Redacción (Martes, 26-08-2014, Gaudium Press) Quien pare un poco para observar los fenómenos climáticos o geológicos, con facilidad notará que nada de lo que pasa en la naturaleza presenta huellas de intemperancia, agitación o precipitación. Nada sugiere al espectador frenesí o abalo de temperamento. Al contrario, Dios puso en el orden de la creación tal sobriedad, tal majestad, tal solemnidad, que se podría decir que hay en estos fenómenos un ceremonial del universo, renovado a cada día.
Aún tratándose de algo violento, como un volcán en erupción, o una tempestad en altamar, el escenario es de pompa y nobleza.
Aquella columna de humo del volcán, que parece subir al Cielo como el incienso ofrecido a Dios por la naturaleza, es sucedida por el magma ígneo que fluye, bajando, solemne, abrumador y… terrible.
En la tempestad, nubes oscuras difuminan el firmamento, mientras relámpagos resplandecen en el horizonte, y truenos amenazadores componen el fondo musical de este grandioso espectáculo de cólera. De una cólera majestuosa e imponente.
En respuesta al cielo, el mar lanza a lo alto sus olas, como que desafiando al firmamento. El rugido de las olas responde al estruendo de los truenos. Y el mar descarga su furia sobre las rocas y peñascos, que le hacen resistencia, enfrentando con altivez la fuerza de las aguas revueltas.
¡Magníficos reflejos de la justicia divina!
Ya en las puestas del sol, es la bondad inefable del Creador que se manifiesta con particular brillo y riqueza. Bien se entiende el motivo por el cual ciertos pueblos con carácter contemplativo más acentuado – como el indio, por ejemplo – se extasían cada día delante de los magníficos atardeceres. Con tanta exuberancia se presenta este fenómeno en las playas de la misteriosa y atrayente India, que familias enteras cubren las arenas para, quizá, oír intuitivamente el mensaje que Dios quiere transmitirles a través de las multicolores vestimentas del cielo.
Se dice que el hombre es aquello que come. Con más propiedad, se puede decir que el alma humana es aquello que admira. Será por la contemplación extasiada de estos diversos ceremoniales de la naturaleza que algo de la grandeza divina del Creador penetrará en nuestros corazones.
Por: Lucas García Pinto.
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