Frederico Westphalen (Jueves, 18-09-2014, Gaudium Press) Con el título «Nuestra lógica no es la de Dios», Mons. Antônio Carlos Rossi Keller, Obispo de la Diócesis de Frederico Westphalen, en el estado de Río Grande del Sur, Brasil, hizo una reflexión sobre la liturgia del próximo domingo, día 21 de septiembre. Él resalta que al oír el Evangelio (Mateo 20, 1-16) seremos capaces de pensar que el propietario de la historia habrá cometido una tremenda injusticia, por pagar a los obreros de la última hora igual salario a los que trabajaron todo el día.
Según el Prelado, nuestra lógica de pensamiento se basa en determinados principios que no son respetados en la parábola que oiremos en el domingo, pero es allí que está el núcleo doctrinal de esta narración, aquello que de hecho, Jesús nos quiere enseñar.
Para el Obispo, Jesús quiere denunciar, de una forma dura, la religión de los «méritos», enseñada por los guías espirituales israelitas. Mons. Keller destaca que el pueblo, adoctrinado por la clase sacerdotal, se había olvidado de Dios bueno, padre, amigo fiel, anunciado por los profetas y lo substituyó por un Dios distante, legislador y juez implacable.
«Los fariseos se sentían seguros porque ‘trabajaban mucho’, observaban escrupulosamente las prescripciones de la ley, toda su acción de fidelidad era registrada como mérito, que pasaría a constar en el registro del cielo, para ser exigida a Dios en el momento oportuno».
Otra cuestión levantada por el Obispo dice respecto al hecho de que Dios no se cansa de ir al encuentro del hombre, incluso cuando este esquiva todos los encuentros, pero no retribuye por los méritos de cada uno. Mons. Keller resalta que la única recompensa, en verdad, reside en la fidelidad al Señor, pues todas las dudas en seguir sus caminos son ocasiones perdidas para ser feliz, para usufructuar primero y más tiempo los dones de Dios.
«La reacción que atribuimos a los obreros de la parábola reproduce nuestra oposición delante de la bondad y la generosidad de Dios. Quien todavía trabaja para ganar un premio, cree en un dios pagano, comerciante, contabilista o justiciero, pero no en el Dios de Jesucristo», completa el Obispo.
Todos debemos preguntarnos qué debemos hacer por la comunidad
El Prelado explica que el señor de la parábola está preocupado en que no falte el trabajo a nadie. Entonces, ¿cómo es que en nuestras comunidades aún puede haber personas que se comportan como simples espectadores? Para el Obispo, no pueden ser apenas algunos los que se empeñen en ciertos servicios de la Comunidad: el Señor de la viña está a la espera que cada uno de nosotros se interrogue sobre la tarea que debe desempeñar y que deje de ser ocioso.
«Esto exige un cambio radical en nuestro modo de pensar. ¿No será que muchos de nosotros, cristianos, nos consideramos «justos» mediante la rutina de nuestras prácticas religiosas? No podemos merecer nada delante de Dios, solo podemos recibir dones y agradecer. ¿Por qué no estamos felices si un día alguien, aunque haya errado por completo en la vida, venga a recibir de Dios el don de la salvación?», cuestiona.
Mons. Keller afirma que esto nos lleva a reflexionar sobre nuestra actitud en la comunidad donde estamos insertados, pues en ella no debemos exigir más por haber sido los primeros en llegar, no debemos ni podemos sentirnos los privilegiados por habernos convertido primero a Cristo. Él alerta para no imponernos a los demás porque llegamos antes, no permitiendo que todos concurran para tomar nuevas iniciativas que visen el bien común.
De acuerdo con el Prelado, la gran alegría de todos deberá ser el encuentro con Jesucristo. Él recuerda que San Pablo, en la segunda lectura (Filipenses 1,20-24; 27), se siente conmovido por el aprecio y amistad demostrados por los cristianos de Filipos y revela sus sentimientos más interiores y más afectuosos. Él, que había trabajado muchos años por la causa del Evangelio, que había aguantado sufrimientos y contrariedades, se siente, ahora que está preso, bastante cansado y comienza a pensar en su encuentro definitivo con Jesús.
«A esta altura afirma que sería mejor para él morir, pero siente que la causa del Evangelio todavía precisa de él. Entonces, en un gesto de generosidad, se declara listo para postergar su encuentro con Cristo, a fin de continuar sirviendo a los hermanos y afirma que para él ‘vivir es Cristo, y morir un lucro’. Su premio era la propia alegría de haber encontrado a Cristo», afirma el Obispo.
Para concluir, Mons. Keller enfatiza que en los trabajos o en las contrariedades, en los momentos de euforia y entusiasmo, en la vida o la muerte, lo que esencialmente importa para el cristiano es, pues, vivir en conformidad con Jesucristo. (FB)
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