Cajicá (Domingo, 07-09-2014, Gaudium Press) Una pareja de jóvenes se baja de su vehículo frente a un pequeño monasterio oculto al final de una calle secundaria del municipio de Cajicá, en Colombia. Llegan al lugar y preguntan al tocar la puerta si allí reciben intenciones de oración. Una religiosa abre la puerta y con una sonrisa les acerca una hoja de papel y un bolígrafo para que puedan escribir sus necesidades y les pide que dejen el papel en el torno que permite la entrada y salida de objetos sin que pueda verse hacia el interior del lugar. Los jóvenes se sientan a escribir en un pequeño pupitre las preocupaciones que los hicieron venir de lejos por consejo del dueño de un restaurante local. Ellos, como muchos otros fieles que cada día llaman a la puerta del Monasterio de Santa Clara, entienden la importante vocación de ese grupo de mujeres que dejaron atrás el mundo para encerrarse en una vida de contemplación de Dios y ser puente entre lo temporal y lo eterno. Ocultas para el mundo, son notables para Dios.
La clausura fomenta la constante e intensa búsqueda de la unión con Dios. Foto: Gaudium Press |
Las religiosas clarisas de Cajicá accedieron describir a Gaudium Press la riqueza de su carisma y su particular vocación, en una acogedora visita en su locutorio, ya que se rigen por las normas de la clausura papal, una estricta norma de recogimiento que es para ellas no una carga, sino un preciado don. Son la imagen de la Iglesia, «Esposa del Verbo», como lo expresa Instrucción Verbi Sponsa, de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades De Vida Apostólica. «Las monjas, en efecto, viviendo continuamente ‘escondidas con Cristo en Dios’, llevan a cabo en grado sumo la vocación contemplativa de todo el pueblo cristiano, convirtiéndose así en fúlgido testimonio del Reino de Dios».
La naturaleza de la clausura
Tres características señala la Iglesia para identificar a los institutos de vida íntegramente contemplativa: La primera es que «sus miembros orientan toda su actividad interior y exterior a la constante e intensa búsqueda de la unión con Dios». Luego estipula que se excluyan los «compromisos externos y directos de apostolado, aunque sea de manera limitada, y la participación física en acontecimientos y ministerios de la comunidad eclesial», a menos de que dicha omisión constituya un antitestimonio. Finalmente, la Iglesia exige a estas congregaciones que se practique «la separación del mundo de manera concreta y eficaz, no simplemente simbólica».
Las religiosas del Monasterio de Santa Clara viven un testimonio de unión con Dios y alegría cristiana. Foto: Gaudium Press |
A algunas personas podría parecer que un modo de vida tan peculiar resulta imposible o es particularmente duro. Las religiosas, en cambio, comparten con alegría su opinión completamente opuesta. «A uno le interesa más lo de Dios que lo demás, Dios da las gracias necesarias para obedecer su llamada», explicó una de ellas. «A mí me pasó eso». Su vocación es resguardada con celo y defendida de riesgos aparentemente benevolentes como la invitación a una peregrinación. «Nosotras no renunciamos a lo malo con el voto de clausura, renunciamos a bienes que son de mucho valor», explicó una de las presentes.
En lugar de añorar la vida exterior, encuentran sacrificados los días especiales, como la fiesta de Santa Clara, cuando numerosas personas se acercan a saludarlas después de la Eucaristía. En el silencio y la oración, ellas cultivan un trato especial con Dios posible gracias a su ausencia de distracciones. «La clausura favorece la vida contemplativa», agregó otra de las hermanas. «La clausura en todo momento es protección, nos brinda muchos bienes».
Las normas que rigen su clausura provienen directamente de la Santa Sede, e incluyen tanto la permanencia de las religiosas en el recinto como la exclusión de las visitas al interior del mismo. Las salidas y entradas solo pueden ser motivadas por «una causa justa y grave» y son regidas por la Abadesa, Superiora del Monasterio. Únicamente los Cardenales, Nuncios Apostólicos en su Jurisdicción, a un Visitador en su Visita canónica, o el Obispo, si existe una causa justa, tienen derecho de acceso al interior. La Superiora puede permitir el ingreso de un sacerdote a administrar sacramentos a las enfermas, a personal especializado requerido por la salud de las religiosas o necesidad del monasterio y a las aspirantes al mismo y otras religiosas de paso.
Una vida de oración
La oración litúrgica es la esencia de la espiritualidad de las religiosas clarisas de clausura. Foto: Gaudium Press |
«Para Santa Clara, orar es el modo supremo de amar», describieron las religiosas en un escrito sobre su carisma, comentando el ejemplo que pretenden seguir. «Vivía con la mente y el corazón ocupados en Dios: adorándole, alabándole, suplicándole». Por este motivo, y siguiendo la Regla de esta Santa, la comunidad se dedica de manera especial a la oración litúrgica en la Eucaristía y la Liturgia de las Horas. A estas se suma la oración mental, hecha en la mañana, a mediodía y en la noche y varias devociones como la Corona Franciscana (que une los Misterios Gozosos y Gloriosos del Santo Rosario), y la Coronilla de la Divina Misericordia.
Las religiosas también tienen un tiempo de oficios y labores manuales que desempeñan normalmente en comunidad y comparten tiempos de recreación en los cuales conversan y fomentan la unión fraterna con una característica alegría que es incluso recomendada especialmente en su norma de vida. En los demás momentos no se obligan a un silencio total, sino que mantienen un ambiente de discreción y hablan «con brevedad y en voz baja» las cosas que fueran necesarias.
«La misma vida contemplativa es, pues, su modo característico de ser Iglesia, de realizar en ella la comunión, de cumplir una misión en beneficio de toda la Iglesia», declaró al Instrucción Verbi Sponsa. Las hermanas del Monasterio de Santa clara participan desde la oración en las actividades de la Iglesia, de las cuales reciben oportuna notificación, y se esmeran por encomendar en su oración cotidiana las numerosas intenciones que les llegan y las que les inspiran los hechos actuales conocidos a través, primordialmente, de algunos informativos católicos y por boca de los seglares que visitan y escriben al monasterio.
Puentes entre lo temporal y lo eterno
Las monjas de clausura obtienen para el mundo exterior grandes beneficios espirituales y materiales gracias a su vida de adoración. Foto:Gaudium Press |
El Monasterio de Santa Clara recibe numerosas cartas de peticiones de oración, que se comparten entre las hermanas para presentarlas ante el Santísimo Sacramento y que son destruidas semanalmente. Las religiosas recuerdan con especial cariño las traidas por niños pequeños, usualmente acompañadas por dibujos alusivos a su necesidad. Algunos de ellos piden la llegada de un hermano o hermana, mientras que otros realizan conmovedoras peticiones por la unidad de su familia y el retorno del amor y la fidelidad entre sus padres. Junto a las peticiones llegan cartas de agradecimiento a Dios por los favores concedidos, cuyas historias seguramente han cultivado la popularidad de la práctica.
La costumbre, que surgió espontáneamente hace ya muchos años, quedó registrada en uno de los documentos del Monasterio, que describe los diferentes ambientes del lugar y que la explica en su aparte sobre la portería: «Profundamente solidarias con las vicisitudes de la Iglesia y de la humanidad, la Hna. Externa, o la Portera claustral a través del torno, acogen «en las entrañas de Cristo» los sufrimientos, las necesidades e intenciones de cuantos recurren en demanda de consuelo y ayuda, procurándoles ante todo la oración de la comunidad, el culto divino y la diaria celebración del Sacrificio de alabanza». Esta religiosa es la única que puede salir al exterior, ya que no se obliga por el voto de clausura y vive su llamado particular como puente entre le monasterio y el mundo exterior.
De esta forma, ocultas en Dios y aisladas libremente del mundo, las religiosas de clausura no olvidan el mundo y participan de forma especial de la vida de toda la Iglesia. Prestan el invaluable servicio de la adoración a Dios y obtienen para los católicos numerosas gracias. Desarrollan a plenitud su llamado particular y viven con alegría un testimonio que es también signo de contradicción en un tiempo cada vez más alejado del silencio y la contemplación.
Gaudium Press / Miguel Farías.
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