Redacción (Martes, 19-08-2014, Gaudium Press) Reproducimos a continuación la homilía de Mons. Braulio Rodríguez Plaza, Arzobispo de Toledo, proferida en la Catedral de la Primada de España, en la fiesta de la Virgen del Sagrario. Los subtítulos son de la redacción de Gaudium Press:
Mons. Braulio Rodríguez |
Queridos hermanos: en muchas ocasiones es motivo de asombro para los creyentes caer en la cuenta de que muchos malvados prosperen, mientras que los siervos de Dios, los que le aman, los sencillos, los que se fían de los demás parecen fracasar. No sé si caemos en la cuenta de que la Iglesia tiene algo especial, tal vez podemos llamarlo un privilegio, que no posee ninguna otra religión. ¿De qué se trata? Sencillamente que, habiendo sido fundada desde la primera venida de Cristo, no desaparecerá hasta que Él vuelva otra vez.
A veces parece que los enemigos triunfan
Pero, mientras tanto, en cada generación, también en la nuestra, parece que sucumbe y que sus enemigos triunfan. Pues sí, hermanos, el combate entre la Iglesia y el mundo que no sigue el camino de Dios es así: parece que cada día el mundo le gana terreno a la Iglesia; sin embargo, es la Iglesia la que en realidad le gana terreno al mundo. ¿Cómo digo semejante cosa cuando apenas se ve la presencia pública de los cristianos, cuando cuesta tanto que el Evangelio de los pobres se abra paso en una sociedad injusta? ¿Cuándo hay tan gran número de desasosiegos y turbaciones ante el número de abortos y la moral conyugal no entra en los planes de tantos que ahora se casan? ¿Cuándo hay regiones en el mundo sin esperanza en África y en otros continentes? ¿Cuándo miles de cristianos y otros grupos son arrojados de sus casas y perdidos sus derechos por violentos y parece que los grandes de este mundo no se mueven si no son atacados sus intereses?
Sí, en este momento, muchas cosas ponen nuestra fe a prueba. En ocasiones, no vemos futuro; tampoco vemos que lo que parece tener éxito ahora no durará mucho tiempo. Hoy vemos filosofías, modos de ver la vida y clanes florecientes que se extienden. Y la Iglesia aparece pobre e impotente.
¿Saben ustedes lo que necesitamos? Rogar a Dios para que nos enseñe; necesitamos que nos enseñe, pues es posible que estemos muy ciegos. Como sabéis, en una ocasión, cuando las palabras de Cristo les había puesto a prueba, los Apóstoles le dijeron: Aumenta nuestra fe. Que aumente nuestra fe al volver los ojos sobre alguien que ha vivido como nadie la fe y la entrega al Señor: la Madre de Dios, Santa María del Sagrario, que triunfado al modo de Dios.
El triunfo de la Virgen es único entre los seguidores de Cristo
Precisamente es lo que muestra esta fiesta de hoy, fiesta de nuestra ciudad; en ella se pone de relieve el desarrollo de la fe en la Virgen, fijándonos en su triunfo, único entre los seguidores de Cristo. El triunfo en Ella, que es pequeña y maternal, aparentemente frágil y grandiosa, porque ha creído y Dios ha mirado su humillación. Felicidades, pues, a todos los toledanos, a nuestras autoridades, que nos honran con su presencia, a los pequeños, a los jóvenes, a los matrimonios y nuestros mayores, a los toledanos de toda la vida y a los que compartimos la vida de esta ciudad desde hace muchos o pocos años.
Hoy sube al cielo María, // que Cristo, en honra del suelo,// traslada la casa al cielo, // donde en la tierra vivía.
Levantad al cielo el vuelo, // de Dios lo fuisteis, y Dios, // por no estar en él sin vos, // traslada la casa al cielo.
Amor con divino modo // os trasplanta, bella flor, // y, porque prendáis mejor, // os llevan con tierra y todo.
A su Hija abraza el Padre; // a su Madre, el Redentor; // y a su Esposa coronada, // el Espíritu de amor. (Lope de Vega).
A Ella tenemos que mirar y ver qué rentable es la vida cuando se vive como María lo hizo. El enorme dragón parecerá muy temible, pero no se tragó al Niño de la Mujer cuando nació. No. Él realizó la obra de salvación y al realiza hoy: el reinado de Dios y la potestad de su Cristo están siempre vigentes. Por Él todos volveremos a la vida. Si, como Ella, escuchamos la Palabra de Dios y con su gracias la cumplimos, ¿qué temer? La muerte y el pecado, el mal y lo oscuro de la existencia ha sido absorbida en la victoria de Cristo, sobre todo en su Madre Santísima.
El triunfo de la Virgen nos infunde coraje
¿De qué tenemos miedo, hermanos, cuando vemos este triunfo de ´Santa María? Si a san Pedro, que no pudo velar ni una hora con Cristo y renegó de Él, se le entregaron las llaves del reino de los cielos, ¿de qué elogios no será digna Nuestra Señora, ella que llevó en su seno al Rey de los ángeles? Si san Pablo, que no respiraba más que amenazas y matanzas contra los discípulos del Señor, ha sido arrebatado hasta el tercer cielo, no nos puede sorprender que la san Madre de Dios, que ha permanecido con su Hijo en las pruebas que ha soportado desde la cuna, haya sido elevada y exaltada por encima de los coros angélicos.
Si hay alegría en el cielo ante los ángeles por un solo pecador que hace penitencia, ¿qué hermosa y alegre alabanza se elevará ante Dios por la persona de Santa María, que nunca ha pecado? Si el Señor dice: El que me sirve, que me siga, y donde yo estoy también estará mi servidor, ¿dónde pensamos que está su Madre, que le servido con tanto empeño y constancia, si le ha seguido y obedecido hasta la muerte?
Pienso, queridos hermanos, que nuestro problema como discípulos de Cristo es el miedo. Miedo a arriesgar, a dar la cara en la confesión de la fe; miedo a pensar que Jesús pide mucho, cuando no pide sino que da; miedo al qué dirán, a poner más esperanza en mantener nuestra cómoda posición que en confiar en Cristo. Ese miedo es real, pero puede superarse, si somos más valientes, más sencillos, más arraigados en Jesucristo. ¡Ánimo, hermanos! La victoria es nuestra. El triunfo de la Santísima Virgen nos impulso a un nuevo vigor evangelizador, a mayor caridad y conocimiento de nuestra fe.
Por intercesión poderosa de nuestra Señora del Sagrario le pedimos a Dios por nuestra ciudad, por sus habitantes que más lo necesiten, por sus autoridades, por un esfuerzo en cooperar al bien común de todos, para que no tengamos miedo a afrontar nuestras dificultades y problemas. Hagamos nuestro el canto de Fray Luis:
Al cielo vais, Señora, // y allá os reciben con alegre canto. // ¡Oh quién pudiera ahora // asirse a vuestro manto // para subir con vos al monte santo.
Volved los blandos ojos, // ave preciosa, sola humilde y nueva, // a este valle de abrojos, // que tales flores lleva, // do suspirando estás los hijos de Eva.
Que, si con clara vista // miráis las tristes almas deste suelo, // con propiedad ni vista, // las subiréis de un vuelo, // como piedra de imán al cielo, al cielo.
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