Redacción (Viernes, 03-10-2014, Gaudium Press) Continuamos con el esbozo de algunas de las muchas y duras cruces que soportó en su vida Santa Teresita, basados en el libro del P. Alberto Barrios, CMF, «Santa Teresita, modelo y mártir de la vida religiosa» (Editorial Coculsa, Madrid, 1964):
Humillaciones
Es conocido el episodio de la tela de araña. La novicia, después de ejecutar ejemplarmente la limpieza, recibe de la Superiora delante de toda la Comunidad esta reprensión: «¡Bien se ve que el claustro fue barrido por una niña de 15 años! Es una calamidad. ¡Ve a sacar aquella tela de araña y se más cuidadosa en el futuro!».
«Durante su postulantado, comenta Sor Teresa de San Agustín, fue tratada muy severamente por la Madre Priora. Nunca la vi rodeada de cuidados, ni de atenciones. Esta manera de comportarse con la Sierva de Dios no se modificó con los años; pero la dulzura y humildad con que aceptaba las advertencias, las reprehensiones, no se desmintieron nunca: aún cuando no eran merecidas».
Un día en que Madre Inés, hermana mayor de la santa reveló a la Priora su tristeza por ver a la joven hermana tan maltratada y siempre humillada sin razón, Madre Gonzaga respondió vivamente:
-«Aquí está el inconveniente de tener hermanas (en el convento)… Sor Teresa es mucho más orgullosa de lo que pensáis; necesita ser constantemente humillada».
Pero el tratamiento adverso no venía apenas de la Superiora. «Algunas religiosas -declaró Celina, la hermana carnal poco mayor que la santa- abusaban de su heroica paciencia.
Durante tres años, la santa cuidó con cariño maternal de una religiosa – Sor San Rafael – «maníaca y sin inteligencia, que haría impacientar a un ángel». Al declive mental se adjuntaba la didropsia.
Sea por corta inteligencia, sea por imaginar que Teresa no tenía sed, el hecho es que todos los días bebía sola la pequeña jarra de cidra que colocaban para ella y para la santa, en el refectorio. El mérito está en que Teresa jamás le dijo una palabra de advertencia, privándose de tomar la cidra que le correspondía.
Terrible Holocausto
Teresa repitió más de una vez que no conoció, en su vida de carmelita, los consuelos de Dios. Sus últimos días fueron particularmente marcados por terribles sufrimientos físicos y morales.
En la Cuaresma de 1897, la tuberculosis se revela en fase desesperante. Todos los días a las 15:00 horas – «horario militar», dirá la enferma – una fuerte fiebre la va consumiendo. Las hemoptisis se tornan rutina, dos y hasta tres en un solo día.
Las crisis de sofocaciones diurnas y nocturnas son terribles. La angustia la invade. Aspira éter, pero la opresión es tan fuerte que el remedio no produce efecto. Teresa sufre muchas series de aplicaciones de puntas de fuego, más de quinientas en una sola vez – «yo misma las conté», dice Celina. Ella llegó al punto de no poder respirar sin dar pequeños gritos, de cuando en cuando. Una sed ardiente la consume: «Cuando yo bebo, es como si derramase fuego sobre fuego».
La tuberculosis afecta otros órganos, que comienzan a descomponerse por la gangrena, provocando sufrimientos lancinantes. Teresa ya no soporta el menor ruido, incluso el amasar de un papel o palabras dichas en voz baja. ¡Una debilidad que no le permite siquiera mover las manos, pesadillas aterradoras, nervios a flor de piel – ella llega al auge de su calvario! Está tan flaca que, en muchas partes, los huesos atraviesan la piel y se forman llagas dolorosísimas. «¡No deseéis conservarlas en ese estado, advierte el médico, es horrible lo que ella sufre!»
«Nunca pensé que fuese posible sufrir tanto. ¡Nunca! ¡Nunca!» – exclama a su vez la enferma. Su agonía fue larga y dolorosísima: «No encuentro explicación para esto sino en los ardientes deseos que tuve de salvar almas», decía la santa.
Su muerte fue grandiosa e impresionante en su simplicidad. El éxtasis transfiguró su fisionomía.
«Nadie imagine -advertía Teresa- que seguir nuestra pequeña vía es llevar una vida de reposo, toda de dulzura y de consolaciones. ¡Ah! ¡es bien lo contrario! (…) Porque el amor no vive sino de sacrificios, y cuando alguien se entregó totalmente al amor, debe estar para ser sacrificado sin ninguna reserva».
Es el verdadero sentido de la vida de Santa Teresita del Niño Jesús y de la Sagrada Faz.
Infelizmente, él es desconocido por muchos, que formaron una visión distorsionada de la extraordinaria religiosa de Lisieux; fijaron apenas el símbolo de la lluvia de rosas, olvidándose sin embargo de las espinas.
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