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Las Ciudades de la Inmaculada: el sueño de San Maximiliano Kolbe

Redacción (viernes, 25-07-2014, Gaudium Press) El 07 de diciembre de 1927, víspera de la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen, un sacerdote franciscano inauguró un monasterio en un campo ubicado a 42 kilómetros al Oeste de Varsovia, Polonia. El humilde religioso era San Maximiliano María Kolbe, y la fundación vendría a ser en su momento el convento más grande del mundo y una de las obras más notables de la evangelización a través de los medios de comunicación en el siglo XX. Era Niepokalanów, la Ciudad de la Inmaculada, materialización de un sueño apostólico que el Santo polaco deseaba extender por todo el mundo.

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San Maximiliano Kolbe. 

La herramienta para hacer florecer de esta manera una obra con humildes inicios fue la obediencia completa a la Santísima Virgen, núcleo fundamental de la espiritualidad de San Maximiliano y que se esforzó en inculcar a quienes guió espiritualmente: «La clave no es actuar de acuerdo a nuestras ideas, sino estar en sus manos», predicaba. «Ella puede alcanzar mejor la gloria de Dios, mientras nosotros arruinamos muchas cosas. Todo depende de nuestra perfecta docilidad hacia ella». Esta disposición se hacía práctica en una esmerada observancia de la regla franciscana y una tierna devoción mariana que animaba la vida en el monasterio que llegó a albergar 772 religiosos en 1939.

Intensa actividad apostólica

Este vasto número de monjes tenía un gran trabajo por hacer. La Ciudad de la Inmaculada, además de ser un refugio de oración era el cuartel general de un intenso trabajo evangelizador. Allí se imprimía el «Caballero de la Inmaculada», una revista que motivaba la devoción de miles de fieles y su Consagración a la Santísima Virgen, además de otras muchas publicaciones que llegaron a incluir un informativo noticioso impreso desde la perspectiva católica. Antes de la Segunda Guerra Mundial el monasterio tuvo tres rotativas, 7 intertipias y linotipias. El monumental trabajo requería 1600 toneladas de papel anuales e imprimía en total unas 60 millones de copias.

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Los monjes de Niepokalanów trabajaban activamente en las publicaciones que extendían la devoción mariana a todos los lugares.

Este modelo de vida religiosa de oración profunda y arduo trabajo apostólico en los medios de comunicación fue extendido por San Maximiliano a Japón. En la ciudad de Nagasaki se edificó el «Mugenzai no Sono», el Jardín de la Inmaculada de donde también se extendía el influjo de la publicación mariana con la que el Santo pretendía ganar los corazones de los creyentes y no creyentes: el Caballero de la Inmaculada. El propio San Maximiliano se trasladó a la ciudad japonesa en 1930 y trabajó como profesor en el Seminario mientras avanzaba su obra. Su celo apostólico lo llevó a proyectar obras similares en India y a proponerse algún día publicar en árabe, hebreo y cualquier lengua que le permitiera ganar almas para Dios a través de la Santísima Virgen.

El gran proyecto

«Creo que en cada nación una Ciudad de la Inmaculada debería surgir, para permitirle a Ella usar todos los medios incluyendo los más modernos, porque las invenciones deberían ser empleadas primero en servirle, ya sea en los negocios, la industria, los deportes, etc», comentaba el Santo franciscano, «e incluso la radio, el cine, en resumen todo lo que pueda ser descubierto y que pueda iluminar nuestras mentes e inflamar nuestros corazones». Esta Consagración total, no sólo de las personas sino de todos los medios y oficios, era la meta de la Milicia de la Inmaculada con la cual deseaba tomarse espiritualmente el mundo entero.

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La entrega devota y total a la Santísima Virgen era el motor de todo el proyecto misionero de San Maximiliano Kolbe.

Las expresiones del Santo sobre su visión del mundo hablan de un auténtico reinado de la Santísima Virgen, de millones de almas entregadas a ellas bajo una dulce esclavitud que sólo tenía por objeto permitirle a la Madre Celestial llevarlas al encuentro de Jesucristo y emplearlas para la salvación de todas las demás personas. Cada devoto consagrado a Nuestra Señora tenía en su sumisión la llave para transformar el mundo. «Una corta invocación, mientras trabajamos, es la mejor oración. Y esto es muy conveniente porque estamos constantemente unidos, en una forma más íntima, a la Inmaculada, como un instrumento en las manos de la Señora, de forma que obtenemos la gracia de la iluminación del intelecto (para comprender su voluntad) y el poder de la voluntad (para alcanzarlo)», predicó.

Una Ciudad de la Inmaculada en cada nación, un ejército de fieles devotos extendiendo el reinado espiritual de la Madre de Dios en toda la tierra y todos los medios y tecnologías puestas al servicio de Dios y rescate de las almas. Este era el sueño de un Santo que no dudó en dar la vida humildemente a cambio de la de un padre de familia en un campo de concentración nazi durante la Segunda Guerra Mundial. La elevada misión que le fue encomendada, lo conocía bien, no dependía de él y su supervivencia, sino de Aquella que lo había llamado a la lucha por el Reino de los Cielos.

Con información de Niepokalanow.eu y Cartemarialedumonde.org.

Gaudium Press / Miguel Farias.

 

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