Redacción (Jueves, 02-10-2014, Gaudium Press) Ayer día 1º de octubre, conmemoramos la fiesta de Santa Teresita del Niño Jesús y de la Sagrada Faz, la mayor santa de los tiempos modernos, según San Pío X.
La santa prometió hacer caer del Cielo sobre la tierra una lluvia de rosas, vale decir, gracias abundantes para la santificación de las almas.
Ese símbolo quedó de tal modo ligado a su nombre, que, en la mayoría de las veces, cuando de ella se habla, se piensa luego en los pétalos de suave perfume, olvidándose de las espinas.
En efecto, un poco por todas partes, se formó una idea unilateral sobre la santa de Lisieux: tierna, atrayente, habiendo incluso quien juzgase haber sido la joven y heroica carmelita una criatura mimada, tanto en la familia como en el convento.
En la iconografía sulpiciana y tantas veces deformada que recorrió el mundo no se nota el menor trazo del sufrimiento. Su vida habría sido un mar de rosas…
Por el contrario, esa santa, que veía despuntar en sí, con toda claridad, la vocación religiosa a los dos años de edad, confiesa en el lecho de muerte que sufrió increíblemente, desde su más tierna infancia. E insistía: «Sufrí mucho en esta tierra; será preciso hacerlo saber a las almas». (Carnnet Jaune, 31.7.1913)
Es precisamente sobre ese aspecto casi desconocido de Santa Teresita que pretendemos discurrir en el artículo de hoy.
Nos valemos de anotaciones extraídas del autorizado libro del P. Alberto Barrios, CMF, «Santa Teresita, modelo y mártir de la vida religiosa» (Editorial Coculsa, Madrid, 1964).
En lo Alto del Carmelo
Dada la limitación del espacio, nos atendremos al verdadero martirio que representó para la santa los nueve años y medio que pasó en el Carmelo, cuyas puertas le fueron franqueadas después de lucha intensa, a los 15 años de edad.
Apenas acaba de transponer la clausura, hubo la amarga censura del Superior, P. Delatroette, delante de los familiares y toda la Comunidad: «Quisisteis que esta niña entrase, Vosotros, y no yo, seréis los responsables».
Más tarde él se arrepintió, confesando con los ojos rasos de lágrimas: «¡Ah, verdaderamente esta niña es un ángel!».
La heroica Teresa no tenía ninguna ilusión sobre lo que le aguardaba en el claustro. Ella misma escribió: «Dios me concedió la gracia de no llevar ninguna ilusión al Carmelo. Encontré la vida religiosa tal cual la imaginaba. Ningún sacrificio me sorprendió».
En el tiempo de la santa, el Monasterio de Lisieux fue dirigido por una monja irritable, «psíquicamente desequilibrada», Madre María de Gonzaga.
Esa religiosa se tornó efectivamente el instrumento de Dios para la santificación de la Hermana Teresa.
Una de las religiosas declaró en el proceso de canonización: «Me veo obligada a decir que durante los años que Sor Teresa del Niño Jesús pasó en el Carmelo de Lisieux, tuvo que sufrir esta Comunidad agitaciones deplorables. Existían oposiciones de partidos, luchas de caracteres, cuyo origen era el temperamento fastidioso de Madre María de Gonzaga, que durante más de 20 años fue Priora, en diversas ocasiones».
Los procesos hacen referencia a hechos así calificados: «escenas espantosas crepitaban como una tempestad, a propósito de nada, sin embargo la envidia era su origen».
En ese ambiente la santa demostró «toneladas de prudencia». «Dio prueba de gran cautela para evitar cuanto pudiese agravar la situación ya difícil. Buscaba conciliar las cosas, calmar los espíritus turbados, para que volviese la paz y las almas pudiesen retomar su vida interior, abalada con frecuencia».
Sor María Magdalena depuso: «En este ambiente, tan poco edificante, Sor Teresa del Niño Jesús no cometió jamás la menor falta».
¡Era tal su unión con Dios que vivía como si estuviese en el mismísimo Cielo! Todas las dificultades eran una ocasión de progresar en la virtud.
Mañana (Humillaciones – Terrible holocausto)
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