más perfectos que los simples, las plantas, más que los minerales, los animales, más que las plantas, los hombres, más que los otros animales. Y en cada uno de esos grados se encuentra una especie más perfecta que las otras. Por tanto, como la sabiduría divina es causa de la distinción entre las cosas para la perfección do universo, así también es de la desigualdad. Pues el universo no sería perfecto si se encontrase en las cosas apenas un grado de bondad». [6]
Esa diversidad existente en los seres es buena ‘per se’, pues en ella se encuentra un reflejo de Dios, y como tal debe ser conservada, como recuerda San Buenaventura, citando a San Agustín: «Dicta el derecho natural que los grados sean conservados, pues ‘todas las cosas no serían tales si todas fuesen iguales’ «. [7]
Como consecuencia lógica de esa graduación en los seres, sucede que hay en el orden de la creación superioridades e inferioridades, pues «donde hay grados, ahí hay también superioridad e inferioridad». [8] Sin embargo, concluye el Doctor Seráfico, «si lo que es inferior no se subordina a lo que es superior, no se conservan los grados». [9]
La necesidad de la obediencia para la conservación de la armonía del universo
De hecho, «fue conveniente que, en las cosas naturales, las superiores moviesen las inferiores a su propia acción, por la excelencia del poder natural que Dios les concedió», [10] habiendo una subordinación de las últimas a las primeras.
Podemos observar, a título de ejemplo, que los satélites se reúnen en torno de los planetas y estos, a su vez, giran en torno de una estrella, siendo movidos por ella. También los vegetales, por la ley del heliotropismo, son continuamente movidos y atraídos por el astro-rey. Los animales, en sus varias especies, se agrupan en torno de un líder que los protege contra las especies nocivas. Y en el hombre, «microcosmos» según la expresión de San Gregorio Magno, [11] las células se agrupan para formar tejidos; estos, a su vez, órganos; los cuales generan, después, sistemas. Así es el orden natural, donde, por designio de Dios, los seres naturalmente más excelentes mueven, y los seres menos excelentes son movidos, en una subordinación y orden perfectos.
Ahora, así como en el orden de los seres irracionales naturalmente los inferiores se dejan mover por la acción de los superiores, así también debe ser en el ámbito de la actividad humana, con la diferencia de que los hombres, seres dotados de razón, lo hacen poniendo en acto una potencia que no fue dada a los seres irracionales: la voluntad. En otros términos, es lo que dice el Aquinate: «Como las acciones de las cosas naturales proceden de las fuerzas naturales, así también las operaciones humanas proceden de la voluntad humana». [12] Y así como en las cosas naturales fue conveniente que las superiores moviesen las inferiores a su propia acción, por la excelencia del poder natural concedido por Dios, como arriba referimos, «…es normal también que en la actividad humana los superiores muevan los inferiores mediante su voluntad, en virtud de la autoridad establecida por Dios. Ahora, mover por la razón y la voluntad es mandar. Por eso, así como en virtud del orden natural instituido por Dios los seres naturales inferiores se someten necesariamente a la moción de los superiores, así también en los asuntos humanos, por el orden del derecho natural y del divino, los súbditos deben obedecer a los superiores.» [13]
Con esto, se constata que «la obediencia a un superior es un deber de acuerdo con el orden divino establecido en el universo», [14] y sin ella la sociedad se desharía enteramente. Así como en el orden natural un planeta que se destacase de la atracción y de la influencia del Sol quedaría vagando por el espacio o se chocaría con otros astros, produciendo una hecatombe de consecuencias inimaginables en el universo; o un vegetal que dejase de ser atraído por el Sol, perdería su dirección y, en poco tiempo desaparecería por la ausencia del heliotropismo; o un perro abandonado, destinado a crecer aislado en la selva inhóspita, sin la protección y el amparo de su líder, no sobreviviría a las hambrientas fieras nocturnas; o el propio organismo humano que, por una revuelta o desobediencia de sus células, generase un cáncer y dejase de funcionar en su orden y subordinación interna, llevaría al hombre necesariamente a la muerte, así también ocurriría en la sociedad humana con el deprecio de la virtud de la obediencia, pues los hombres, no más sometiéndose unos a otros en función de la autoridad concedida por Dios, subvertirían al orden establecido por Él, desencadenando un proceso de disgregación de la sociedad que, así, estaría destinada a las peores catástrofes.
Entretanto, la cruel realidad es que el hombre, después del pecado original, tiene gran dificultad en ponerse en su debido lugar en este orden jerárquico. Ahora, como se observó arriba, dejarse guiar por otro y ser conducido de modo adecuado es extremadamente conveniente para la buena disposición de las cosas y, por eso, se torna necesaria la práctica de la virtud de la obediencia. Es ella la que permite a la sociedad conservar en la debida armonía las diversas clases, haciendo con que el relacionamiento humano se mantenga siempre dentro de un perfecto orden – sea en la vida laical o en una orden religiosa, a través de superiores intermediarios -, generando la paz, tanto en el ámbito de la sociedad espiritual, como en el de la esfera temporal.
Extraído de la monografía «La obediencia en la escuela espiritual de Plinio Corrêa de Oliveira» por el P. Flávio Roberto Lorenzato Fugyama, EP
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[6] «Et ideo dicendum est quod, sicut sapientia Dei est causa distinctionis rerum, ita et inaequalitatis. […] Unde in rerum naturalibus gradatim species ordinatae esse videntur: sicut mixta perfectiora sunt elementis, et plantae corporibus mineralibus, et animalia plantis, et homines aliis animalibus; et in singulis horum una species perfectior aliis invenitur. Sicut ergo divina sapientia causa est distinctionis rerum propter perfectionem universi, ita et inaequalitatis. Non enim esset perfectum universum, si tantum unus gradus bonitatis inveniretur in rebus». S. Th. I, q. 47, a. 2.
[7] «Ius naturale dictat, gradum esse servandum, ‘quia, si essent omnia aequalia, non essent omnia'». Cf. BOAVENTURA. De obedientia, a. 1, n. 6. In: Obras de San Buenaventura. Madrid: BAC, 1949. p. 249-250. (Tradução do autor).
[8] «Ubi autem gradus, ibi est superioritas et inferioritas». Loc. cit. (Tradução do autor).
[9] «Si inferius non subiaceat superiori, non servatur gradus». Loc. cit. (Tradução do autor).
[10] «Oportuit autem in rebus naturalibus ut superiora moverent inferiora ad suas actiones, per excellentiam naturalis virtutis collatae divinitus». S. Th. II-II, q. 104, a. 1.
[11] «Com razão escreveu São Gregório Magno que o homem é, em seu ser natural, uma espécie de microcosmos, um pequeno mundo, um resumo e compêndio de toda a criação: porque existe, como os minerais; vive, como os vegetais; sente, como os animais; e entende, como os anjos». Cf. ROYO MARÍN, Antonio. Somos hijos de Dios: Misterio de la divina gracia. Madrid: BAC, 1977, p. 6. (Tradução do autor). «Omnis autem creaturae aliquid habet homo. Habet namque commune esse cum lapidibus, vivere cum arboribus, sentire cum animalibus, intelligere cum angelis». GREGÓRIO MAGNO, Hom. 29 super Evang.: ML 76,1214.
[12] «Sicut actiones rerum naturalium procedunt ex potentiis naturalibus, ita etiam operationes humanae procedunt ex humana voluntate». S. Th. II-II, q. 104, a. 1.
[13] «…etiam oportet in rebus humanis quod superiores moveant inferiores per suam voluntatem, ex vi auctoritatis divinitus ordinatae. Movere autem per rationem et voluntatem est praecipere. Et ideo, sicut ex ipso ordine naturali divinitus instituto inferiora in rebus naturalibus necesse habent subdi motioni superiorum, ita etiam in rebus humanis, ex ordine iuris naturalis et divini, tenentur inferiores suis superioribus obedire». S. Th. II-II, q. 104, a. 1.
[14] «Obedire autem superiori debitum est secundum divinum ordinem rebus inditum, ut ostensum est». S. Th. II-II, q. 104, a. 2.
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