Redacción (Viernes, 25-07-2014, Gaudium Press)
Finalidad de la reserva eucarística
El fin primario y primitivo de la reserva eucarística fuera de la Misa es la administración del Viático; los fines secundarios son la distribución de la comunión y la adoración de Nuestro Señor Jesucristo presente en el Santísimo Sacramento.
La conservación de las Sagradas Especies para los enfermos dio origen a la alabable costumbre de adorar este Alimento del Cielo que se guarda en nuestros templos. Y este culto de adoración se funda en una razón válida y segura, sobre todo porque la fe en la presencia real del Señor lleva naturalmente a la manifestación externa y pública de esa misma fe. [9]
Con efecto, en el Sacramento de la Eucaristía está presente, de manera absolutamente singular, Cristo todo entero, Dios y hombre, substancialmente y sin interrupción. Esta presencia de Cristo debajo de las especies «se llama real por excelencia, no por exclusión, como si las otras no fuesen también reales».[10]
Relación entre la comunión fuera de la Misa y el Sacrificio
La participación más perfecta en la celebración eucarística es la comunión sacramental recibida dentro de la Misa. Esto aparece más claramente cuando los fieles reciben el Cuerpo del Señor en el propio sacrificio, después de la comunión del sacerdote. [11] Por eso, en cualquier celebración eucarística debe consagrarse, de ordinario, pan reciente para la comunión de los fieles, y se debe llevar los fieles a comulgar en la propia celebración eucarística.
Con todo, «los sacerdotes no se niegan a dar la sagrada comunión, incluso fuera de la Misa, a los fieles que la pidan por justa causa.» [12] Al contrario, hasta conviene que los fieles que no pueden estar presentes en la celebración eucarística, se alimenten frecuentemente de la Eucaristía, y así se sientan unidos al sacrificio del Señor.
Y también es conveniente que los sacerdotes con cura de almas busquen facilitar la comunión frecuente de los enfermos como vemos en estas palabras del Magisterio: «Busquen los pastores de almas que se facilite la comunión a los enfermos y las personas de edad avanzada, aunque no estén gravemente enfermos, ni sea inminente el peligro de muerte; y esto no solo con frecuencia, sino hasta, en la medida de lo posible, todos los días, particularmente en el tiempo pascual. A aquellos que no la puedan recibir bajo la especie del pan, es permitido administrarla únicamente bajo la especie del vino.» [13]
Se debe poner todo el cuidado en enseñar a los fieles que, incluso cuando reciben la comunión fuera de la Misa, se unen íntimamente al sacrificio en el cual se perpetua el Sacrificio de la Cruz, y que se tornan participantes de aquel Banquete Sagrado en que, «por la comunión del Cuerpo y de la Sangre del Señor, el pueblo de Dios participa en los bienes del Sacrificio Pascual, actualiza la Nueva Alianza hecha una vez para siempre por Dios con los hombres en la Sangre de Cristo, prefigura y anticipa en la fe y la esperanza el banquete escatológico en el Reino del Padre, anunciando la muerte del Señor hasta que Él venga». [14]
Disposiciones para recibir la Sagrada Comunión
La Eucaristía es la fuente de toda la gracia y la remisión de los pecados. Con todo, los que pretenden recibir el Cuerpo del Señor, para alcanzar los frutos del sacramento, deben aproximarse a él de consciencia pura y con las debidas disposiciones de espíritu.
Por eso, la Iglesia preconiza «que nadie consciente de pecado mortal, por más que se juzgue arrepentido, se debe aproximar a la Santísima Eucaristía sin antes haber hecho la confesión sacramental».[15] Si hay, entretanto, razón grave -tal como producir escándalo caso no comulgue- y falte la oportunidad de confesarse, se debe hacer antes un acto de contrición perfecta, con propósito de, en tiempo debido, confesar todos los pecados mortales que en el presente no puede confesar. Cuanto a aquellos que acostumbran comulgar diariamente o con cierta frecuencia, conviene que se confiesen regularmente, según la condición de cada uno. Los fieles deben, entretanto, considerar la Eucaristía como antídoto para liberarse de las culpas cotidianas y evitar pecar mortalmente. Y deben saber también utilizar convenientemente los actos penitenciales de la liturgia, sobre todo de la Misa. [16]
Frecuencia de la comunión
Otra gran dificultad que la Iglesia enfrentó, tal vez la mayor de todas, fue la cuestión de la frecuencia de la comunión. La comunión es un complemento indispensable de la Eucaristía. Por eso, el auge de la participación de los fieles tiene lugar cuando ellos comulgan el Cuerpo y la Sangre de Cristo (Cf. SC, 55). Por eso también, la Iglesia insiste en que los fieles comulguen siempre que participen de la Misa, tal como lo hacían los primeros cristianos.
El rompimiento de esta costumbre de comulgar siempre que se participaba de la Santa Celebración se inicia en el siglo IV, y a partir de entonces los fieles se contentan apenas en asistir la Misa y comulgar pocas veces al año, y hasta incluso una sola vez al año. El cuarto concilio de Letrán (1215), para evitar un distanciamiento todavía mayor, prescribió la comunión pascual como obligatoria.
En tiempos más recientes tuvieron gran importancia en este asunto los papas San Pío X, que facilitó la comunión de los niños [17], y Pío XII que, sobre todo con la mitigación del ayuno, favoreció la comunión inclusive diaria de muchos fieles. [18]
El concilio Vaticano II «recomienda encarecidamente» la comunión frecuente. Pablo VI concedió inclusive que, en determinadas ocasiones, los fieles pudiesen comulgar dos veces en el mismo día. Y el Código actual universalizó esta praxis, permitiendo comulgar dos veces en el mismo día, desde que sea dentro de la celebración eucarística (c. 917).
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[8] Cf. S. Congr. dos Ritos, Instr. Eucharisticum mysterium, n. 3g: AAS 59 (1967), p. 543.
[9] Cf. S. Congr. dos Ritos, Instr. Eucharisticum mysterium, n. 49: AAS 59 (1967), pp. 566-567.
[10] Paulo VI, Encicl. Mysterium fidei: AAS 57 (l965), p. 764; cf. S. Congr. dos Ritos, Inst. Eucharisticum mysterium, n. 9: AAS 59 (1967), p. 547.
[11] Cf. Conc. vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, n. 55.
[12] Cf. S. Congr. dos Ritos, Instr. Eucharisticum mysterium, n. 33a: AAS 59 (1967), pp. 559-560.
[13] S. Congr. dos Ritos, Instr. Eucharisticum mysterium, n. 40-41: AAS 59 (1967), pp. 562-563.
[14] S. Congr. dos Ritos, Instr. Eucharisticum mysterium, n. 3a: AAS 59 (1967),pp. 541542.
[15] Cf. Conc. Trid., sessão XIII, Decr. de Eucharistia, 7: DS 1646-1647; ibid., sessão XIV, Canones de sacramento Paenitentiae, 9: DS 1709; S. Congr. da Doutrina da Fé, Normae pastorales circa absolutionem sacramentalem generali modo impertiendam, de 16 de Junho de 1972, proemio, e n. VI: AAS64 (1972), pp. 510 e 512.
[16] Cf. S. Congr. dos Ritos, Instr. Eucharisticum mysterium, n. 35: AAS 59 (1967), p. 561.
[17] Decreto Quam singulari, AAS 2 (1910) 582.
[18] La constitución apostólica Christus Dominus (AAS 45 (1953) 15-24), de 5.1.1953, limitava a e horas el ayuno cuando se trataba de alimentos sólidos y bebidas alcohólicas, y a una hora las bebidas no alcohólicas. Paulo VI determinou que el computo del tiempo fuese el mismo para los fieles y para los sacerdotes, ou sea, o momento de al comunión y no el de comenzar la Santa Misa. (cfr. SCSO, Decretum De ieiunio eucharistica, AAS 56 (1964) 212). El mismo Pablo VI, en la V sesión pública del Concilio Vaticano II (21.XI.64) redujo el ayuno a una hora, tanto para los alimentos sólidos como para las bebidas alcohólicas, tomadas con moderación: cfr. AAS 57 (1965) 186.
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