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Ojos y corazón de águila

Redacción (Jueves, 21-08-2014, Gaudium Press)

«No soy un águila, de ella tengo simplemente los ojos y el corazón, pues a pesar de mi pequeñez extrema, me atrevo a mirar el Sol Divino […] y mi corazón siente en sí todas las aspiraciones del águila».

Cuando el Sol, todavía tímido, posa sus primeros rayos sobre las altas cordilleras, el panorama va adquiriendo de a poco una luminosidad toda especial que hace resplandecer como minúsculos diamantes el blanco manto de nieve en la cima de las montañas más elevadas. Y a medida que la presencia del Astro Rey gana fuerza, la nieve se derrite levemente en algunos rincones de la pendiente, haciendo escurrir torrentes de agua cristalina que rompen el silencio de la aurora con su inconfundible y agradable murmurio.

Entre los picos que se levantan altaneros, algo invita a nuestro espíritu a la contemplación y al heroísmo. Se trata de una majestuosa ave que, después de haberse despertado junto con el nacer del Sol, cruza los aires con grandeza: el águila real. Sintiéndose enteramente a gusto en tan espectacular escenario, ella vuela con elegancia, desafiando las alturas y pareciendo estar en el aire por puro placer. Pero si la observamos con más cuidado, veremos que ella presta mucha atención en lo que sucede en los valles profundos y en las empinadas vertientes.

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De repente, su vista extremamente agudizada divisa una presa que le repondrá las energías. Invierte, entonces, con una velocidad vertiginosa – que puede pasar hasta de 150 km/h – y la apaña certera, con sus garras afiladas. Una vez alimentada, fija el Sol como si quisiese alcanzarlo y otra vez corta los aires con audacia, en su dirección.

Contemplándola levantar vuelo, ella nos da idea de lo que es la osadía que no duda ni toma precauciones pequeñas y mezquinas. Su forma de surcar los cielos evoca la belleza de las almas que, en el supremo heroísmo del desapegarse de las cosas de la Tierra, se abandonan en las manos de Dios, dispuestas a enfrentar todos los riesgos de esta vida, para contemplar eternamente la luz del Creador.

Tal es la Virgen Santísima que, en su humildad, vuela como un águila mística por los cielos inexcogitables del amor a Dios. Y así también son las almas que, reconociendo su debilidad para alcanzar el Cielo, pueden decir como Santa Teresita: «No soy un águila, de ella tengo simplemente los ojos y el corazón, pues a pesar de mi pequeñez extrema, me atrevo a mirar el Sol Divino, el Sol del Amor, y mi corazón siente en sí todas las aspiraciones del águila…».1

Por la Hermana Marcela Alejandra Ruiz Reyes, EP

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² 1 SANTA TERESA DE LISIEUX. Manuscrito B. El pajarito y el águila divina. In: Obras completas. São Paulo: Paulus, 2002, p.175. (Revista Arautos do Evangelho, Agosto/2014, n. 152, p. 50-51)

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