Redacción (Jueves, 11-09-2014, Gaudium Press) Para Santo Tomás, la esencia del ofrecimiento de Jesús, como víctima en la Cruz, encuentra su verdadero valor espiritual no solo en la paciencia con que soportó la Pasión, o en el auge del dolor moral y físico al que fue sometido. Él llama la atención para la obediencia suprema de la Divina Víctima, dispuesta a sufrir el auge de humillación y dolor, hasta la muerte. En efecto, abdicando de su voluntad humana – «no sea hecho como Yo quiero, sino como Tú quieres» (Mt 26, 39) – contradice la soberbia del hombre pecador (cf. Rm 5, 19), confiriendo así méritos infinitos a sus sufrimientos y muerte.[1]
Es notoria, como resalta el propio Doctor Angélico, la ligación íntima entre la obediencia de Cristo y su ardiente caridad. Su obediencia eximia «procedía de la dilección que poseía por el Padre y por nosotros».[2] Al mismo tiempo, por alcanzar el extremo de sumisión y humillación, nos mostró «el ancho, el largo, la altura y la profundidad» de su amor «que sobrepasa todo el conocimiento» (Ef 3, 18-19).
Al probar en el artículo 2 de la cuestión 22 que Cristo fue sacerdote y víctima al mismo tiempo, Santo Tomás da como principal argumento las palabras del Apóstol: «Cristo nos amó y Se entregó a Dios por nosotros en oblación, como víctima agradable» (Ef 5, 2). Parece desprenderse de ahí que el amor de Jesús por nosotros fue la causa de su total entrega en holocausto.[3]
Por Mons. João S. Clá Dias, EP
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[1] Cf. Super Philip. cap. 2, lec. 2.
[2]Super Rom. cap. 1, lec. 5.
[3] Cf. Super Eph. cap. 3, lec. 5.
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