jueves, 21 de noviembre de 2024
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Un alma sacerdotal – I Parte

Redacción (Martes, 30-09-3014, Gaudium Press) Paris 1897. Los esplendores de la «Belle époque», la alegría de vivir, las grandes fiestas por la llegada del zar de Rusia, Alejandro III, y las festividades de la alianza franco-rusa deslumbran a los franceses y al mundo entero.

2.jpgEn ese mismo año cerca de la «Ciudad Luz», una extraña «máquina voladora» consigue elevarse a trescientos metros por encima del suelo, y los hermanos Lumière explotan comercialmente un aparato cinematográfico. En aquellos tiempos de racionalismo ateo estos hechos ayudan a difundir la idea de que el progreso indefinido acabaría con todos los males, alimentan el sueño utópico de una felicidad terrena perpetua y que el progreso de las ciencias resolvería todos los problemas del mundo. El optimismo que inspiran estos acontecimientos hace pensar a muchos que están a las puertas de un mundo nuevo…

En el momento en que estas alegrías mundanas brillan en el firmamento francés, no lejos de este mismo París, en una pequeña ciudad de poco más de 16.000 habitantes, una joven religiosa de escasos 24 años, inmolada como víctima al Amor Misericordioso de Jesús, agoniza por los efectos de una terrible tuberculosis.

La ciudad: Lisieux. La joven: Santa Teresita del Niño Jesús y de la Santa Faz, que más tarde sería patrona universal de las Misiones, Doctora de la Iglesia, y profeta de una nueva vía de santificación para las almas.

Mucho se ha escrito sobre esta gran santa, y su vía de santidad, pero en este artículo queríamos resaltar un aspecto que puede haber pasado desapercibido de su vocación.

***

El 2 de septiembre de 1890 en el examen canónico previo a su profesión religiosa, ante la pregunta sobre su misión como carmelita da esta respuesta admirable:

«He venido al Carmelo para salvar las almas y sobre todo, con la finalidad de rezar por los sacerdotes» (Sainte Thérèse de L’Enfant Jesus et de la Sainte Face, corrspondence Général, Tome I 1877 1890, Editions Du Cerf, 1972 – Desclée de Brouwer, pág 496, nota g).

¿De dónde procedía este amor apostólico por el sacerdocio en una joven adolescente?

Podríamos responder de su profunda fe, de su inocencia, de la primorosa formación religiosa que recibió en la intimidad familiar, pero si analizamos su itinerario espiritual, su «pequeña vía», veremos cómo este amor se fue desarrollando a lo largo de los años y llegó a manifestaciones verdaderamente sorprendentes.

Ella misma cuenta en su encantadora «Historia de un Alma», que durante el catecismo que su hermana María le enseñaba, llegando a la preparación para la primera confesión, con mucha inocencia pregunta a su hermana si debía decir al confesor que «lo amaba de todo corazón, pues era al buen Dios que ella diría sus pecados en la persona del sacerdote…», es de esta forma que ella consideraba la figura ideal del sacerdote. («Histoire d’une âme, de Sainte Thérèse de Lisieux, selon la disposition originale des autographes nouvellement ètablie par Conrad de Meester», Carmel.Edit, Bélgica, 1999, pág. 100)

1.jpgCuando más adelante el florecimiento de su vocación la llevó desear con vehemencia la entrada en el Carmelo, enfrentando todos los obstáculos para realizar este deseo, y viendo que en Francia se le cerraban las puertas, decidió, con el apoyo de su venerable padre, ir a Roma e intentar hablar con el propio papa, en aquellos años León XIII, para obtener la anhelada autorización.

Dicho viaje lo realizó con su hermana Celina y su padre, uniéndose a la peregrinación de la diócesis de Coutances, en la cual además de lo más alto de la nobleza normanda, viajaba un gran número de sacerdotes. Y he aquí su choque con el contraste entre la elevada visión que ella tenía de la vocación sacerdotal y la infaltable miseria humana. Así narra esta niña provinciana sus observaciones. «La segunda experiencia que tuve dice respecto a los sacerdotes, yo no podía comprender el objetivo principal de la reforma del Carmelo. Rezar por los pecadores me admiraba, pero pedir por las almas de los sacerdotes, que yo creía puros como el cristal, me parecía asombroso…

Ah! Yo comprendí mi vocación en Italia, no era ir a buscar lejos un tan útil conocimiento…

Durante un mes conviví con muchos santos sacerdotes y vi que si su sublime dignidad los eleva por encima de los ángeles, ellos no dejan de ser hombres débiles y frágiles…Sí, los santos sacerdotes que Jesús llama en su Evangelio «La sal de la tierra», muestran en su conducta que tienen una extrema necesidad de oraciones, ¿qué se debe decir de aquellos que son tibios? ¿Jesús no ha dicho: «Si la sal no sala con que se salará?» (Mt 5, 13)

¡Oh Madre mía qué bella es la vocación que tiene por misión, conservar la sal destinada a las almas! Esta vocación es la del Carmelo porque el único fin de nuestras oraciones y de nuestros sacrificios es de ser apóstol de los apóstoles, rezando por ellos mientras ellos evangelizan las almas por sus palabras y sobre todo por sus ejemplos… Mejor paro por aquí, si continuo a hablar sobre este tema no terminaría más!…» (op. Cit. Págs. 172/173).

Ya en su vida religiosa y en camino a la santidad, en una carta a su hermana Celina, su confidente, le dice: «Oh mi Celina vivamos para las almas… seamos apóstoles… salvemos sobre todo las almas de los sacerdotes, estas almas deberían ser más trasparentes que el cristal… Que tristeza, cuántos malos sacerdotes, sacerdotes que no son suficientemente santos… Recemos, suframos por ellos y en el último día Jesús estará agradecido. Nosotros le daremos almas!…» (Correspondace Général, ob. Cit. Pág 495)

En otra carta a Celina, Santa Teresita entusiasmada con este apostolado sacerdotal afirma esta es «nuestra misión», es decir esta sed de almas sacerdotales: «Amemos (a Jesús) con locura, salvémosle almas, ah! Celina, yo siento que Jesús nos pide a las dos desalterar su sed dándole almas, almas de sacerdotes sobre todo…» (Correspondance Général, ob. Cit. Pág 504).

Nuevamente escribiendo a Celina, el último día del año 1889, Santa Teresita quiere contagiarla de este amor por las almas sacerdotales: «Celina si tú quieres convirtamos las almas, es necesario que este año hagamos muchos sacerdotes que sepan amar a Jesús!… que lo toquen con la misma delicadeza que María lo tocaba en su cuna!…» (Correspondance gènèral, op. Cit. Pág 516).

3.jpgEn julio de 1890 en otra carta de Santa Teresita a Celina nuevamente la invita a este apostolado, a esta misión, que ella la considera un pedido del propio Nuestro Señor a ellas: «Celina, recemos por los sacerdotes, ah! Recemos por ellos. Qué nuestra vida les sea consagrada. Jesús me hace sentir todos los días que Él quiere esto de nosotras dos». (Correspondance Gèneral, ob. Cit. Pág. 540)

Pero la alegría de esta alma sacerdotal llega a su auge cuando sus superiores le comunican que será «hermana espiritual» de dos sacerdotes. Así lo narra ella en su «Historia de un alma»: «Desde hacía mucho tiempo yo tenía un deseo que me parecía enteramente irrealizable, el de tener un hermano sacerdote, yo pensaba frecuentemente que si mis hermanitos no hubieran ido al cielo yo tendría la felicidad de verlos subir al altar, pero como el buen Dios los escogió para ser pequeños ángeles yo no podía esperar que mi sueño se realizase y he aquí que Jesús no solamente me ha hecho la gracia que yo deseaba, pero él me ha unido por los lazos del alma a dos de sus apóstoles que se han convertido en mis hermanos…» (Histoire d’un ame, op. Cit, pág 295/96). Primero fue durante el priorato de la Madre Inés que le ofreció ocuparse de un joven seminarista que pedía al Carmelo una religiosa que rece especialmente por la salvación de su alma, y, cuando fuese ordenado, lo ayudase en su misión en África y que él, más tarde, la recordaría siempre en el altar. El otro fue cuando la Madre María de Gonzaga que había vuelto a ser priora, le ofrece encargarse de los intereses espirituales de un joven misionero que sería ordenado y enviado en breve a China…

Por el P. Juan Carlos Casté, EP

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