Redacción (Miércoles, 01-10-2014, Gaudium Press) Estaban los apóstoles perplejos con las palabras de Jesús acerca de la dificultad de un rico para entrar en el reino de los cielos; entretanto «fijando en ellos su mirada, les dijo Jesús: lo que para los hombres es imposible, para Dios es posible» (Mt 19, 26.). Tal mirada debe haber sido impregnada de bondad y afecto, con la intención de inculcarles confianza en la omnipotencia Divina.
Otra ocasión donde se nota especialmente el amor de Jesús por los hombres, es en la multiplicación de los panes, cuando Él dice tener pena de la multitud (cf. Mt 15, 32). El profesor Plinio Corrêa de Oliveira dice que es inconcebible que el Divino Maestro haya proferido esa frase con los ojos cerrados. Si sus ojos no estuviesen abiertos cuando andaba o hacía predicaciones, ¿habría atraído las multitudes? Claro está que si así lo quisiese, habría tocado las almas incluso sin dirigirles la mirada. Sin embargo, no procedió de esa manera, y fue su mirada que las atrajo. 9
San Jerónimo comenta otro aspecto de la mirada del Divino Maestro, cuando expulsa a los vendedores ambulantes del Templo:
De entre todos los milagros que Cristo hizo, este me parece más admirable: que un solo hombre, en aquella época todavía insignificante, haya podido, a golpes de un simple chicote, expulsar tan numerosa multitud. Es que, de sus ojos, irradiaba como un fuego celestial y, en su rostro, brillaba la majestad de la divinidad. 10
La mirada de Nuestro Señor es tan rica en expresiones que podría ser escrito un evangelio de las «miradas magníficas, esplendorosas; de las miradas suaves, dulces o tristes; de las miradas de esperanza, de las miradas de perplejidad, de las miradas de indagación, de las miradas de ordenación y planeamiento; de las miradas de justa censura y punición».11
Uno de los episodios donde más se manifiesta el ardiente deseo de Jesús de la salvación de las almas es el episodio del joven rico.
Cuenta San Marcos que un joven se aproximó a Jesús y preguntó qué debería hacer para alcanzar la vida eterna. «Jesús, poniendo en él los ojos, le mostró afecto y le dijo: ‘Una cosa te falta; ve, vende cuanto tienes, dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; después ven y sígueme'» (Mc 10, 21).
Pero el joven, entristecido porque poseía muchos bienes, se retiró disgustado (cf. Mc 10, 22). ¿Cómo debe haber sido esa mirada de Jesús? Nuestro Señor le invitaba para que diese un paso más, rumbo a una entrega completa. Sin embargo, él rechazó la gracia que le golpeaba a la puerta y prefirió quedarse con los bienes que pasan, a abrazar los que no pasan… ¿Qué habrá sido recibir una mirada de afecto del propio Dios?
Esa mirada que a algunos atraía y a otros rechazaba, esparcía tal integridad, rectitud y virtud, que para poder consumar sus atrocidades, los verdugos tuvieron que vendarle los ojos (Cf. Lc 22, 64). Sobre este pasaje, comenta el profesor Plinio Corrêa de Oliveira:
¡Qué noche tremenda se hizo para el mundo cuando la mirada de Él se extinguió! Noche en la cual se tendría voluntad de pedir a Dios la muerte. Pues, una vez que alguien se habituó a la convivencia de aquella mirada, habiéndose ésta apagado, ningún sentido tendría continuar viviendo en el mundo.12
Entretanto, esta mirada se reviste de pedido de clemencia cuando, flagelado y coronado de espinas, Jesús es presentado al pueblo por Pilatos: Ecce Homo. «En esa ocasión, Nuestro Señor no profirió ninguna palabra, permaneció en un majestuoso silencio»… 13 Sus ojos, sin embargo, solicitaban un poco de amor, un poco de afecto, un poco de pena, y para consumar el sufrimiento del Hombre-Dios, ellos nada recibieron…
El Redentor fue juzgado y condenado a la crucifixión. Para eso, fue obligado a cargar la cruz hasta el lugar donde iría ser clavado. Sin embargo, estando exhausto debido al peso del madero, los azotes y la pérdida de sangre, los soldados temieron que Él no aguantase llegar al Calvario, y por ello empujaron un hombre para ayudar a Jesús. Su nombre era Simón y la única cosa que se sabe de él es que era de Cirene. Por ser la cruz instrumento de escarnio y burla, Simón se negó a ayudar. Sin embargo, debido a las amenazas de los verdugos, tuvo que hacerlo.
Cuando él tomó la cruz, Nuestro Señor, flagelado, seguramente le dirigió una mirada de gratitud. Simón habrá sentido que esa mirada lo penetraba completamente. Experimentaba algo único en su vida, pues nadie lo había mirado así: una mirada extraordinaria, repasada de afecto y reconocimiento. «Un diálogo mudo se establece entre el Hombre-Dios y él Cirineo. Nuestro Señor le dice: ‘Mi hijo, es por usted que yo sufro. Usted me ve en el auge del abandono, de la desgracia, en el último punto del desprecio humano. Pero mire hacia Mí'». 14
Simón, extasiado de felicidad, auxilió al Divino Maestro a llevar la cruz. Por último, llegando a la cima del Calvario, Simón ayudó a Nuestro Señor a acostar la cruz en el piso y, una vez más, Nuestro Señor le habrá dirigido una mirada de agradecimiento. ¡¿Cómo habrá sido esa mirada de gratitud del propio Dios?!
¡Se puede imaginar la felicidad de aquellos que en la Tierra conocieron personalmente a Nuestro Señor, que pasaron cerca de Él y hacia quienes Él miró! ¿Después de contemplar esa mirada, qué más? ¡Las bellezas más insignes en esta Tierra no significan nada para quien apreció esa mirada! Una mirada que contiene todo: ¡es la mejor idea que en esta Tierra se pueda tener de la Visión Beatífica!
¡La felicidad suprema consiste en permanecer unido a esa mirada, tanto en los momentos de alegría, de gloria, de entusiasmo, cuanto en los momentos en que el dolor se hace presente. Ahi también se ama a Jesús, a pesar de que todas las circunstancias parecieren contrariasa nosotros!
Para eso es preciso luchar, teniendo siempre presente esa mirada que continuamente grita: ¡Venceréis! ¡Venceréis! ¡Venceréis!
Confiando en esta promesa de perdón de todas las faltas y miserias, hecha por la mirada por excelencia, del Hombre por excelencia, Cristo Jesús, puede el hombre encontrar fuerzas para vencer las tribulaciones de la vida terrena, a fin de llegar a la Patria celestial, a la cual se refirió el Apóstol: «los ojos no vieron, ni los oídos oyeron, ni el corazón humano imaginó (Is 64, 4), lo que Dios tiene preparado para aquellos que lo aman» (1 Cor 2, 9).
Por Beatriz Alves dos Santos
9 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. O sacrossanto olhar de Jesus. Op. cit. p. 20.
10 SÃO JERÔNIMO. In: Math., L. III, c.21, v.15, apud SÃO TOMÁS DE AQUINO. III, q. 44, a.3, ad.1.
11 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. E seremos repletos de grandeza… Op. cit. p. 17.
12 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. O sacrossanto olhar de Jesus. Op. cit. p. 20.
13 Loc.cit
14 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plínio. O exemplo de Simão Cirene. In: Dr. Plinio. São Paulo: Retornarei. n. 48. mar. 2002. p. 20.
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