Redacción (Lunes, 29-09-2014, Gaudium Press) A continuación, palabras de Mons. Ángel Fernández Collado, obispo auxiliar de Toledo, al año de su ordenación episcopal:
Muy deprisa y muy lleno de cosas, de personas y de Dios, ha pasado un año desde el 15 de septiembre de 2013, fecha de mi Ordenación Episcopal. El Señor me concedió inmerecidamente el gran regalo de ser nombrado Obispo por el papa Francisco e incorporarme por la Ordenación Episcopal al Colegio Apostólico, como sucesor de los apóstoles. Un año de gracia en el que el Señor me ha permitido experimentar como cada día derrama su misericordia y su amor sobre tantas personas y circunstancias con las que me he relacionado a través del ministerio que me ha sido encomendado. Quiero expresar mi agradecimiento a todas las personas, obispos, sacerdotes, seminaristas, vida consagrada, familias amigas y laicos que han rezado y siguen rezando por mi persona y ministerio episcopal.
Mons. Fernández Collado junto al Papa |
Gracias a todos. Que el Señor y Santa María os protejan y bendigan.
Confieso a la vez mi temor y temblor durante este tiempo pasado al ser más consciente y experimentar en el día a día mis muchas limitaciones humanas e imperfecciones en el orden de la gracia, de la entrega en el amor y el servicio a las personas encomendadas. A la vez, también soy más consciente de la fuerza del Señor a través de su Espíritu en el ejercicio de mi ministerio y de la grandeza de su misericordia.
Recuerdo ahora, como si fuera ayer, que en la homilía de la Ordenación episcopal el Sr. Arzobispo Primado, D. Braulio, me indicaba el lugar que habría de ocupar como pastor: «Obispo delante de los fieles para marcar el camino; obispo en medio de los fieles, para ayudar a la comunidad, y obispo detrás de los fieles, porque éstos muchas veces tienen el olor de las calles». Y eso es lo que he intentado, ser un pastor con corazón, con humildad y entregado a la tarea encomendada al servicio del pueblo de Dios en la Iglesia de Jesucristo.
En este tiempo he tenido la oportunidad de pasar por muchísimos lugares de nuestra extendida, bella y variada archidiócesis. Al pasar por las parroquias, por los hospitales y colegios, por los monasterios y conventos, por el Seminario y la Catedral, en las celebraciones patronales y en la visita pastoral, en contacto directo y entrañable con las personas e instituciones, me he sentido querido y acogido y he intentado sembrar el mensaje del Evangelio de Jesucristo, «Evangelizare Iesum Christum», mensaje que está marcado por la alegría del Misterio Pascual, en el que se integra la cruz y la resurrección.
He experimentado con fuerza que no estoy sólo. Además de la compañía del Señor, de la protección e intercesión de la Santísima Virgen María y de todos los ángeles y santos, siento muy cercana la presencia del Sr. Arzobispo que ilumina mi quehacer con su larga experiencia pastoral.
Igualmente, me siento alentado por los sacerdotes y seminaristas, y por numerosos seglares quienes, con su palabra, ejemplo y oración, me impulsan a amar y servir más y mejor a la santa Iglesia. E, indudablemente, por la oración de los religiosos y de los miembros de la vida consagrada que, en el silencio de la clausura o en la actividad apostólica, me han hecho sentir su apoyo y sostén como Moisés en la batalla contra Abimelec.
No han faltado tampoco en estos meses la cruz y los sufrimientos, éstos más dolorosos cuanto más cercanas son las personas objeto de los mismos. Los asumo con gozo santificador y ofrecimiento.
Si tuviera que resaltar algunos momentos especiales en los últimos días, señalaría éstos dos: el encuentro en Roma con el Papa Francisco y con un grupo numeroso de nuevos obispos, y la jornada de acción de gracias del pasado domingo, día 21, en Los Cerralbos, mi pueblo natal.
A principios del mes de septiembre he permanecido en Roma durante 12 días participando en un curso de formación para los obispos nombrados recientemente por el Papa Francisco, en torno a 230, de todas las nacionalidades y lugares donde está presente la Iglesia. Ha sido una convivencia y una experiencia de Iglesia muy enriquecedora y gratificante.
Era como un nuevo Pentecostés en el que nos veíamos unidos por el gozo de tener un solo Señor y una misma fe, y de formar parte de una misma Iglesia, la de Jesucristo; además, el último día nos sentimos confortados por las palabras de cariño y aliento que nos dirigió el Sucesor de Pedro, y al saludarnos personalmente.
El otro momento especial a resaltar ha sido la concesión y dedicación de una calle en mi pueblo natal a un servidor y a mi paisano, Mons. José Demetrio Jiménez Sánchez-Mariscal, OSA, obispo de la diócesis de Cafayate (Argentina), la denominada desde ahora «Calle de los Obispos».
En ella los dos obispos cerralbeños, nombrados recientemente por el Papa Francisco, tenemos el domicilio familiar. Seguidamente, unidos al Sr. Arzobispo de Toledo, Don Braulio, celebramos en la Iglesia parroquial una Misa de acción de gracias con la compañía y el gozo de todo el pueblo, de sus autoridades, y de un nutrido grupo de sacerdotes, entre ellos los que han sido nuestros párrocos en los últimos años. Terminamos compartiendo la alegría del acontecimiento con un aperitivo en la plaza para todos los asistentes. La verdad es que Dios ha bendecido mucho a nuestro pueblo llamando a la gracia del episcopado a los dos únicos sacerdotes nacidos en el pueblo de los que se tenga noticia.
Finalmente, como pedí humildemente el día de mi Ordenación, quisiera que elevarais una oración por mí, para que el anuncio de Jesucristo, la fidelidad a la Iglesia y la entrega a los fieles sean el sello que marque toda mi vida, para que sea un Pastor con corazón: Señor, que sea un obispo «para todos, a imagen de Jesucristo, Buen Pastor, un obispo con corazón, con sentimientos de entrega caritativa, con bondad, sencillez y humildad, con serenidad, fortaleza y sabiduría». Amén
+ Ángel Fernández Collado
Obispo Auxiliar de Toledo
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