Redacción (Viernes, 15-08-2014, Gaudium Press) Cuando Dios creó al hombre, además de todas las maravillas que le concedió en el Paraíso, lo llenó de bienes sobrenaturales.
Las cualidades sobrenaturales concedidas al primer hombre fueron: la gracia santificante, las virtudes teologales y los dones del Espíritu Santo. Dios ponía su complacencia en habitar en el hombre como en un magnífico santuario por Él mismo adornado. Su venida sensible al Paraíso Terrestre, de la que nos habla la Escritura, era un símbolo de los dulcísimos e invisibles lazos de amistad que existían entre el hombre en estado de gracia y el Creador. 1
O sea, el ser humano fue creado en un estado magnífico, con gracias especialísimas. Su alma estaba toda propensa al bien, poseía la propia vida divina, las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad, y además los dones del Espíritu Santo: ciencia, inteligencia, sabiduría, prudencia, fortaleza, temor, piedad, consejo y fortaleza. Además de eso, Dios le concedió también los dones preternaturales.
Mientras los dones sobrenaturales hacían sentir su benéfica influencia sobre todo en la parte racional del hombre, los dones preternaturales llenaban de perfección la parte sensible. Eran estos en número de tres: integridad, inmortalidad, impasibilidad. 2
El don de integridad ordenaba enteramente la naturaleza humana. «Ese don especialísimo hacía que todas las inclinaciones y los impulsos de la naturaleza estuviesen en armonía con la ley divina»3. Por el don inmortalidad los hombres no pasarían por la muerte, «después de una permanencia más o menos prolongada en el Paraíso Terrestre, serían trasladados definitivamente al cielo sin pasar por el transe terrible del dolor, de la enfermedad». 4
Y finalmente por el don de impasibilidad el hombre estaba exento de cualquier malestar, pues este «le proporcionaba la exención de dolores y sufrimientos. Sin perturbación orgánica, psicológica, el hombre gozaba de una felicidad perfecta. Nada perturbaba su paz y tranquilidad». 5
Por el pecado nuestros primeros padres fueron expulsados del Paraíso y privados de esos privilegios y así el sufrimiento, la muerte, las enfermedades se tornaron compañeros de la humanidad manchada por el pecado original. 6
Desde sus primeros instantes, ve el hombre erguirse delante de sí el espectro del dolor. Muchos escritores, entre profundos y banales, han descrito, entre atónitos y temerosos, el terrible combate que el hombre entabla con el dolor. La existencia humana nada más es que una lucha entre el hombre y el dolor. Lucha trágica, lucha terrible, en que el dolor siempre vence al hombre. 7
El dolor físico y dolor moral
San Juan Pablo II, en su Carta Apostólica ‘Salvifici Doloris’, afirma ser el sufrimiento «algo esencial para la naturaleza humana. […] parece pertenecer a la transcendencia del hombre; es uno de aquellos puntos en que el hombre está, en cierto sentido, ‘destinado’ a superarse a sí mismo; y es llamado de modo misterioso a hacerlo». 8 La naturaleza humana por ser un compuesto de cuerpo y alma no sufre apenas dolores físicos, sino sobre todo dolores morales.
El hombre sufre de diversas maneras, que no siempre son consideradas por la medicina, ni siquiera por sus ramas más avanzadas. El sufrimiento es algo más amplio y más complejo que la enfermedad y, al mismo tiempo, algo más profundamente enraizado en la propia humanidad. Nos es dada una cierta idea en cuanto a este problema por la distinción entre sufrimiento físico y sufrimiento moral. Esta distinción toma como fundamento la doble dimensión del ser humano e indica el elemento corporal y espiritual como el inmediato y/o directo sujeto del sufrimiento. Aunque se puedan usar hasta cierto punto como sinónimas las palabras «sufrimiento» y «dolor», el sufrimiento físico se da cuando, sea de qué modo sea, «duele» el cuerpo; mientras que el sufrimiento moral es «dolor del alma». 9
De las más variadas formas el hombre puede sufrir físicamente -enfermedades, hambre, accidentes, frío, y cuantas otras cosas, independiente de la edad, raza o condición social- y, en la mayoría de las veces, esos son acompañados de sufrimientos morales. Para comprender mejor la ligación que hay entre un sufrimiento y otro, transcribimos aquí un ejemplo dado por Mons. João Scognamiglio Clá Dias: un luchador de karate, cuando está en una competición recibe toda especie de golpes y eso le causa dolor. Entretanto, si él tiene el apoyo de la hinchada, aunque su cuerpo sufra en consecuencia de los golpes que lleva, por así decir en su alma él no sufre porque siente la adhesión y el estímulo de los fánaticos. Por otro lado, puede una persona sufrir en el alma sin haber recibido ningún golpe, por ejemplo, un inocente que se ve objeto de todo tipo de calumnia y humillaciones. 10
Podemos recordar también otro caso, ocurrido con el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira y que mucho lo impresionó. Cierta vez, se encontraba en un restaurante y mientras esperaba lo que había pedido, pasó a analizar los circunstantes. En medio de tantas personas disipadas y agitadas con sus problemas, se admiró al ver un hombre serio y reflexivo, sentado en un rincón del recinto, tomando su merienda a solas. ¿Cuál sería el motivo de este estado de espíritu tan poco frecuente en nuestros días? Su indagación fue respondida cuando llegó el dueño del establecimiento y se puso a conversar con dicho personaje:
– ¡Oh! ¡qué bueno verlo por aquí! Pero, ¿dónde están sus amigos?
– Pues… Ellos siempre estaban conmigo, pero después que perdí mi pierna, todos me abandonaron…
Así, Dr. Plinio comprendió que aquel estado de espíritu provenía del abandono en que el hombre se encontraba. Era un «dolor de alma» profundo, consecuente de un accidente físico. En esta situación qué más le hacía sufrir: ¿el hecho de estar sin pierna o sin amigos? Si él estuviese físicamente adolorido, pero hubiese quien le confortase el alma, no sería para él una alegría? Por otro lado, si poseyese el físico perfecto, pero fuese considerado un paria en la sociedad, ¿no sería mejor la primera situación? Eso ocurre pues el instinto de sociabilidad en el ser humano es profundamente más fuerte que el instinto de conservación. Innúmeros son los que prefieren arriesgar la propia vida a ser considerados como cobardes por los demás. 11
El sufrimiento bien aceptado es «lo que más eleva el alma de una persona. En esta tierra no hay individuo más indigente que aquel a quien Dios no manda dolores». 12 A partir de esa comprensión del dolor podemos admirar mejor lo que afirma Mons. Chaudard en su libro El alma de todo apostolado: el sufrimiento es el octavo sacramento,13 tal es su valor a los ojos de Dios.
Sufrir, todos sufren, el gran problema está en el modo como se enfrenta el dolor pues, «las mismas miserias llevan algunos para el cielo y otros para el infierno».14 En lo alto del Calvario, encontramos la más bella lección en esa materia: Tres hombres están crucificados. El del centro, Nuestro Señor Jesucristo, nos da el más bello ejemplo: sufre como inocente por los pecados ajenos. Al lado derecho de Jesús, el Buen Ladrón sufre como penitente, pero del lado izquierdo del Divino Redentor, el mal ladrón sufre como un condenado.15
Por Anna Luiza Cendon Finotti
1 CAMPANA, p. 24.
2 Ibid. p. 26. (Grifo da autora)
3 CLÁ DIAS, João Scognamiglio. No sofrimento, a raiz da glória. In: O inédito sobre os Evangelhos, op. cit. v. V, p. 323.
4 ROYO MARÍN, Antonio. Nada te turbe. Madrid: Palabra, 1982, p. 15. (Tradução da autora)
5 FORMENT, Eudaldo. Id a Tomás: Principios fundamentales del pensamiento de Santo Tomás. Pamplona: Fundacion Gratis Datæ, 2005, p. 69. (Tradução da autora)
6 Cf. CCE 1264.
7 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Na Academia Jackson de Figueiredo. In: Dr. Plinio. São Paulo: Ano IX, n. 94, Jan. 2006, p. 5.
8 JUAN PABLO II. Salvifici doloris, n.2.
9 Ibid. n.5.
10 CLÁ DIA, João Scognamiglio. Palestra. São Paulo, 30 dez.2001. (Arquivo do IFTE)
11 Cf. Id. O Sermão da Montanha. In: O inédito sobre os Evangelhos, op. cit. v. VI, p. 85.
12 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. PLINIO CORREA DE OLIVERIRA: Notas Autobriográficas. São Paulo: Retornarei,2008, v. I, p. 294.
13 Cf. CHAUTARD, OSCO, Jean-Baptiste. A alma de todo apostolado. São Paulo: FTD, 1962, p. 112
14 SAN ALFONSO MARIA DE LIGORIO. A prática do amor a Jesus Cristo. Aparecida: Santuário, 2004, p. 56.
15 Cf. SAN LUIS MARIA GRIGNION DE MONTFORT. Carta circular a los amigos de la Cruz.n.33.In: Obras. Madrid: BAC, 1953, p.245.
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