Redacción (Lunes, 25-08-2014, Gaudium Press) La maternidad divina de María trae consigo una consecuencia lógica irrefutable: Ella es también nuestra Madre y la Madre de la Iglesia.
¡Sí! Tal como declara el Apóstol, la Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo. Este Cuerpo es constituido por todos los bautizados y tiene a Cristo como Cabeza, del cual fluye toda la vida sobrenatural para sus miembros. Siendo, pues, Madre de la Cabeza, Ella es consecuentemente también Madre del Cuerpo.
Sin embargo, hay todavía otro título que justifica esta maternidad: María «es verdaderamente Madre de los miembros que constituyen este Cuerpo, porque cooperó con su amor para que en la Iglesia naciesen los fieles, miembros de aquella Cabeza».
Así, pues, en aquel momento, feliz entre todos, de la Encarnación, María pasó a ser verdaderamente Madre de Dios y de los hombres:
«Nos concibió en Nazaret y nos dio a luz en el Calvario. ‘Con su consentimiento para tornarse Madre de Dios, escribe San Bernardino de Siena, trajo la salvación y la vida eterna a todos los electos, de suerte que se puede decir que, en aquel instante, los acogió en su seno, conjuntamente con el Hijo de Dios'».
Como vemos, María nos «dio a luz» en el Calvario, y es nuestra Madre también por haber sido Corredentora del género humano, pues fue a través de la Pasión de su Hijo, a la cual Ella dio su asentimiento, que recomenzó para la humanidad la vida sobrenatural perdida en el paraíso.
Con estas bellas palabras, Dr. Plínio así comenta la insigne participación de María en la Obra de la Redención:
«Cuando estaba al pie de la Cruz, el Padre Eterno le pidió consentimiento para que Nuestro Señor Jesucristo fuese muerto. Ella, que podría haber dicho no – el Padre Eterno estaba queriendo poner en manos de Ella el destino de su Hijo – dijo sí. Dijo sí para salvar las almas de los hombres. Si Él no muriese, no habría Cielo para nosotros.
En esa hora en que Ella dijo sí, Él quedó entregado a los horrores de la muerte. Ella vio a Su Hijo decir al Padre Eterno: ‘Mi Padre, mi Padre, ¿por qué me abandonaste?’ Lo que tenía un poco el sentido: ‘Mi Madre, mi Madre, ¿por qué consentiste?’ Pero Ella quiso. Y cuando Él expiró, el género humano estaba redimido.»
Es también lo que proclama el Concilio Vaticano II con su característico lenguaje y autoridad conciliar:
«Concibiendo, generando y alimentando a Cristo, presentándolo al Padre en el Templo, padeciendo con Él cuando agonizaba en la Cruz, cooperó de modo singular, con su fe, esperanza y ardiente caridad, en la obra del Salvador, para restaurar en las almas la vida sobrenatural. Es por esta razón nuestra Madre en la orden de la gracia».
San Bernardo, no deja de exhalar un preciso y piadoso pensamiento sobre el asunto:
«Peor que la espada, traspasando el alma, no fue aquella palabra que alcanzó hasta la división entre el alma y el espíritu: Mujer, ¿aquí tienes a tu hijo? (Jo 19,26). ¡Oh! ¡Qué intercambio increíble! Madre, Juan te es entregado en vez de Jesús, el siervo en el lugar del Señor, el discípulo por el Maestro, el hijo de Zebedeo por el Hijo de Dios, el puro hombre en vez del Dios verdadero. ¿Cómo oír eso dejaría de traspasar tu alma tan afectuosa, si hasta el recuerdo nos corta los corazones, tan de piedra, tan de hierro?».
En suma, al mismo tiempo en que Cristo obraba la redención de la humanidad, nacía la Santa Iglesia de su costado abierto. Cuando el soldado Longinus abrió con su lanza el costado del Salvador, Jesús ya había expirado. Pero, a los pies de la Cruz stabat Mater Dolorosa. Ella sintió en su propio corazón el dolor de la lanza que perforaba al Sagrado Corazón, sintió en sí aquel dolor que su Hijo Divino no podía sentir más. Habiendo la Iglesia nacido del flanco de Cristo golpeado, bien se puede afirmar que fue María quien sufrió los dolores de este «parto» en su propio Inmaculado Corazón. Este dolor apenas Ella lo sufrió, pues Jesús ya estaba muerto. ¿Por qué negar que Ella, así, participara también del nacimiento de la Iglesia como Madre tiernísima? Ella es, verdaderamente, la Mater Ecclesiae.
Por: Felipe Rodrigues de Souza
Trecho extraído de la monografía: «María Santísima: el Paraíso de Nuestro Señor Jesucristo, en la reflexión mariológica de Plinio Correa de Oliveira».
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