Redacción (Viernes, 08-08-2014, Gaudium Press) Las santas reliquias de la Pasión de Cristo han sido durante siglos objeto de gran veneración para los fieles católicos. La tradición de numerosos países rastrea el recorrido de los objetos a través de la historia y ubica algunos de ellos en importantes santuarios y catedrales. Es así como se venera cada año la Santa Corona de Espinas en la Catedral de Notre Dame en París, Francia, diversos fragmentos de la Vera Cruz (la verdadera Cruz en la cual fue clavado Jesucristo) en templos en varios países o la Sábana de Turín que se considera que envolvió el cuerpo de Cristo tras su muerte y cuya imagen está misteriosamente plasmada sobre la tela. La extraordinaria devoción que despiertan estas reliquias tiene un mismo fundamento. Se trata de objetos que tuvieron contacto con el cuerpo de Jesucristo en el momento mismo en que se obró el sacrificio que redimió a la humanidad.
Bendición con el Santísimo en el Congreso Eucarístico de la Diócesis de Trenton, E.E.U.U. Foto: A&A Photography . |
Esta introducción es necesaria para hablar de los vasos sagrados, los objetos empleados durante la celebración de la Eucaristía y que tienen contacto directo con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, como lo enseña la doctrina de la Iglesia. En este sacramento «está inscrito de forma indeleble el acontecimiento de la pasión y muerte del Señor. No sólo lo evoca sino que lo hace sacramentalmente presente.», explicó San Juan Pablo II en su Carta Encíclica Ecclesia de Eucharistia. «Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, memorial de la muerte y resurrección de su Señor, se hace realmente presente este acontecimiento central de salvación y ‘se realiza la obra de nuestra redención'». Por este motivo, el respeto que merecen los vasos sagrados que contienen el Cuerpo y la Sangre de Cristo es similar al que inspiran las reliquias de la Pasión y Muerte del Señor.
¿Qué son los vasos sagrados?
Los elementos que la Iglesia designa bajo el título de vasos sagrados son el cáliz, la patena, el copón y la custodia, los cuales tienen un contacto directo con las especies eucarísticas y son cuidadosamente purificados para evitar cualquier irreverencia. La Iglesia ha manifestado desde antiguo su preocupación por la dignidad de estos elementos y algunos de ellos constituyen auténticas obras maestras de arte sacro, capaces de causar la admiración de creyentes y no creyentes al evocar los misterios contenidos en el sacramento. La perfección de la elaboración de los vasos sagrados y los materiales seleccionados para su fabricación constituyen también una catequesis sobre la sacralidad y la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía.
«Entre lo que se requiere para la celebración de la Misa, merecen especial honor los vasos sagrados y, entre éstos, el cáliz y la patena, en los que el vino y el pan se ofrecen, se consagran y se consumen», dispone la Instrucción General del Misal Romano. El cáliz, como lo recuerda la Enciclopedia Católica, es el vaso en forma de copa en el que se depositan el vino y el agua empleados para el sacrificio eucarístico. La patena es un recipiente cóncavo en el que se ofrece el pan que se convertirá en el Cuerpo de Cristo y suele ser muy plano para facilitar su purificación de forma que no queden en él fragmentos de la Eucaristía. El copón es un vaso con tapa destinado a la reserva de las formas consagradas y la custodia es una urna especial – usualmente ricamente adornada – que permite la exposición pública del Santísimo Sacramento.
La debida dignidad de los vasos sagrados
Los vasos sagrados son destinados a contener el Cuerpo y la Sangre de Cristo, presentes en el sacramento de la Eucaristía. Foto: Gustavo Kralj / Gaudium Press. |
Sobre todos estos elementos, la norma litúrgica contenida en la Instrucción General del Misal Romano dispone que deben fabricarse «de un metal noble» y que «si son fabricados de metal que es oxidable o es menos noble que el oro, deben dorarse habitualmente por dentro». La Iglesia admite otros materiales que sean considerados dignos, con la debida precaución sobre la calidad del material. A este respecto ordenó San Juan Pablo II que «se requiere estrictamente que este material, según la común estimación de cada región, sea verdaderamente noble, de manera que con su uso se tribute honor al Señor y se evite absolutamente el peligro de debilitar, a los ojos de los fieles, la doctrina de la presencia real de Cristo en las especies eucarísticas».
Los vasos sagrados deben ser además bendecidos de una forma especial, siguiendo las fórmulas contenidas en el Ritual de Dedicación de una iglesia y de un altar, contenido en el Pontifical Romano o el Ritual de Bendición de objetos que se usan en las celebraciones litúrgicas del Bendicional. Por su carácter sagrado y la extraordinaria dignidad de su contenido, los vasos sagrados son manipulados por el sacerdote y el diácono, quienes están encargados de su purificación tras la Eucaristía de manera exclusiva, con la asistencia de los acólitos.
Una muestra de la eficacia evangelizadora de los vasos sagrados es el uso de las custodias solares en la evangelización de América. Los dorados rayos de las custodias que emanan del centro, donde se contiene la Eucaristía, permitieron a los indígenas identificar a Cristo Sacramentado con la divinidad, siendo una expresión particular del arte barroco puesto al servicio de la adoración y la catequesis. Anteriormente a esa época, las custodias empleaban formas tomadas de la arquitectura gótica que ya había expresado de forma efectiva el sentido de la sacralidad a los pueblos europeos.
De la misma manera, la dignidad y belleza de los cálices, patenas y copones habla con propiedad sobre la sacralidad de la Eucaristía, dando un testimonio coherente entre la fe profesada y la práctica de la fe. Son estos elementos los que contienen el milagro de la Eucaristía y, creados de los más finos componentes, son expresión de la misión del hombre de elevar hacia Dios la creación entera. En ellos la materia, transformada por la mano del hombre, toca lo divino.
Gaudium Press / Miguel Farías.
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